Abrir los ojos. Entornarlos. Acercarte un poco más. Retroceder para tomar distancia. Y descubrir que, en cada paso, la obra enfrente de ti cambia. Se mueve. Te absorbe. Te embauca. Detrás de todo eso está Victor Vasarely (1908-1997) y su peculiar forma de entender el arte, de hacerlo matemático, geométrico, espacial, óptico. Con él llegó la revolución y ahora ésta desembarca en España. El Museo Thyssen-Bornemisza acoge del 7 de junio al 9 de septiembre una exposición que pretende acercar al público español la genialidad de este artista húngaro. Nada más y nada menos que 88 obras de arte y dos películas permitirán conocer mejor al que fuera el padre del Op Art, arte óptico, a mediados del siglo pasado.
Porque él fue el precursor de una forma distinta de entender el arte, de hacer arte. Él, que iba para médico pero comenzó a trabajar como diseñador gráfico, quiso ir más allá de la pincelada limpia y clara, de la plasmación real de las cosas y las personas. Amante de lo abstracto, no se conformó sólo con eso y quiso conjugarlo con la geometría. Aprendió a estirar y encoger sus creaciones, a combinar colores, a jugar con las perspectivas y las dimensiones, a dotar de volumen lo plano, a hacer palpable y moldeable lo que a priori es llano.
Una importante selección de sus pinturas y esculturas recorren ahora su evolución a lo largo de sus 91 años de vida. Aquellos en los que experimentó primero con la figuración, aunque ya intrigado por las paradojas ópticas. Cuando, un poco después, descubre su pasión por dotar de volumen sus obras e incorpora materiales nuevos, como las planchas de vidrio, acrílico o plástico transparente, superpuestos para crear movimiento. O la época en la que su inspiración está en la naturaleza y en las construcciones que le rodean, en los cantos rodados y las casas de piedra, en los meandros y en los azulejos de colores. Para después pasar al blanco y negro, expresión máxima del arte cinético, de ese arte en movimiento, de ese juego de luces y sombras que hacen que las pinturas bailen en el lienzo y las esculturas giren sobre sí mismas.
Y, pese a todo, Vasarely aún tenía más para ofrecer. La multiplicidad y permutabilidad como base artística, la producción industrial como inspiración y su reproducción, y las distorsiones cóncavo-convexas de las estructuras… Toda experimentación era válida para lograr esa atracción, esa mirada curiosa de quien se para ante un cuadro y confirma que no son una sino varias las obras que se mueven dentro de él. Porque la pasión de este artista húngaro estaba en la ambigüedad de formas y de perspectivas, en los efectos ópticos y en las imágenes inestables. Fue el primero de un puñado de artistas que apreció esa versatilidad del arte. Fue, en definitiva, el precursor de una nueva tendencia. Una en la que dominan las líneas paralelas, rectas y sinuosas, los cambios de formas y tamaños, las figuras geométricas simples y los contrastes de color. De ahí su enorme valor artístico.
Es por ello que el Museo Thyssen-Bornemisza quiere rendirle ahora este homenaje en forma de exposición. Para ello ha contado con la colaboración del Museo Vasarely de Budapest y el Museo Victor Vasarely de Pécs, su ciudad natal, así como de la Fundación Vasarely de Aix-en-Provence (Francia) donde residió la mayor parte de su vida. Los tres centros, así como varios coleccionistas privados, han cedido sus obras para esta exposición temporal, para ofrecer, así, la visión más completa posible de este gran artista.
Con motivo de esta muestra, se ha editado un catálogo en inglés y en español, y se ha elaborado una publicación digital, que está disponible en la app gratuita Quiosco Thyssen para tabletas y smartphones, también en ambos idiomas. Así pues, la invitación está lanzada.