No hay bien más preciado que la vida. Y unida a ella, la integridad personal, sin que en materia de prevención sea conveniente hacer distinciones por la fina y arriesgada línea existente entre ellas. En el mundo laboral se suele decir que, a veces, la diferencia entre un accidente sin baja y uno mortal, -por ejemplo, en la caída de una carga-, el factor diferencial puede ser simplemente que alguien pase por debajo. Por eso es necesario estudiar y prevenir todos los accidentes.
Consecuentemente, nuestro sistema jurídico reconoce el derecho del trabajador a que su salud sea protegida eficazmente; y aun no siendo estrictamente ese derecho la esencia de la relación laboral, – en puridad lo es el intercambio de trabajo por dinero-, la principal preocupación del empresario y de sus directivos, debe ser preservar de cualquier daño a todos los trabajadores bajo su área de responsabilidad, incluyendo subcontratas y todo tipo de prestaciones que se desarrollen alrededor de la actividad económica.
Por tanto, conseguir que un día tras otro las personas que trabajan para una empresa, -independientemente de su estatus jurídico-, vuelvan a sus casas sin daño físico, ni sicológico, es la primera obligación constitucional, jurídica y ética de todos quienes tenemos responsabilidades en las organizaciones.
No basta con decirlo o pensarlo. Ese es el punto de partida. Para ello, conforme a las particularidades de cada organización, hay que desarrollar políticas y medidas eficaces que deben adaptarse, evolucionando, tanto al estado de la técnica y la gestión, como a una mayor conciencia socioeconómica.
Hoy, en las organizaciones más comprometidas, sus Políticas de Promoción de la Salud inciden más allá de lo puramente laboral.
Para entender esa deseable evolución acudiremos a una analogía. La evolución de la antes denominada Seguridad y Salud en el Trabajo (y aun “Seguridad e Higiene”), guarda paralelismo con la gestión del mantenimiento de las instalaciones y equipos. El mantenimiento, -décadas ha-, nació como correctivo: reparar lo averiado. De ahí se avanzó al preventivo, y, por último, las organizaciones más avanzadas gestionan mediante el predictivo, analizando posibles fallos futuros y actuando con mucha anticipación. Este enfoque se ha impuesto en las organizaciones más exigentes y avanzadas.
En la gestión de personas, la evolución no debiera ser diferente: de atender en un primer momento a los daños y lesiones tras su producción (papel de las Mutuas, y herramientas como la investigación de accidentes), la Ley de Prevención de Riesgos Laborales de 1995 introdujo el concepto de Prevención de Riesgos con una óptica más integradora, anticipadora y profunda. Pero no es suficiente. Hoy, en las organizaciones más comprometidas, -a manera de mantenimiento predictivo-, afortunadamente, se da el paso a Políticas de Promoción de la Salud de los empleados que inciden más allá de lo puramente laboral.
Al mismo tiempo, se amplía el campo de actuación a los factores sicosociales y el bienestar general, conforme la definición salud de la OMS. La persona es una. Lo laboral y lo extralaboral, lo físico y lo síquico, no pueden seguir siendo considerados conceptos independientes y gestionados fragmentariamente. En ese sentido, las empresas, con sus medios y capacidades de gestión, actúan como identificadores y facilitadores de políticas de promoción de la salud que el empleado, de forma voluntaria, podrá asumir, -siempre respetando su esfera personal-, beneficiándose de nuevas oportunidades de mejora de su salud, para lo que resulta imprescindible su participación y compromiso.
AVANZAR EN EL COMPROMISO
Conseguir que las personas que trabajan para una empresa, vuelvan a sus casas sin daño físico, ni sicológico, es la primera obligación de quienes tenemos responsabilidades en las organizaciones.
Pero el compromiso empresarial tampoco es unánime. Es necesario seguir concienciando. Y a quien no se le convence ni por la obligación jurídica, el compromiso ético o el temor a las potenciales sanciones, -por ser un Mr. Scrooge avaro y egoísta-, podremos intentar mostrarle los perjuicios económicos directos de las ausencias y/o lesiones, sin olvidar los intangibles.
Definir un método de cálculo de costes directos e indirectos de la gestión de las bajas, -tarea menos difícil de lo que parece, y que, una vez hecha, no es compleja de actualizar-, suele impresionar a los más desalmados y economicistas en una época en la que la rentabilidad no tolera costes improductivos. No es el mejor argumento, pero suele resultar eficaz. Todo ello, en aras de avanzar en el compromiso de desarrollar empresas más saludables, más humanas, más seguras y más inclusivas como nos recuerda este Día Mundial de la Seguridad en el Trabajo.
F. Javier Morrás Iturmendi
Director de Personas en Gesinor Prevención y
profesor de RR.HH. y RR.LL.
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