Como otros retratistas de su época, Rembrandt estuvo condicionado por un mercado sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. No obstante, a diferencia de sus competidores, él no dejó que la opinión de sus clientes o colegas interfiriera con su propio arte no convencional. Por este motivo, la retrospectiva organizada por el Museo Thyssen permite apreciar en su justo valor su verdadera aportación al arte del retrato.
Así, desde sus inicios, a principios de la década de 1630, Rembrandt dio a sus modelos una libertad de movimiento poco usual. Como uno de sus coetáneos Frans Hals en Haarlem, nuestro protagonista abrió nuevos caminos, inmortalizando a sus clientes en poses dinámicas que sugerían interacción con el espectador e incorporando al género del retrato aspectos que había desarrollado ya en sus escenas mitológicas, religiosas o de historia, como las cualidades narrativas, el uso del claroscuro o la representación de las emociones humanas.
A lo largo de los años se fue centrando cada vez más en los rasgos esenciales de sus modelos, en especial en los rostros. Sus pinceladas enérgicas, especialmente en su última época, han llevado a los expertos a especular sobre los objetivos artísticos del pintor, más interesado en la representación de caracteres que en el parecido físico del retratado. En esta misteriosa cualidad radica el secreto de la atracción que ejercen hoy en día sus retratos, incluso 350 años más tarde, sobre el público que los observa y que hoy podemos disfrutar en el Thyssen.
Pero Rembrandt no estaba solo ni era un genio aislado. En Ámsterdam había un nutrido grupo de retratistas que respondía a una alta demanda del mercado. Su talento pudo florecer gracias al auge de la economía holandesa, que enriqueció a muchas personas: antiguas familias de la ciudad, hábiles inmigrantes de otras localidades o países y, por supuesto, a la propia ciudad. Sus habitantes necesitaban viviendas adecuadas y las organizaciones cívicas, lugares de reunión representativos. De esta manera, los retratos se convirtieron en una necesidad para cualquiera que dispusiera de suficiente espacio en la pared y anhelara ser recordado.
En ellos aparecen matrimonios, artesanos trabajando, niños, eruditos, hombres de negocios de éxito y, por supuesto, los propios pintores. Un lugar especial lo ocupan los espectaculares retratos de grupo: familias, gobernantes -tanto hombres como mujeres-, miembros de la guardia cívica, cirujanos impartiendo su lección de anatomía… Todos ellos, en su conjunto, ofrecen la panorámica de una sociedad en la que los retratos servían como recuerdos de la virtud cívica y eran motivo de orgullo personal.
A partir de ahí, el recorrido de la exposición sigue un orden cronológico a lo largo de nueve capítulos. Las primeras salas están dedicadas a la tradición del retrato inmediatamente anterior a la llegada de Rembrandt a Ámsterdam y el inicio de la renovación del género. Les sigue un espacio centrado en sus comienzos como retratista y varias salas cronológicas que presentan a ‘Rembrandt y sus rivales’, para terminar en ‘Los años finales’ con obras de entre 1660 y 1670.
En mitad del recorrido, por su parte, hay un espacio dedicado a los retratos de género y de pequeña escala, y se reserva un último capítulo a su trabajo como grabador, con una destacada selección de retratos privados y autorretratos.
Debemos señalar, igualmente, la presencia a lo largo de los distintos capítulos, en función de su cronología, de magníficos ejemplos de los denominados tronies (del holandés tronie, que significa ‘rostro’). Se trata de un tipo de retrato específico holandés en el que no se representa a una persona en concreto, sino el busto de un personaje con determinadas poses o expresiones faciales. Dicha figura, además, viste ropajes generalmente exóticos o llamativos. Estas obras servían para estudiar no solo la expresividad de los rostros, sino también la composición y la luz.
Finalmente, la retrospectiva se completa con un gran retrato colectivo de una guardia cívica, realizado por Frans Badens, que, por sus grandes dimensiones (186 x 362 cm), se expone justo en el hall de entrada al museo. A sus pies, podemos rendir homenaje al maestro con una de sus frases más célebres. Una sentencia que, llegada la ocasión, puede servir perfectamente para resumir el espíritu de todo lo que hemos podido disfrutar con esta exposición: “El pintor persigue la línea y el color, pero su fin es la Poesía“.