A rey muerto… ¡rey puesto! Así lo marca la tradición real europea desde tiempos ancestrales. Como cuando aquel 6 de febrero de 1952 la entonces princesa Isabel de Windsor se enteró de la muerte de su padre, Jorge VI, y por consiguiente de que era reina subida a un árbol en Kenia. Los reyes y las reinas nunca envejecen. Solo menguan sus herederos, los maduros príncipes y princesas. Es la “evolución natural” de las monarquías. La línea “más correcta” en el devenir de una institución milenaria, según comparten la mayor parte de los expertos. Los mismos que coinciden al señalar que la problemática “habitualmente estalla” cuando en un mismo tempo coinciden dos monarcas: el vigente y el emérito. Padre e hijo. Llámense en este caso Felipe VI y Juan Carlos I de Borbón.
Y mucho más cuando el monarca en retiro deja una alargada estela de escándalos personales, amoríos y cuentas en Suiza que torpedean los propios cimientos de la institución. Por ello el sofoco, ya insoportable en Zarzuela desde el pasado mes de marzo, ha dinamitado estas últimas semanas los últimos rayos de esperanza para un Juancarlismo en zozobra desde el tropiezo de Botsuana. El rey emérito, durante años el más querido por los españoles, ya no desea residir en España. Así se lo hizo saber esta misma semana a su hijo, y también rey, en una misiva que ya ha pasado a la historia: “Hace un año te expresé mi voluntad y deseo de dejar de desarrollar actividades institucionales. Ahora, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme en estos momentos fuera de España“.
Y claro, el debate no ha hecho más que arrancar. La cuestión que ahora pulula con fuerza sobre la esfera pública es si la sombra de los últimos años pesará más que los logros en su legado. Si el nombre de Corinna Larsen será más alargado que su posición durante la Transición española. O dicho de otro modo: ¿Dios (o la historia) salvarán finalmente al rey? ¿O no? Para arrojar luz sobre este conflicto, Vanity Capital ha hablado en exclusiva con José María Irujo (El País), Ángeles Caballero (El Confidencial, La Sexta, Onda Cero), y la escritora y experta en casas reales Pilar Eyre.
Precisamente Eyre, conocedora hasta de los más mínimos rincones del Palacio de la Zarzuela, recalca que “el fin del Juancarlismo se produjo el día de la abdicación”. “Su contribución a la recuperación de la democracia ha sido capital, su proyección internacional ha sido impresionante, aunque sus comportamientos privados ensombrecen su reinado”, enumera la conocida periodista.
Misma opinión que comparte José María Irujo, quien también aboga por discernir “entre la labor institucional del rey emérito durante sus 50 años de reinado, y sus cuestionables comportamientos personales”. “La labor del rey Juan Carlos I, desde el punto de vista institucional, ha sido excelente. Así lo certifica su contribución a instaurar la democracia, su papel protagonista en el 23-F, además de ser el mejor embajador posible de la marca España por el mundo”, defiende Irujo. Eso sí, el periodista pamplonés también aclara que su marcha del país “no responde a una decisión gestada unilateralmente por Zarzuela”. Ni mucho menos. “La Casa del rey ha tardado muchísimo tiempo en adoptar medidas. Demasiado. Hasta que no se ha visto acorralada por las informaciones periodísticas –publicadas en buena parte por el propio Irujo en El País– no ha tomado decisiones”, especifica, tras añadir que “Zarzuela conocía los hechos desde marzo de 2019, cuando los abogados de la propia Corinna enviaron a Felipe VI un escrito en el que le informaban de su vinculación con la cuenta de Ginebra”.
En este sentido, Ángeles Caballero explica que el conocimiento público de estos hechos “ensombrece el final de reinado de cualquier monarca”. Y lo que es peor, aviva aún más el debate entre los jóvenes “sobre el sentido o no de la institución monárquica, cuya imagen está muy tocada”. “Quizá el mayor drama radica en que siempre nos han vendido a Juan Carlos I como un notable o un sobresaliente, cuando realmente parece que es un aprobado raspado“, añade Caballero, quien también valora que sus comportamientos privados “dibujan actitudes desleales con su propio país”. “El rey emérito fue un hombre astuto en el lugar, la hora y el momento adecuado”, opina la periodista. “Eso sí, el punto positivo de todo este embrollo es que tanto Felipe como Letizia, de la que soy muy defensora, se cuidarán mucho de ejecutar la ejemplaridad de manera ortodoxa“.
Porque como en otros episodios de nuestro tiempo reciente, deberá transcurrir cierto lapso para analizar con perspectiva la figura de Juan Carlos I, el rey “más querido por los españoles” que como otros tantos Borbones cayó en desdicha. “La historia no puede ser superficial. Debe reflejar la totalidad de su reinado con responsabilidad y criterio”, detalla Irujo. Veredicto que comparte en su totalidad Pilar Eyre: “La historia debería absolverlo, porque en el arco temporal lo que cuentan son los grandes logros. Aunque sí es cierto que también dependerá de la ideología de los historiadores, que me atrevo a pronosticar que no serán muy monárquicos. Yo, que lo viví, creo que el rey trajo la democracia, pero ya escucho voces que dicen que la democracia solo la trajo el pueblo”.
Y así, señoras y señores, es como se escribe la historia.