jueves, 12 diciembre 2024

Pamplona, ‘bailonga’ desde el siglo XIX

La población de Pamplona y sus espacios de ocio protagonizan una obra que presenta información inédita, dada la escasez de investigaciones que estudien la música y los músicos de la capital navarra en el siglo XIX. Su autora, la doctora Rebeca Madurga, revive a la ciudad del periodo entre la primera y la última Guerra Carlista, cuando sus dinámicas musicales, institucionales y personales dieron a lugar una época económica próspera y a un interés generalizado de la sociedad por la cultura y la búsqueda de nuevas formas de ocio. Todo ello para trazar un mapa musical de sus espacios más emblemáticos, que el lector puede visitar para alimentar su imaginación.


Pamplona - 20 noviembre, 2021 - 00:07

El paseo de Valencia, hoy conocido como paseo de Sarasate, en 1885. (Fotos: Wikimedia Commons / cedidas)

Al atardecer, la sociedad pamplonesa del siglo XIX se daba cita en el paseo de La Taconera. “Está sombreado de magníficos árboles. Mujeres jóvenes y muchachas pasean en pequeños grupos, coquetas y vivarachas, confiadas en su belleza, con la mantilla negra sobre la cabeza y en sus pies el lindo zapatito descubierto, que hace rechinar la arena de las avenidas”, escribía fascinado Louis Lande, un corresponsal francés de una afamada revista gala, tras su visita a la capital navarra del año 1877. Así mismo, explicaba que, “según la costumbre española”, los hombres no daban el brazo a las damas: “Se mantienen a los lados, pero se ríen, parlotean, e interpelan en alta voz con una libertad completamente meridional”.

Estos son los sonidos que inundaban este paseo y el de Valencia (hoy conocido como el paseo de Sarasate), cuyos transeúntes bordeaban antaño el interior de la línea de las murallas. El urbanismo de esta zona obligaba a sus habitantes a convivir en una suerte de mezcolanza social, por la que palacios que parecían fortalezas acompañaban a casitas, cuya modesta apariencia contrastaba con el lujo de los escudos que decoraban sus entradas. Con estas características, la población de Pamplona y sus espacios de ocio, se configuró la estructura musical de la Perla del norte.

La Dirección General de Cultura – Institución Príncipe de Viana ha editado el libro titulado Música y músicos en un espacio urbano. Pamplona a mediados del siglo XIX, elaborado por la doctora en Artes y Humanidades de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), Rebeca Madurga. Una obra que presenta información inédita, dada la escasez de investigaciones que estudien la música y los músicos de Pamplona en el siglo XIX. Así, dicho periodo de la capital navarra cobra vida desde una perspectiva que relaciona las dinámicas musicales, institucionales y personales con el espacio urbano y la vida económica y política de la ciudad.

La doctora Rebeca Madurga, junto al director del Servicio de Archivos y Patrimonio Documental del Gobierno de Navarra, Joaquín Llansó.

La publicación se centra en el ámbito cronológico que comprende el periodo entre la primera y la última guerra carlista. La autora considera esta época de “especial interés” para su estudio por dos motivos. En primer lugar, la importancia de la vida musical en Pamplona durante estos años es fruto de la estabilidad política del país que dio lugar a “una época económica próspera y a un posterior interés generalizado de la sociedad por la cultura y la búsqueda de nuevas formas de ocio”.

En segundo lugar, a lo largo del periodo indicado se dieron “numerosos cambios significativos en las dinámicas musicales gracias al impulso de los consistorios liberales”. Entre otros, surgieron iniciativas musicales de primer orden como la Escuela de Música Municipal que dará lugar al Conservatorio Pablo Sarasate, primera institución pública de enseñanza musical creada en España, y al Orfeón Pamplonés.

LOS ESPACIOS

La obra se estructura en seis capítulos con un punto en común: el espacio urbano. En el primero, Madurga expone la geografía musical de Pamplona y describe el mapa sonoro de la ciudad que incluye los espacios en los que se desarrollaba esta actividad, ilustrado con planos e imágenes de la localidad.

A continuación, la autora dedica gran parte de la obra a los músicos, tanto compositores como intérpretes, detallando sus modos de vida, formación y sus relaciones con otros profesionales. También resalta la aportación de los impulsores de distintas iniciativas musicales que surgieron tanto en el ámbito público como privado y el papel de los consumidores musicales que favorecieron su sostenimiento.

El claustro de la Catedral de Pamplona, fotografiado en 1985.

A partir del segundo capítulo y hasta el final de la obra, Madurga desarrolla un amplio recorrido por los principales espacios musicales de Pamplona, explicados de manera detallada e incluyendo datos desconocidos hasta la fecha de publicación de la presente investigación. Así, estudia la actividad musical en iglesias y monasterios. En concreto, se analiza la estructura y evolución de la Capilla de Música de la catedral y se examina la actividad compositiva que realizaban los músicos catedralicios.

En el siguiente capítulo, la autora pone el foco en “la necesidad de la enseñanza musical pública y la formación del músico”. Investiga así el caso de la Academia Municipal de Música y de la Escuela de Música de la Casa de la Misericordia.

Posteriormente, Madurga dedica un capítulo al Teatro Principal, ya que fue el “espacio musical profano” más destacado de Pamplona desde su inauguración el 1841 y a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Además, fue “el único lugar de la ciudad que reunió actuaciones musicales conjuntas de gran parte de la población”. El libro incluye ejemplos de distintos conciertos públicos que se celebraron, y explora la creación de una orquesta fija del teatro que sirviera de acompañamiento musical para las compañías líricas.

Otro de los capítulos se destina a los salones privados, las sociedades y los cafés pamploneses. La autora indica cómo los salones privados se convirtieron en “espacios de esparcimiento para la sociedad pamplonesa de clase alta y en escenario de múltiples conciertos a cargo de aficionados y músicos locales”, mientras que las sociedades y cafés se presentan en el estudio como “espacios más accesibles para las clases menos privilegiadas”. El Nuevo Casino y el Orfeón Pamplonés son casos representativos de este fenómeno.

LAS COSTUMBRES PAMPLONESAS

Quiosco de madera en un rincón de la Plaza del Castillo antes de 1878.

Por último, la obra aborda diversas prácticas musicales que tuvieron lugar en las calles de Pamplona como las dulzainas o dulzaineros y los juglares. También se menciona a distintas bandas municipales que emergieron a lo largo del siglo XIX, entre otras, las de la Milicia Nacional, las de la Academia Municipal de Música y de la Escuela de Música de la Casa de la Misericordia y la Euterpe Navarra.

Para concluir, Madurga hace referencia a dos prácticas callejeras surgidas en Pamplona: el paseo de las doce y la música interpretada por la agrupación estudiantina.

La publicación tiene una tirada 400 ejemplares. Se puede adquirir a un precio de 18 euros en la tienda de publicaciones del Gobierno de Navarra, ubicada en la calle Navas de Tolosa de Pamplona y en librerías.

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