jueves, 12 diciembre 2024

Cimientos para una reconstrucción

El autor destaca que la sociedad, la empresa, los valores y la conciencia de futuro son los cimientos sobre los que debemos rearmarnos tras la pandemia.


Pamplona - 16 junio, 2020 - 12:22

Javier Ongay.

Javier Ongay.

Adolfo Cabrales Mato, o simplemente Fito en los ambientes musicales de la gente joven y no tan joven, versionó hace tiempo una composición del recordado Javier Krahe, de título“Nos ocupamos del mar”. Es un canto al esfuerzo compartido…

“… cada uno según nuestro talante:

yo lo que tiene importancia,

ella todo lo importante”.

Sirvan estos versos como pie para el tema con el que me asomo, en tiempos de post-Covid, al ingente trabajo que nos espera para evitar que el edificio social, económico y moral sufra más daños y, sobre todo, para procurar que su reconstrucción mejore el original que, a la vista está, adolece de graves fallos estructurales. ¿Hay cimientos posibles para la reconstrucción? Necesitamos que los haya, aunque signifique cambiar hábitos y andamios mentales y, principalmente, enfrentarse al mañana sin miedo al sentido común ni pudor ante la desnudez ideológica que quizá se nos exija. Manos, pues, a la obra y los pilares sobre los que, en mi opinión, deberá sustentarse.

LA SOCIEDAD CIVIL

La forma en que nos organizamos tiene una composición piramidal. Arriba, aquellos a quienes cedemos y consentimos el poder, sea del tipo que sea, mientras la inmensa mayoría ocupamos la base de sustentación y suministramos la energía y la razón de ser del conjunto. A esta base es a la que me refiero con la expresión “sociedad civil”, distinta de colectivos políticos, económicos, religiosos o de cualquier otro tipo que, en términos cuantitativos, son anecdóticos respecto a la gran masa social y en términos cualitativos no levantan más pasiones que las de un domingo futbolero.

“Aunque no esté en unas manos sino en las de todos, el poder de la sociedad civil siempre es tentador. El populismo intenta apropiárselo”.

Hablo por tanto del ciudadano de a pie, del que debe lidiar con un trabajo o con una “demanda” de empleo; del que vive satisfecho en general o se mantiene vivo generalmente insatisfecho; del que recorre el jardín de su casa con solo pasar la vista por el alfeizar de la ventana; del que si no tiene deudas es por suerte y, si no tiene suerte, no será por no tentarla a golpe de Cuponazo. Hablo del “mortal” con el que nos cruzamos en el supermercado, en el centro de salud, en el chiringuito de la semana de sol y playa, en Zara y en el cine, en misa y en Facebook. Eso, en fin, que llaman “pueblo” como colectivo de personas en el que reside la fuerza de cualquier giro social.

Pero, aunque no esté en unas manos sino en las de todos, el poder de la sociedad civil siempre es tentador. El populismo intenta apropiárselo haciéndonos creer que son de los nuestros y que solo lo necesitan en usufructo. Enfrente, movimientos excluyentes como nacionalismos o cualquier otro reducto identitario lo pretenden para regalarnos una marca exclusiva. Y, más allá, los elitismos de diverso tipo lo buscan porque tan repartido el poder vale muy poco. Por eso, tomar conciencia de que nuestro destino lo tenemos en propiedad es el primer paso.

La sociedad civil, la gente, nosotros y no los políticos, para entendernos, tendremos que sostener los nuevos tiempos o no habrá otro tiempo, ni nuevo ni mejor. Como sociedad libre y no manipulada, somos capaces de todo. Como personas inteligentes hemos de ser también capaces de asumir ciertos condicionamientos y algún orden para que la libertad individual no se convierta en caos colectivo. La sociedad civil, esa que no necesita espejos que la adulen, habrá de poner el primer pilar en forma de compromiso.

LA EMPRESA

Nuestra supervivencia, salvo excepciones, se teje alrededor de los recursos económicos que nos proporciona el trabajo remunerado. Este elemento tiene como escenario la empresa que, en su sentido más amplio, podemos definir como una organización productiva de bienes y servicios. Enfrente está el Estado con una “maquinaria” que es imprescindible, pero cuya existencia se sostiene sobre la necesidad y la inercia, no sobre la rentabilidad puesto que cuenta con un “accionariado” silencioso y obligado. Si la empresa debe pasar el examen permanente de su cuenta de resultados, el Estado puede esconderse en la burocracia y en los supuestos e inagotables recursos públicos, a los que siempre les quedará la deuda para los que vengan.

Podemos criticar a la clase empresarial, tanto como a la trabajadora. Pero habremos de reconocer que sin empresa (trabajo y capital), la sociedad no se sostiene porque se queda sin el motor que impulsa el bienestar y la misma supervivencia de la sociedad.

“Sin empresa, la sociedad no se sostiene porque se queda sin el motor que impulsa el bienestar y la misma supervivencia de la sociedad”.

No hay mejor prueba de todo esto que la realidad que estamos viviendo y las perspectivas que se anuncian. El conoravirus se ha cebado con la salud de miles de personas, demasiadas sin duda, pero también ha “contagiado” a miles de millones poniendo en dificultades su resistencia económica, sencillamente porque las empresas han debido pararse. Según la OCDE, el descenso del PIB mundial estará entre el 6,1 y el 7,6 %, y el español caerá, siendo optimistas, un 11,1 %. Sorprende que una pausa apenas algo mayor que unas vacaciones escolares haya producido tal pandemia económica, con“fallecidos” que se cuentan por empresas cerradas, y “contagiados” por parados, ERTE y colas ante los comedores sociales.Si hemos de asentar en firme la nueva supervivencia, habrá de ser sobre el pilar de los recursos que solo el trabajo nos proporciona y solo la empresa crea.

LAS CONVICCIONES MORALES

Para lo bueno y lo malo, la catadura moral de estos seres con ánima que somos se desnuda en situaciones extremas como la vivida. Por la pantalla de las televisiones y las portadas de los periódicos han pasado héroes y villanos sin solución de continuidad. La picaresca de unos ha ido por el carril contiguo del sacrificio de otros; la incompetencia de aquellos ha caminado junto a la sabiduría sin estridencias de estos; el reproche, la mentira y el eslogan vacío han ocupado a veces el espacio que debían ocupar la colaboración, la verdad y la responsabilidad.

Somos, individual y colectivamente, una rara amalgama de virtudes y defectos. Y, por eso, convendría siquiera extraer de esta experiencia la necesidad de aplicar un “quitamanchas”, o directamente el bisturí, sobre algunos de los valores que nos dirigen.

“El reproche, la mentira y el eslogan vacío han ocupado a veces el espacio que debían ocupar la colaboración, la verdad y la responsabilidad”.

Nuestros descendientes es posible que cometan errores parecidos porque serán también hijos de la misma naturaleza. Pero al menos podrán reconocer nuestro esfuerzo por mejorar al género humano en lo que de verdad importa, que es su comportamiento moral, no como destino sino como vehículo con el que debemos recorrer el camino.

Facebook ha suprimido en 2020, 9,6 millones de publicaciones por considerar que exhiben o fomentan el odio. Y eso aun cuando Mark Zuckerberg no parece especialmente proclive a tales “censuras”. Sirva como ejemplo de que si no entendemos que es imprescindible dar la vuelta al calcetín de algunos de nuestros criterios morales, no habrá futuro mejor que el presente que queremos olvidar. Valores como la justicia, la solidaridad, la responsabilidad, el entendimiento y otros tendrán que convertirse en pilares de la nueva vida que queremos. Si no es así, iremos a peor porque el edificio en el que convivimos estará apoyado en las arenas movedizas de la mediocridad moral, que ahora nos avergüenza más de lo que nos gustaría.

VISIÓN DE FUTURO

Ben Hammersley, experto en tecnología y editor de la revista Wired UK, afirmó hace poco que “los cambios previstos para los próximos diez años han ocurrido en apenas seis semanas”. Cierto. El futuro ya no es lo que era porque, entre otras cosas, llega cada vez antes y nos pilla cada vez más desprevenidos.

Las últimas semanas, si bien aún no somos del todo conscientes, hemos vivido como testigos y al mismo tiempo protagonistas, una auténtica revolución. Las “normas” en sanidad, educación, convivencia familiar, relaciones sociales, trabajo, política… han saltado por los aires. Lo normal ha dejado de ser la norma.  A partir de aquí, las pautas de comportamiento, en esos y otros ámbitos, se diseñarán en buena medida con la improvisación a la que ahora nos hemos visto obligados, hasta convertirse con el tiempo en una normalidad diferente.

“Los cambios previstos para los próximos diez años han ocurrido en apenas seis semanas”.

Necesitamos, pues, visión de futuro como cuarto elemento de sustentación. El corto plazo no llega ni a corto, y el calendario pasa a la velocidad de las películas antiguas. Habrá que mirar más allá para construir soluciones duraderas, quizá menos vistosas pero más generosas.

La sorpresa y lo inesperado siempre estarán a la vuelta de la esquina (ojalá, por fin, lo hayamos aprendido), pero eso convierte la previsión en la mejor protección. Hemos descubierto que la enfermedad puede llegar sin síntomas ni avisos previos, que la economía se tambalea con peligrosa facilidad, que la política es demasiado miope como para confiar en ella…. La enseñanza es que estamos obligados a proyectarnos más allá de las circunstancias que ahora nos rodean para que las sorpresas del futuro no vuelvan a destruir la parte del pasado que tanto nos gustaba.

En resumen, sociedad, empresa, valores y conciencia de futuro son, creo, cimientos necesarios para la reconstrucción.

… Y el estribillo inicial merece otro al final, este de Sabina en su“Tiempo después”:

“Tiempo después de amanecer

la cosa está más negra que antes de ayer.

Se envenenó pronto el limón

del limonero de la revolución.”

Ojalá entre todos le quitemos la razón.

Javier Ongay

Consultor de Comunicación y Marketing

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