La semana pasada participé de la jornada ‘Empresas sostenibles y competitivas, ¿cómo nos preparamos?‘, organizada por la Confederación Empresarial Navarra (CEN) en el marco del séptimo aniversario de la aprobación de los ODS. El objetivo de esta cita fue informar y ayudar al tejido empresarial a acelerar su avance hacia la consecución de la Agenda 2030.
Fue interesante escuchar de primera mano algunas de las buenas prácticas que ya se están llevando adelante aquí. Sin embargo, debo confesar que lo más valioso para mí fue escuchar los desafíos a los que se enfrentan las empresas navarras para integrar la sostenibilidad.
No hay duda de que los retos que tenemos por delante son muchos. Creo que la clave está en comprender la necesidad de abordarlos desde una mirada 360º, que nos exige abrazar la complejidad y adentrarnos en la aventura de repensar no solo para qué hacemos lo que hacemos, sino también cómo lo hacemos.
Lamentablemente, no existen las soluciones mágicas. Por eso, en mi humilde opinión, creo que integrar la sostenibilidad en la estrategia empresarial, además de cambiar la mirada, nos propone revisar cómo está nuestra cultura corporativa. Porque es ahí donde podemos encontrar las claves para mejorar nuestro impacto en su triple dimensión económica, social y medioambiental.
“La innovación es un driver para la mejora en la productividad, la ventaja competitiva y la generación de valor empresarial”.
¿Cómo nos preparamos para ser empresas más sostenibles? ¿Qué tipo de cultura tenemos? ¿Cuál es la cultura que necesitamos? En este sentido, tanto la literatura como la práctica profesional coinciden en que la innovación es un driver para la mejora en la productividad, la ventaja competitiva y la generación de valor empresarial.
Ahora bien, si las innovaciones son fuente de competitividad y generadoras de ventajas competitivas, estas deberían asentarse sobre un modelo de cultura de innovación abierta. Por eso resulta pertinente preguntarnos si nuestra cultura es una cultura de innovación abierta y si se fundamenta en los principios de la flexibilidad, la integración y el aprendizaje.
En palabras del catedrático Eduardo Campos, estos tres principios constituyen las condiciones que favorecen el carácter adaptativo de la cultura. Por un lado, la flexibilidad es necesaria para que la organización pueda ser lo suficientemente dúctil frente a los cambios, tanto endógenos como exógenos, que le afecten. La integración, porque facilita incorporar aquellos conocimientos complementarios procedentes de los distintos agentes e instituciones. Y el aprendizaje, puesto que las organizaciones deben estimular una formación tanto individual como grupal y corporativa para generar y absorber conocimientos.
María Eugenia Clouet
Consultora especialista en transformación organizacional, sostenibilidad e innovación social – Facultad de Económicas Universidad de Navarra