Calles que lucían prácticamente vacías, bares con barras regadas de pinchos sin tocar, camareros apenados y personas que, de vez en cuando, daban un paso atrás para mantener cierta distancia respecto a sus acompañantes. Ese era el ambiente que se respiraba este jueves, pasadas las ocho de la tarde, en las célebres calles pamplonesas de La Estafeta, Espoz y Mina y San Nicolás. La estampa, para quienes aman y conocen bien la capital foral, era simplemente desoladora. Solo unos pocos se sintieron con las fuerzas necesarias para acercarse al Casco Viejo y vivir su “último juevintxo”, como repetían una y otra vez, antes de recluirse.
Algunas peñas, bares nocturnos y discotecas como Indara, Zentral, Subsuelo, Canalla o Enter, entre otras, ya habían hecho oficial su cierre para, al menos, este fin de semana. Sin embargo, los bares y restaurantes seguían echando ayer un órdago al coronavirus, quién sabe hasta cuándo. Los responsables de los locales y los propios camareros mostraban su honda preocupación ante el incierto futuro que se les avecina… El coronavirus no hace distinciones, ataca a todos los sectores económicos con gran virulencia.
Marga Portas, encargada del Bar Gaucho, en la calle de Espoz y Mina, llevaba ya varios días notando una menor afluencia de clientes en su local, pese al cambio favorable de tiempo: “Lo empezamos a ver de manera gradual desde la semana pasada. Y la verdad es que tenemos gran incertidumbre ante las próximas semanas”.
La situación en el restaurante sidrería Chez Belagua, de La Estafeta, era idéntica. En toda la tarde, solo habían atendido a tres mesas. Uno de sus trabajadores, Aladdin Saty, se mostraba abatido ante este escenario. “Llevamos notando muchas menos personas durante toda esta semana. Además, también nos han cancelado muchísimas reservas. La verdad es que estamos sacando menos pinchos para no desperdiciar comida”, admitía. No obstante, trataba de insuflarse un poco de ánimo a sí mismo para mantenerse sereno: “Todo es esperar. Es jodido, pero hay que aguantar”.
Uno de los establecimientos que aún registraba cierta afluencia de personas era el bar Río, en San Nicolás. Su propietario, Rober Irurzun, confesaba que en los últimos cuatro días había estado trabajando en la misma tónica que siempre. Sin embargo, se mostraba convencido de que “a partir de ahora es cuando más se va a notar” la falta de clientes.
PRÓXIMOS DÍAS
La tristeza era generalizada. Y algunos incluso se preguntaban cómo van a pagar a sus trabajadores el próximo sueldo del mes. Por eso, hay quienes ya se han hecho a la idea de que tendrán que bajar la persiana. Otros, hasta que no haya una orden legal, no lo van a hacer. Ese es el caso de Irurzun: “De momento, no cierro porque tengo veinte empleados y tengo que pagarles. Abrir mi bar me cuesta al mes 30.000 euros, imagina que esté un mes cerrado. El Gobierno promete ayudas, pero a ver si es cierto que las cumple”.
Saty y el resto de su equipo también se mantendrán en pie por ahora. “Somos veinte empleados. Si la gente deja de venir, vamos a caer como moscas”, añadía. Él parecía tener muy claro lo que sucederá si la situación no mejora pronto. “Habrá más gente en paro y los problemas aumentarán muchísimo”, resaltaba.
LIMPIEZA
En los bares también se han puesto manos a la obra para extremar las medidas de higiene, limpieza y desinfección continua en puertas, barras o vajillas. En el bar Río, pese a haber llevado siempre “una limpieza diaria de arriba a abajo”, cada trabajador dispone de un gel de manos que debe aplicarse siempre que maneja algo de dinero. Y en el Gaucho, por ejemplo, un camarero desinfecta las mesas cada vez que alguien las toca. Hay que cuidar hasta los más mínimos detalles para evitar cualquier tipo de contagio.
Y en el Chez Belagua, donde insistían en que siempre han sido muy estrictos con la limpieza, consideraban no obstante que la situación es “alarmante” porque no se puede controlar la higiene de los usuarios que van a consumir.
LA DESPEDIDA
“Preferimos morir con el estómago lleno”, se escuchó de repente en medio de La Estafeta, mientras Mónica Garrido y sus amigas aprovechaban su “último juevintxo” hasta dentro de un tiempo. “Tenemos miedo, pero visto lo que ha pasado en Italia va a haber que tomar medidas. Es como nuestra despedida de la vida normal. Somos conscientes de que así no volveremos a estar hasta, por lo menos, un mes y medio más”, admitían.
Martina Satrústegui saboreaba una cerveza en un local de San Nicolás. Aparentemente tranquila, aseguraba que ya está tomando muchas medidas contra el coronavirus. “Estoy concienciada de que me puedo contagiar. Creo que seguiré yendo a tomar algo al bar de siempre, pero con muchísimo más cuidado”, señaló.
Más contundente se mostraba Patricia Hermand. Ella continúa trabajando normal, de modo que no tiene opción de hacerlo desde su casa. Por eso, resaltó rotunda que seguirá yendo a los bares de Pamplona mientras sigan abiertos: “Si puedo seguir trabajando, puedo ir a tomarme una copa de vino. Cuando se agrave habrá que tomárselo en serio, pero creo que nos vamos a acabar contagiando igualmente”.
Cuatro amigos degustaban un frito de huevo en los exteriores del bar Río. Gonzalo Lauroba, Carlos Jiménez, Guillermo Mateos y Eduardo Sáenz trataban de tomarse las cosas con un poco de humor y anunciaban que, a partir de este viernes, empezarían una nueva vida plagada de restricciones. “Estamos manteniendo medidas de seguridad entre nosotros y más con este que acaba de llegar de Madrid. Hasta nos hemos saludado con el codo”, indicó uno de ellos. Este sábado, antes incluso de que se conociera el cierre oficial de las discotecas, ya habían tomado la decisión de no salir: “Nos vamos a centrar en hacer más planes tranquilos en casa”.