Desde las estanterías asoman papeles, lienzos, bocetos, cajas de herramientas e incluso alguna pieza de un coche. Pero, entre todos ellos, se atisba lo que Roberto Flores denomina sus «herramientas de trabajo»: los cómics. De hecho, su favorito es ‘Tintín en el país del oro negro’ porque en la portada aparece un jeep rojo. Esta edición del belga Hergé, padre del reportero del flequillo pelirrojo y jersey azul, mezcla dos de las mayores pasiones de este dibujante pamplonés: los coches antiguos y los tebeos.
Roberto ha dibujado la pancarta de la peña sanferminera Sanduzelai durante los últimos trece años y la de Anaitasuna desde hace veintiuno. Además, el mural del bar El Rebote, en la calle Serafín Olave, también lleva su firma y colabora desde hace dos décadas con la revista francesa ‘4×4 Story. Le Magazine de la Jeep‘, que imprime desde el municipio de La Ferté-Alais, al sur de París. Bimensual y especializada en este tipo de vehículos, redactan reportajes sobre convenciones, reuniones y proyectos en torno a este mítico vehículo todoterreno. «Se vende por toda Francia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos«, resalta a Navarra Capital.
«Deleitar al público francés requiere introducir muchos guiños a la cultura franco-belga. No se trata de lisonjear, pero sí debes incluir elementos que reconozcan», apostilla. Para Roberto, gran aficionado de los también reporteros Spirou y Fantasio, así como de Gaston Lagaffe (Tomás ‘el Gafe’ en España), no es un problema. De hecho, aún recuerda con pasión el Ford T negro y amarillo de los años veinte que Lagaffe solía conducir en sus aventuras.
ENCARGOS DE ULTRAMAR
Por eso cuida con finura cada elemento de sus dibujos. «Reconozco que soy un friki porque me regodeo en cada detalle. He llegado a documentarme sobre cómo eran las latas de aceite de motor de los años cuarenta para replicarlas al milímetro», señala para admitir acto seguido que los radios de los neumáticos son extremadamente complicados. No obstante, el esmero por alcanzar la autenticidad más absoluta le ha abierto muchas puertas por todo el mundo gracias a las redes sociales.
«He llegado a documentarme sobre cómo eran las latas de aceite de motor de los años cuarenta para replicarlas al milímetro»
‘The Dispatcher‘, por ejemplo, es una revista estadounidense especializada en coches antiguos que se publica en Detroit, también llamada ‘la ciudad del motor’ porque vio nacer a grandes fabricantes como Ford, General Motors o Chrysler. «Hace poco más de un año escribí a los directores, Bill Norris y Kevin Banonis, dos fotógrafos excepcionales, para explicarles quién era yo y que me gustaría trabajar con ellos. ¡Y resulta que ya me conocían!». Con frecuencia le encargan un par de viñetas sobre un taller ficticio de restauración de coches antiguos, tractores, furgonetas pick-ups y jeeps.
Dos mil kilómetros hacia el oeste se encuentra Colorado, donde cuenta con otro prometedor mercado. Mike Picard es un bombero forestal retirado que todos los años organiza una convención de jeeps antiguos. Contactó con Roberto hace solo unos meses para dibujar las típicas advertencias sobre cómo respetar el entorno natural: «El de los dibujantes es un mundo en el que las puertas se abren muy fácilmente, pero hay que sembrar para recoger».
Precisamente, resalta que el mercado de dibujantes norteamericano es más universal. «Aunque, como los franceses, también son muy fanáticos de su propia historia», agrega. Por su parte, el oriental evidencia un mayor interés por todo aquello que no conocen. «Por eso no ponen pegas cuando necesito un poco más de tiempo que el acordado en un principio», atestigua.
Roberto también ha enviado trabajos más pequeños a Japón e Indonesia. En el país nipón ha colaborado con una revista especializada en maquetas de la Segunda Guerra Mundial, Military Modelling, y hace algunos años dibujó varias ilustraciones para un indonesio y su equipo de restauradores de jeeps de este conflicto bélico.
TINTA DE FAMILIA
Lucio Flores y María Dolores Yoldi, sus padres, siempre le apoyaron para desarrollar su don desde muy joven. De hecho, Lucio era pintor, aparejador y decorador, y continuó pintando hasta los 96 años. Ya de pequeño, Roberto dedicaba pequeñas tiras cómicas a sus compañeros de clase en el patio de Larraona, en Pamplona. Además, al igual que tantos otros niños de la capital navarra, compraba las nuevas ediciones de ‘Mortadelo y Filemón‘ o ‘Zipi y Zape‘ en la mítica Librería Leoz de la plaza del Castillo.
Varios de sus profesores habían estudiado Bellas Artes y, al constatar su talento para el dibujo, le animaron a seguir ese mismo camino. Y así lo hizo en la Universidad del País Vasco (UPV) al mismo tiempo que colaboraba en gran cantidad de fanzines sobre música rockabilly y swing. Años después, alquiló un estudio en la calle Iturrama, situado a cinco minutos de su casa y donde aún sigue trabajando. «Si estuvieran en el mismo edificio, dibujaría a las tres de la mañana», bromea.