En diciembre de 2019, Javier Larriba, 26 años y por aquel entonces farmacéutico en prácticas, aprovechó las vacaciones de Navidad para volver a Cáseda, el pueblo de su abuela Consuelo. Estaba decidido a comprar la farmacia del pueblo. Llevaba un par de años tanteando la idea hasta que, finalmente, el propietario aceptó. El sueño trajo consigo una fuerte inversión, papeleos, los contratiempos propios de la pandemia y jornadas laborales interminables. Pero, al mismo tiempo, recibió como recompensa el calor y el cariño de los 970 vecinos del pueblo.

Ahora, además de ejercer como farmacéutico, contesta dudas por WhatsApp, comparte largas conversaciones con las personas mayores… Justo el chute de humanidad que tanto anhelaba cuando todavía residía en su Zaragoza natal.

Hoy, Larriba comparte su historia con Navarra Capital. Y lo hace sin prisas, con esa pausa y esa paz que imprime el mundo rural. Cuando apenas contaba con un año y medio, su madre, profesora, fue destinada a Luesia, un pequeño pueblo de 310 habitantes al noreste de Aragón.

“De niño, plantaba maíz de palomitas en Semana Santa, mi tía lo regaba en mi ausencia y yo lo recogía en verano. Era increíble”.

Hasta que cumplió los cinco, vivió en un entorno rural. Incluso pasaba los veranos en Navarra, entre Gallipienzo, en casa de su tía Marce, y Cáseda, el pueblo de su abuela. De aquellos tiempos recuerda la libertad de jugar en la calle sin mirar al reloj y su fascinación por la horticultura: “Plantaba maíz de palomitas en Semana Santa, mi tía lo regaba en mi ausencia y yo lo recogía en verano. Era increíble”. Pese a haber vivido mas de veinte años en Zaragoza, su infancia en el medio rural fue clave para que tomara la decisión de montar su negocio en Cáseda.

EL ATERRIZAJE

Larriba reconoce, no obstante, que el proceso no ha sido sencillo. Comenzó con los trámites de la compra de la farmacia en enero de 2020, poco después de licenciarse. Pero la llegada de la pandemia, con las consiguientes restricciones de movilidad entre provincias, le impidió viajar de Zaragoza a Navarra. Hasta que, en noviembre de ese mismo año, se hizo cargo finalmente de la farmacia. Eso sí, con una condición: que más adelante la trasladara a otro local, ya que se encontraba en el bajo de la vivienda de su antiguo propietario.

Así que el joven tuvo que invertir en la casa de su abuela, que pertenecía a varios familiares, y hacer frente a las obras del nuevo establecimiento. Fueron meses de preocupaciones y mucha ansiedad. Sobre todo cuando un rebrote de Covid-19 paralizó los trabajos y dejó las calles desiertas de nuevo: “Fue empezar en un lugar nuevo sin familia, sin amigos, sin poder siquiera tomarte un café en el bar…”.

La acogida que le han brindado los vecinos del pueblo ha sido excelente.

La acogida que le han brindado los vecinos del pueblo ha sido excelente.

La farmacia Larraz lleva ya nueve meses abierta: “Larraz era el apellido de mi abuela y el nombre es en su honor. Ella nació en esta casa”. Situada en el centro del pueblo, al lado del Ayuntamiento y de la plaza, su fachada rústica de piedra contrasta con el diseño moderno del interior.

“Algunas personas mayores, durante la pandemia, solo han tenido contacto conmigo o con el médico. Necesitaban conversación”.

La mayoría de sus clientes tienen más de cincuenta años y hay un alto porcentaje de octogenarios. Es a estos últimos a los que dedica más tiempo. Y lo hace encantado. “Algunas personas mayores, durante la pandemia, solo han tenido contacto conmigo o con el médico. Necesitaban conversación”, relata. Además, ya se ha integrado a la perfección en su nueva cuadrilla. Más de una veintena de jóvenes, que trabajan en la comarca de Sangüesa, viven en el pueblo. Y otros tantos vuelven a Cáseda los fines de semana: “Desde el principio me han acogido como a uno más”.

Larriba ha recuperado el olivar de la familia y ha creado su propio huerto.

Larriba ha recuperado el olivar de la familia y ha creado su propio huerto.

Pese a su juventud, Larriba no echa en falta nada de su vida urbanita. Tiene todo lo que necesita. “Hasta han abierto un gimnasio en el pueblo. Nos obsesiona tener muchos servicios, pero luego en realidad no los usamos en el día a día y aquí la vivienda es mucho mas barata”. Por eso, anima a otros jóvenes a dar el paso de mudarse a un pueblo como Cáseda. “Aquí los críos están jugando siempre en el parque, no al Fortnite en casa. Conoces a los padres de todos, a los hermanos, y todo el mundo se echa una mano”. Incluso se muestra convencido de que los lazos de amistad son más fuertes y sinceros que en las ciudades.

“Aquí los críos están jugando siempre en el parque, no al Fortnite en casa. Conoces a los padres de todos, a los hermanos, y todo el mundo se echa una mano”.

Por ahora, y al igual que muchos otros emprendedores, Larriba llega a fin de mes con el contador a cero después de afrontar los gastos que tiene. Pero si el negocio evoluciona al ritmo que lo ha hecho hasta ahora, cree que logrará salir adelante. “La capacidad de trabajo y la entrega harán el resto”, afirma rotundo. Ingredientes que, a juzgar por las cariñosas palabras que le dedica su clientela, no le faltan. El joven farmacéutico se ha convertido en psicólogo, confidente, nieto y asesor en estos meses. “Cada vez que entra una persona por la puerta conozco su nombre y apellido”.

Larriba vive en un oasis de felicidad. Porque, además de haber montado su farmacia, está cultivando todos esos hobbies que la ciudad le impedía disfrutar en plenitud. Por ejemplo, ha pasado de plantar lechugas en las macetas que su madre tenía en el balcón a recuperar el olivar de la familia en el pueblo y a crear su propio huerto. Un cambio de vida que le hace estar “presente” en el aquí y el ahora.