Llevamos apenas unos minutos de conversación trivial cuando Cristina García nos sorprende al contarnos que, con la mayoría de edad recién cumplida, su deseo era convertirse en misionera seglar. Esa aspiración no solo se apoyaba en unas convicciones religiosas y espirituales -que todavía mantiene-, sino también en una idea concreta de cuál era su lugar en el mundo. “Quería aprender a plantar lechugas para luego irme a ayudar a África. Creía que el hambre se acabaría enseñándoles a cultivar”, rememora. Aquel idealismo juvenil se recondujo cuando comentó los planes que tenía entre manos con un sacerdote de su parroquia, José María Cirarda, quien años más tarde se convertiría en arzobispo de Pamplona y Tudela. “Me dijo: ‘Primero fórmate, estudia, y cuando tengas algo que ofrecer a esos pueblos, hablaremos’. Y entonces pensé: ‘Vale, pues cuando tenga mi carrera me voy a África’”.
Con esa determinación, esta “buena alumna, formal y, sobre todo, muy trabajadora” se matriculó en Ingeniería Técnica Agrícola en la Escuela de Peritos Agrícolas de Villava, entonces dependiente de la Universidad Complutense de Madrid. La titulación escogida no era ninguna casualidad: lleva la huerta en la sangre. En su tierra natal, Burgos, el padre de García tenía terrenos y la familia vivía del campo. Nuestra entrevistada llegó a la Comunidad foral “muy pequeñita”, a los cinco años, pero la herencia de su clan permaneció intacta. Cuando terminó la carrera -especializándose en el ámbito de las industrias agroalimentarias- aquel anhelo suyo de viajar al continente africano tuvo que aprender a convivir con otras aspiraciones que cada vez iban ganando más peso: comenzar su andadura profesional, formar un hogar, convertirse en madre…
Tras su primer paso por la universidad, participó en un proyecto de investigación para el Gobierno de Navarra, desarrollado en Laboratorios del Ebro (con posterioridad, la entidad pasó a ser el Centro Técnico Nacional de Conservas Vegetales y, en 2003, se reconvirtió en el Centro Nacional de Tecnología y Seguridad Alimentaria -CNTA-). Después se incorporó a Conservas Ja’e y, meses más adelante, se integró en el Departamento de Compras de Conservas Taboada hasta que la Corporación Agroalimentaria Ibérica (CAI) se hizo con la firma: “En ese momento, me transfirieron a El Pamplonica. En esa empresa estuve poco tiempo porque se produjo una quiebra y, lógicamente, los últimos en entrar fuimos los primeros en salir”. Lo cuenta ahora sin titubeos ni dramatismos, con la templanza que brinda el paso de los años, convencida de que el esfuerzo “siempre tiene recompensa tarde o temprano, aunque quizá en el momento no se vea”.
“El esfuerzo siempre tiene recompensa tarde o temprano, aunque quizá en el momento no se vea”
Se vio entonces en una disyuntiva: seguir apostando por la industria agroalimentaria, lo que de facto implicaba asentarse en la Ribera navarra, o dar un giro a su carrera profesional para permanecer en Pamplona. “Mi padre estaba muy enfermo entonces y quería acompañarlo, cuidarlo y ayudarle en casa”. Así que decidió quedarse en la capital navarra, compaginando esas obligaciones familiares con la incursión en nuevas aguas -bueno, no tan nuevas, ya descubrirá el lector por qué-. García se convirtió en consultora, se formó en Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y montó el Departamento de Formación Empresarial en Foro Europeo. “A ese mundo estaba ligada porque a los 16 años comencé a dar clases particulares a niños con dificultades de aprendizaje”, revela. Su historia nos recuerda a la de Cecilia Wolluschek, con quien charlamos hace unas semanas, que también montó su propia “academia” en la adolescencia y que, al igual que García, decidió quedarse en Pamplona por amor.
Llegadas a este punto, resulta oportuno repasar la trayectoria de la actual directora general del Clúster de Tecnología y Consultoría de Navarra (ATANA). Ocupando siempre puestos de gestión, García fue directora de una academia de idiomas, directora comercial en Diario de Navarra, directora de Comunicación en Miguel Rico y Asociados, consultora técnica en Navardata y directora general en la extinta revista Negocios en Navarra. Por el camino fundó su propia consultoría -que mantuvo desde 2006 hasta 2013- y asumió la coordinación de la Asociación de Inmobiliarias de Navarra (AINA), así como la Dirección Ejecutiva de la Asociación Navarra de Empresas de Consultoría (ANEC). En la actualidad, compagina estos dos últimos cargos con sus responsabilidades en el clúster, donde aterrizó en 2019.
Aunque todo ese rico camino profesional merecería un reportaje aparte, nos tomamos la licencia de desviarnos de la ruta. Volvamos, pues, a su faceta como formadora. García nos da la segunda sorpresa del día: resulta que, al margen del trabajo que desempeña de lunes a viernes, los sábados da clases particulares desde las 8:30 hasta las 13:30 en el centro Aula2. “Apoyo a chavales que quieren presentarse al previo de Medicina en la Universidad de Navarra -revela-. Tienen unas pruebas muy exigentes de Física, Química, Biología y yo les ayudo a repasar todo el temario de primero y segundo de Bachiller. Lo disfruto mucho y tengo mucha suerte, porque son alumnos brillantes”.
SU FACETA DOCENTE
La directora general de ATANA obtuvo el Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP) -un requisito imprescindible para ejercer la enseñanza secundaria en España antes de la entrada en vigor del Plan Bolonia- en la misma institución universitaria a la que desean entrar sus pupilos. Y, además, ha impartido cursos de formación para formadores y en el Instituto de Formación y Estudios Sociales (IFES) de UGT.
“Creo que esa faceta se extiende a muchos otros ámbitos de la vida. El consultor también debe tener ciertas dotes de formación, porque los cambios en las organizaciones hay que implementarlos teniendo en cuenta a las personas, respetando su idiosincrasia, su manera de asimilar, reaccionar e implementar las cosas. Los cambios no se pueden implantar de manera brusca porque entonces no funcionan. Tarde o temprano, aquello se rompe. Creo que desde la formación y el cariño en las organizaciones se consiguen muchas cosas”.
“Mi madre trabajó como una mula para sacarnos adelante. Sus cinco hijos tenemos una carrera universitaria gracias a su tenacidad y esfuerzo”
Si el campo le viene de familia, la docencia no se queda atrás. García ha tenido la suerte de contar con una madre “modelo, de esas que besas por donde pisa, con una parcela del cielo a su nombre”. ‘Socorrito’ López, según nos cuenta la penúltima de sus cinco hijos, nació unos días después de que estallara la guerra civil española; se mudó a Madrid con 17 años para estudiar Geología; sacó después la cátedra de Biología; fue “una de las primeras mujeres de su generación” en conducir; y, después de casarse, comenzó a dar clase en un instituto de Burgos. Tras volver a Pamplona asumió dos trabajos: por la mañana impartía clases en el Colegio FEC Vedruna (Carmelitas) y, por las tardes, en el instituto Ximénez de Rada. Así, “sin cogerse ni una sola baja”, hizo malabares durante más de tres décadas.
“Mi padre estaba enfermo -explica- y mis abuelos maternos vivían con nosotros. Éramos nueve boquitas que alimentar. Ella trabajó como una mula y no solo para sacarnos adelante, sino también para darnos una buena educación. Todos sus hijos hicimos una carrera universitaria y recibimos una formación sólida gracias a su tenacidad y a su esfuerzo. Eso que recibes de pequeña forja todo después…”, explica.
A García ya le ha tocado cultivar ese legado: tiene tres hijos, de 27, 25 y 21 años. “Todos han sido de notas espectaculares, muy trabajadores. He tenido mucha suerte, para mí ellos son lo más. Soy muy mamá gallina. Si me preguntan cómo me definiría, diría que como madre. Yo realmente soy muy madre -admite- y luego muy profesional”.
Con toda la formación recibida a sus espaldas -cuenta con un máster en Gestión y Administración de Empresas por la Universitat Politècnica de València (UPV), cursó un programa de Comunicación empresarial en ESIC Business & Marketing School y otro de Gestión y Administración de Fundaciones en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)-, la directora general de ATANA resume su labor en el clúster con una reflexión.
“El crecimiento empresarial pasa por definir una estrategia que, en la mayoría de los casos, se apoye en la implementación de tecnología. La tecnología no es un fin en sí misma -expone-, sino un medio para conseguir unos objetivos previamente definidos”. Eso sí, a nivel personal aún tiene varios objetivos en la cabeza. Y una de sus “asignaturas pendientes”, precisamente, es emprender el viaje a África con el que sueña desde su juventud.