Siempre sintió curiosidad por inventar cosas. Desde los seis años tenía claro cuál sería su camino: científico. En las calles de un pueblo cercano a Caracas, no muy próspero, vivía en libertad. En los años sesenta, no había miedo a que los niños jugaran a sus anchas en plazas y rincones. Allí era donde Louis Gerardo Holder, CEO y líder de desarrollo de AgroPestAlert, imaginaba nuevos proyectos “todos los días”. “Muchos no terminaban en nada, pero me entretenía”, confiesa a Navarra Capital.
Desde niño, Gerardo pasaba las horas imaginando nuevos proyectos: “Muchos no terminaban en nada, pero me entretenía”.
Transmite tranquilidad. Su tono de voz es pausado, como si antes de hablar pensara unos instantes en lo que va a decir. A pesar de las dificultades a las que se ha enfrentado en algunos momentos de su vida, se siente afortunado. Entre otras cosas porque pudo disfrutar “lo mejor de Venezuela”: “Mi hogar era de clase media trabajadora. Pero al ser seis hermanos, el presupuesto era justo. Sin embargo, gracias a becas que conseguimos, todos fuimos graduados universitarios”. De hecho, estudió Biología en la Universidad Simón Bolívar, una de las más prestigiosas del país. “Siempre tuve atracción hacia el desarrollo, los inventos, el mundo vivo, la naturaleza, las células…”, rememora.
Su carrera ha sido amplia y prolija. Comenzó estudiando el sida cuando casi no se conocía, desarrolló un proyecto para la cría de mejillones… Pero entonces comprendió que le faltaban conocimientos sobre formación gerencial. Por eso, se lanzó a hacer un máster en business: “Fue un punto de inflexión. Empecé a tener contacto con el mundo de los negocios. De hecho, me dediqué a finanzas corporativas durante bastante tiempo y eso trajo prosperidad a mi vida. Pero me acabé aburriendo y volví a dar un giro”.
En Venezuela le comunicaron “que no había dinero para sacar el proyecto adelante”. Ahí se dio cuenta “de que tenía que empezar a buscar otras oportunidades”.
Pero entonces llegaron los conflictos que aún asuelan a su tierra natal. Y lo hicieron en el peor momento posible. Louis estaba a punto de firmar un contrato para diseñar un gps “muy potente” destinado a barcos. Pero a los pocos días, el proyecto fracasó. “Me citaron para decirme que no había dinero para sacarlo adelante y me di cuenta de que tenía que empezar a buscar otras oportunidades”, comenta.
En 2015, sintió una curiosidad “tremenda” por el mundo de internet y empezó a interesarse por las aceleradoras y las startups. Fue en ese momento cuando esbozó AgroPestAlert, una trampa para la detección de plagas en el campo a tiempo real y sin necesidad de mano de obra. Lo hizo junto a su mujer y tres personas más. El dispositivo tuvo una gran acogida en varias convocatorias internacionales de ayudas como Imagine Lab, en Chile, o la aceleradora de Telefónica Wayra. Sin embargo, el gran salto lo dio cuando, gracias a Orizont, la aceleradora agroalimentaria de Sodena, tuvo la oportunidad de venir a trabajar a Navarra para desarrollar su proyecto en el Vivero de Innovación de CEIN.
SOLUCIONES PARA EL CAMPO
Tras aterrizar en la Comunidad foral, empezó a investigar el mundo de la agricultura, para él una de las actividades con más impacto ambiental. “El campo es esencial para todos nosotros. Siempre digo que no todo el mundo tiene un teléfono para descargarse las aplicaciones que salen diariamente, pero sí tenemos que comer tres veces al día”, subraya.
En su análisis, detectó cuatro problemas principales en este ámbito: el efecto invernadero, el gran consumo de agua dulce, los pesticidas y el escaso relevo generacional. La solución, según él, pasa por producir más con los mismos recursos: “No significa comprar un tractor nuevo. Es una inversión que tiene que ver con investigación y desarrollo. Hay que conseguir producir entre un 50 % y un 70 % más de alimentos, pero sin expandir la frontera agrícola”.
Y es ahí donde entra su innovación. Louis, por primera vez a lo largo de la entrevista, se emociona al explicar su idea: “Los insectos tienen una carga muy importante en el daño que sufre la agricultura en su fase de producción. Tanto que se ve disminuida en un 40 % por efecto de las plagas”. Además, este campo de la agricultura ha tenido “escasos avances y desarrollos” en los últimos setenta años Y todavía se recurre, añade, a sistemas muy tradicionales.
“Los insectos disminuyen la producción de la agricultura en un 40 %”.
Para controlar las plagas, actualmente muchos agricultores usan cajas de tamaño pequeño, con un coste aproximado de cuatro euros y en las que introducen una pegatina con el fin de que los insectos, cuando entren, se queden pegados. “Los bichos son atraídos con feromonas, por lo que solo entran los machos. Sin embargo, eso te hace tener una idea general de cuántas plagas hay en el campo y si merece la pena fumigar”.
A simple vista, parece un método eficiente. Sin embargo, esas trampas hay que revisarlas cada día. Suponiendo que un solo aparato cubre unas diez hectáreas (dependiendo de la naturaleza de la plaga), hace falta contratar “un ejército” de trabajadores en grandes superficies para que se dedique exclusivamente a ello.
“En un campo chileno de 35.000 hectáreas, calculé que la revisión de cada trampa tenía un coste anual de 400 euros”, precisa. Pero su dispositivo permite reducir ese gasto de manera significativa, hasta situarse entre los 200 y 300 euros (dependiendo del modelo, ya que está desarrollando varios): “Ahorras unos dos euros mensuales por hectárea. Ahora aspiro a lograr que la feromona dure, por lo menos, una temporada entera. Es decir, que se ponga ahí y no haya que cambiarla y mantenerla”.
FUNCIONAMIENTO DE LA TRAMPA
Su trampa contiene un láser, que emite un rayo puntero con unos sensores llamados fotodiodos. “Es como si fuera una superficie en dos dimensiones”, desgrana. Cuando el insecto pasa, su aleteo emite una vibración y genera un espectro de variación de voltaje. Después, este se transforma en un archivo de sonido, que se analiza posteriormente para extraer la frecuencia fundamental, es decir, el equivalente a un tono musical. “Hay muchísimas variaciones. Los insectos mueven las alas entre 150 y 1.000 veces por segundo”, explica.
Además, el dispositivo también detecta la hora y el lugar de la captura, así como la temperatura, la humedad y la presión atmosférica del momento en el que el insecto ha entrado. Una vez analizados todos los elementos, los datos viajan, a través de un módem celular, a la aplicación que el equipo ha desarrollado para comparar el espectro con un catálogo de insectos voladores e identificar la especie a la que pertenece.
En casa de que exista una plaga, se informa al cliente a través de la web o de la app del proyecto.
Después, de forma automática, se hace el procesamiento y la limpieza de los espectros para comprobar si existe una plaga. En caso afirmativo, se informa al cliente a través de la web del proyecto o de la app. Todo es virtual, al instante, accesible e intuitivo para el agricultor.
Eso sí, a la hora de dar forma al proyecto también se han topado con algunas dificultades, como el desarrollo del hardware: “Nos costó muchísimo porque el aparato es tan sensible que cualquier perturbación generaba un falso positivo al principio”. Por eso, para asegurar aún más el proceso, la trampa cuenta con una cámara que fotografía al insecto nada más entrar. “Gracias a las imágenes, se desarrollan algoritmos de reconocimiento automático para descartar que lo que se ha detectado no es mero ruido”, matiza.
FASE DE COMERCIALIZACIÓN
El proyecto se probó en los campos que INTIA tiene en Cadreita, con la marca Bonduelle y en la Taconera de Pamplona. La irrupción de la pandemia, sin embargo, paralizó temporalmente los planes de crecimiento de Holder. “Fueron tiempos muy difíciles y tuve que ser muy creativo”, rememora.
Lo cierto es que ha salido victorioso. En 2020 participó en la EIT Food Accelerator Network (EIT FAN), una iniciativa cofundada por la Unión Europea y que le abrió nuevas oportunidades. A raíz de esos encuentros, colaboró durante cuatro meses con una empresa vasca y probó sus trampas de insectos, hasta entonces muy eficaces, en campos de uva de cultivo ecológico. El objetivo era comprobar si también servían para la polilla. ¿El resultado? “No cayó ni una, pero ni una sola polilla en la trampa”, comenta entre risas. Enseguida le resta dramatismo, eso sí: “Quienes no están involucrados en ciencia pueden ver un resultado negativo como un fracaso, pero realmente no es así. Eso te descarta caminos. La negación de algo es conocimiento”.
Tras corregir el efecto “repulsivo” de sus dispositivos en las polillas, volvió a probarlos el año pasado en las instalaciones de Bodega Otazu: “Y sí, esta vez entraron las polillas”. Pronto detectó otro problema en el campo: el suave zumbido de las polillas -a diferencia del que emiten las moscas y mosquitos- no podía identificarse. “¡Debe de ser que ellas se cansan!”, vuelve a bromear. Para encontrar una solución, se alió con la tecnológica murciana Widhoc Smart Solutions, por lo que se ha trasladado temporalmente a esta región. “Mi empresa sigue siendo navarra y, cuando deje bien amarrado el proyecto, volveré”.
Con Widhoc mantiene actualmente un contrato de distribución comercial. Además, ambas compañías presentarán el próximo 24 de marzo -junto a una empresa sevillana de Inteligencia Artificial- un proyecto para la convocatoria del programa Eurostars-3, dedicado a financiar proyectos de I+D+i llevados a cabo por pymes europeas.
Paralelamente trabaja en otras dos iniciativas: una que analiza el vuelo de las abejas para determinar si las colmenas están infectadas por ácaros y otra que pretende controlar plagas a través de la liberación de feromonas de atracción sexual para impedir que los insectos machos se aparejen con las hembras. A medio plazo, estudia vender sus desarrollos en Estados Unidos. De hecho, en 2021 fue invitado a participar en Newchip -“considerada por muchos como la mejor aceleradora del mundo”-, donde le “entrenaron” para entrar al mercado norteamericano: “Fueron seis meses en los que trabajé muchísimo. Me enseñaron a enfrentarme a inversionistas duros, tipo Wall Street“.
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