Poco antes de que el bramido de la guerra atronara en la antigua Yugoslavia, el sonido que se imponía en el hogar del serbio Miroslav Zivanovic era el de las melodías que ensayaba durante sus prácticas de guitarra y piano. Hasta que un día, por puro azar, la música de Paco de Lucía irrumpió en su vida y lo cambió todo. Para cuando la guerra de los Balcanes estalló, lo único que sonaba en su habitación eran los discos de flamenco que escuchaba de forma compulsiva, al tiempo que, en su faceta de ingeniero, se formaba para procesar las señales sonoras que lo rodeaban.
Su idilio con la cultura andaluza le hizo prometer que algún día viviría en España. Soñaba con Córdoba y aprendió por puro azar a disfrutar de Navarra, donde en la última década ha investigado sobre el procesamiento de señales en campos variopintos y ‘a priori’ inconexos. Pero en los últimos tres años, todo el conocimiento acumulado ha convergido en una línea de investigación inesperada hasta para el propio Miroslav: la predicción del comportamiento del viento para optimizar el diseño de parques y generadores eólicos. “Me he buscado la vida como he podido -reconoce a Navarra Capital-, pero con el tiempo he descubierto que muchas cosas tienen su denominador común”.
“Me he buscado la vida como he podido, pero con el tiempo he descubierto que muchas cosas tienen su denominador común”.
Hoy, décadas después de aquellas tardes de ejercicios con la guitarra, echa la vista atrás desde su despacho en el Departamento de Ingeniería Eléctrica, Electrónica y de Comunicación de la UPNA y señala a su antiguo profesor de música como el detonante de su extraordinario viaje. Los años ochenta se acercaban a su fin y Miroslav cursaba en paralelo Ingeniería Electrónica y guitarra clásica en Belgrado. Su profesor de música, un enamorado de España, había estudiado en Córdoba el único título oficial de guitarra flamenca que se impartía entonces: “Era un tipo muy particular, porque esas lecciones, además de clases de guitarra, eran clases de historia del arte. Hablaba sobre España, sobre la música y la cultura española y andaluza y yo me quedé impresionado”. Poco después llegó su primer contacto musical con Paco de Lucía, “un clic”, y más adelante la revelación del cante jondo de Camarón. “Me dije ‘esto es increíble, es el universo, el cosmos’. No puede haber nada más allá”.
A partir de esa revelación, el serbio trazó un plan que creía sin fisuras. Aprendió español de forma autodidacta, al tiempo que completaba sus estudios de ingeniería, decidido a instalarse en un futuro en la Córdoba de ensueño que le describía su maestro. “Tenía la intuición de que España era el mejor sitio del mundo para vivir y, con el tiempo, lo he corroborado”, explica.
“Llegaron las guerras y se torció todo. Durante mucho tiempo no se podía ni salir de Serbia”.
Claro que los propósitos están hechos de un material frágil y los de Miroslav, como los de otros muchos de su país, tuvieron que suspenderse durante la larga y cruenta contienda que redibujó las fronteras de los Balcanes en los años noventa. “Llegaron las guerras y se torció todo. Durante mucho tiempo no se podía ni salir de Serbia”.
Hubo que esperar tres años, hasta 1996, para que las fronteras fueran poco a poco recobrando la normalidad. Ese año, el investigador Alfonso Carlosena, posteriormente rector de la UPNA, acudió a Belgrado para participar en un congreso al que Miroslav asistió como oyente. Carlosena presentó sus trabajos en el área del procesado de señales, y Miroslav creyó ver en aquella charla magistral el puente entre España, la música y la ingeniería.
DESCIFRANDO LAS SEÑALES
El serbio, que ya hablaba un buen español, abordó al investigador navarro para referirle sus planes. Y Carlosena le ofreció la posibilidad de realizar su tesis doctoral en la UPNA. Miroslav dudó porque, aunque se acercaba, Pamplona no era la Córdoba que tanto anhelaba. Sin embargo, probó a visitar la ciudad y lo que vio lo animó a decidirse. “Me pareció una ciudad fantástica”, recuerda. Así que se instaló en Pamplona y empezó la tesis, pero le apenaba tanto alejarse de la música que probó a hacer el examen de acceso al grado profesional de guitarra en el Conservatorio Profesional de Música Pablo Sarasate. Un trámite que superó sin problemas.
“He ido dando tumbos por pura necesidad para sobrevivir como investigador, pero ahora estoy viendo los beneficios de haber adquirido una vista tan amplia de las cosas”.
En los siguientes años completó con éxito la tesis y el grado superior en guitarra Y, poco después, música e ingeniería convergieron de nuevo en su posdoctorado en el IRCAM, un instituto de investigación parisino donde compositores, músicos e ingenieros trabajan juntos para ampliar las fronteras de la composición, manipulando la señal auditiva como un parámetro musical más.
Con todo, al regresar a la capital navarra tras el postdoctorado, Miroslav tuvo que reinventarse de nuevo. Hasta el punto de que, a lo largo de los últimos diez años, ha trabajado “de todo y en todo”. Desde el análisis de la voz y el audio, o la investigación en música y la instrumentación, hasta la biomedicina, la geología, el análisis del cambio climático… “He ido dando tumbos por pura necesidad para sobrevivir como investigador, pero ahora estoy viendo los beneficios de haber adquirido una vista tan amplia de las cosas”, resalta.
PREDICIENDO EL VIENTO
En los últimos años, toda su trayectoria ha cobrado sentido y se ha concretado en dos proyectos dispares, pero complementarios, relacionados con la industria eólica. El primero parte de la colaboración con el equipo de Johan Schoukens, de la Universidad Libre de Bruselas, “quizá el referente más importante del mundo en su ámbito”. Miroslav lleva trabajando desde hace más de una década con el equipo de Schoukens, en ocasiones incluso sin financiación, solo por el placer de aprender, colaborar en equipos polivalentes y “salir de la zona de confort”.
“Para mí el viento era algo turbulento, algo totalmente errático. Y lo es si lo observas en una ventana corta de tiempo. Pero si lo analizas a largo plazo, se manifiestan ciclos muy claros”.
“Un día me llamaron y me hablaron de un proyecto sobre la síntesis de viento. Yo no sabía lo que era, pero captaron inmediatamente mi atención”, relata. Resulta que, en contra de lo que Miroslav creía, el viento tiene patrones detectables que permiten predecir su comportamiento a largo plazo. “Para mí el viento era algo turbulento, algo totalmente errático. Y lo es si lo observas en una ventana corta de tiempo, de unos segundos o unos minutos. Pero si lo analizas a largo plazo, se manifiestan ciclos muy claros. O sea que, curiosamente, el viento tiene una parte muy estocástica y otra muy determinista y que sigue, digamos, los ciclos astronómicos de nuestro planeta”, explica el investigador.
Su trabajo con el equipo de la Universidad Libre de Bruselas consiste en analizar el comportamiento del viento en puntos geográficos concretos para generar modelos a largo plazo. A partir de esa información, los investigadores son capaces, por ejemplo, de optimizar la construcción de parques eólicos o los propios equipamientos.
En concreto, el serbio toma la descripción del viento que los expertos en dinámica de fluidos realizan y la convierte en algoritmos matemáticos para simular las series temporales. La diferencia entre estos modelos y los que se están desarrollando en otras partes del mundo es que requieren menos elementos para generar predicciones precisas. “Es un modelo que luego pueden entender y emplear los ingenieros de las empresas eólicas porque es infinitamente más sencillo de alimentar que otros que ya existían, lo que mejora la transferencia tecnológica”, detalla.
Su trabajo con el equipo de la Universidad Libre de Bruselas consiste en analizar el comportamiento del viento en puntos geográficos concretos para generar modelos a largo plazo.
Pero su idilio con el viento no se detuvo ahí. Un año después de iniciar el proyecto de síntesis de viento, Nordex contactó con el grupo de Miroslav y Carlosena -ya regresado a la investigación tras finalizar su ciclo como rector- para analizar, esta vez, los propios molinos eólicos. “Inmediatamente vi que engarzaba perfectamente con el otro proyecto”, relata el serbio. Resulta que los aerogeneradores, según sus especificaciones técnicas, tienen una vida útil de entre 25 y 30 años y el parque de Navarra, una de las pioneras en la energía eólica, ya está rozando su final. “Pero desmantelarlo todo y volver a rehacerlo de nuevo no es plausible, requeriría una inversión brutal y muchos peligros para los técnicos”, advierte el investigador.
Así que en toda Europa se está optando por prolongar la vida útil de los parques, lo que requiere reforzar la monitorización de todos los componentes mecánicos de los molinos y analizar la fatiga acumulada a través de sensores. El problema aquí es que estos sensores recogen una miríada de datos y es necesario un conocimiento profundo del procesamiento de señales para “quitar todo el ruido que no interesa y quedarse únicamente con los parámetros relacionados con la fatiga acumulada”. Con esa información, se puede predecir la fatiga en el futuro y, de esta manera, evitar tener que acudir constantemente con equipos de medición. “Nos ahorramos todo ese coste y esfuerzo con las predicciones”, resume Miroslav.
“Es un modelo que luego pueden emplear los ingenieros de las empresas eólicas porque es infinitamente más sencillo de alimentar que otros que ya existían”.
Estas novedosas líneas de investigación han propiciado varios éxitos de financiación a Miroslav y sus colegas del área de procesado de señales del Instituto de Smart Cities. Además de rubricar varios acuerdos de colaboración con empresas del sector eólico, en los últimos dos años han conseguido fondos del Ministerio de Ciencia y Tecnología, el Gobierno de Navarra y del Gobierno flamenco. También han obtenido una ayuda para la realización de un doctorado industrial en su grupo. “Parece que hemos podido convencer a todos los agentes relevantes de que tenemos capacidad para abordar este asunto. Ahora contamos con tres fuentes de financiación distintas, y esto sigue adelante”, atestigua sonriente.
ROMPER EL CANON
Ahora que las cosas parecen haber cobrado sentido, el serbio echa la vista atrás y compara su trayectoria con la de sus maestros. Cree que lo que distingue a su carrera es esa voluntad de salir constantemente del área de confort y amalgamar todo lo que la vida le ha ido enseñando, como en su día hicieron Paco de Lucía o Camarón. Según cuenta, ambos artistas se dieron cuenta pronto, durante su proceso de aprendizaje, de que “el lenguaje del flamenco era muy restringido”, de que la técnica y las herramientas tienen un límite que fácilmente se puede ampliar y enriquecer. “Sabes esto de la pureza, ¿no? El cante tiene que ser puro, por soleá se canta así, por sillería se toca así, con estos tres acordes y no te puedes salir de ahí. ¿Y por qué? Solo porque alguien, hace doscientos años, lo hizo así y se estableció un canon”.
“Hemos podido convencer a todos los agentes relevantes de que tenemos capacidad para abordar este asunto. Ahora contamos con tres fuentes de financiación distintas, y esto sigue adelante”.
La distancia entre la investigación musical y la ingeniería se achica escuchando a Miroslav: “Nosotros también partimos de unos elementos básicos, un lenguaje, pero es exactamente lo que decíamos antes. Si no hablas con otra gente, si no vas a otros centros académicos, tu lenguaje se restringe al que habla tu grupo de investigación. Y así hasta la jubilación. Hablar con otra gente, pero no solo en términos de investigación, sino también en otras facetas, es lo que te enriquece y enriquece tu vocabulario técnico. Y al final, un día, ves que todo está conectado”.
Por eso, al igual que Paco de Lucía decidió un día “meter un poco de ‘jazz’ y un poco de ‘blues’” en sus canciones, un ingeniero serbio probó a escuchar el viento y los molinos eólicos como si fueran música. Y fue así como encontró su propia manera de ampliar los límites de la ciencia.