Poner en marcha cualquier negocio es francamente difícil. En la mayoría de los casos, resulta imprescindible la poco accesible financiación externa y, en todos, hay que cumplir con tortuosos trámites administrativos y burocráticos. Aún es más complicado cuando se trata de una mujer porque, aunque se haya avanzado en materia de conciliación, son ellas las que siguen cargando con buena parte del peso de las tareas familiares. Y si a eso añadimos que se trata de emprender en un entorno rural despoblado, con el agravante de encontrarse en el área pirenaica, emprender adquiere tintes de hazaña.
Beatriz Zazpe Laspidea lo confirma con un expresivo «buffff», que acaba en una carcajada. A pesar de que «a favor tenía muy poco», superó todas esas adversidades para levantar en el polígono Valle Roncal, en Burgui, Lavandería Pirenaica. Una empresa especializada en servicios de lavado y planchado de ropa y lencería del hogar para establecimientos de hostelería, que también recoge y entrega a los clientes, además de alquilar sábanas, manteles y demás. Trabaja en los valles de Roncal, Salazar y ha dado el salto a Aezkoa. Su esfuerzo se ha visto recompensado con el éxito, aunque la pandemia ha frenado su crecimiento, y con premios como el de Emprendedora Navarra 2020, que le concedió la Asociación de Mujeres Empresarias y Directivas de Navarra (Amedna), o el reconocimiento que obtuvo en 2019 en la II Feria del Trabajo Autónomo. Concretamente, en la categoría de Mejor Profesional de Servicios Auxiliares.
«En estos pueblos, no vas a encontrar un trabajo de siete a dos, ni de funcionario, ni para hacerlo con un ordenador. Pero hay otras cosas».
Beatriz, nacida en 1975, estudió los ciclos de FP de Imagen y Estética y Marketing y Ventas antes de trabajar durante diez años en el negocio familiar: el popular bar Roncal de la pamplonesa calle de Jarauta. Apostó por la vida en el Pirineo al casarse con un vecino de Burgui, de donde también proceden sus padres. “Vine porque me casé con alguien que trabajaba aquí, no había otra. Es verdad que yo dejé todo y también es cierto que ahora, entre los jóvenes, la mayoría no deja nada por nadie”. De paso, niega eso de que la crisis está haciendo que gente de la ciudad se instale en los pueblos: “Aquí no ha venido nadie”. Lo dice, categóricamente, alguien que sí lo hizo: “¿Que el invierno es duro? ¿Que te mueres de aburrimiento? No tienes las posibilidades de ocio que hay en Pamplona, claro, pero actividades hay todas las que quieras hacer. No en Burgui, tendrás que irte a Roncal o a Isaba. Todo es cuestión de voluntad”.
LABERINTO BUROCRÁTICO
Cuando sus dos hijos ya habían cumplido 10 y 7 años decidió reincorporarse al mercado laboral, “con marido autónomo e hijos pequeños, tenía que ser algo que me permitiese organizarme con el tiempo de que disponía”. La idea le vino al ver repetidamente, en los paseos que daba por la carretera junto a sus amigas burguiarras, el camión de una lavandería industrial de la zona media que transportaba la ropa de las casas rurales y establecimientos de hostelería del valle.
Su marido, por razones laborales, tiene relación con empresarios del sector hostelero de la zona y, cuando ella los sondeó sobre el proyecto, la animaron y se ofrecieron a proporcionarle trabajo. Se decidió y se puso en marcha para abrir su lavandería en el polígono industrial de la localidad, el mismo en el que su cuñado tiene el aserradero Maderas Valle de Roncal desde hace una década. Su pareja la respaldó al cien por cien. «Y, cuando me entraban dudas por cómo nos arreglaríamos con los críos, me decía que ya nos buscaríamos la vida, que nos apañaríamos como fuera. De hecho, los dos primeros años me ha hecho el reparto él, hacía su trabajo y parte del mío”.
«Yo pensaba en el autoempleo, pero en las puntas de trabajo llegamos a estar siete u ocho y, sobre todo, mujeres que no habían tenido en su vida una nómina».
Ya le habían advertido de que tendría que armarse de paciencia porque hacer realidad su proyecto iba a ser un proceso largo. Pero no se imaginaba que tanto y, menos aún, que la principal culpable de la demora fuera la burocracia, sobre todo a la hora de pedir subvenciones. Deambuló por un laberinto de oficinas y registros, hizo incontables llamadas, escribió otros tantos mails e instancias y fue sumando documentos que siempre eran insuficientes. Por eso, reclama que los trámites sean «agilizados y simplificados». Cumplió con todos los requerimientos y, finalmente, le comunicaron que le había sido concedida una ayuda del Programa de Desarrollo Rural. ¿Cuándo iba a cobrarla? No hay un plazo establecido, lo que hace “muy difícil negociar con el banco créditos puente sin saber una fecha aproximada del ingreso”. De modo que, mientras llegaba, tuvo que tirar de los ahorros familiares. Inauguró el negocio hace justamente tres años, y recibió la subvención dieciocho meses después. «Eso no puede ser. Sé de gente que se ha rendido. Mucho discurso de fijar la población en áreas despobladas y, a la hora de la verdad, no dan ninguna facilidad. Si un chaval de 20 años quiere quedarse, tendrían que ponerle una alfombra roja, darle con rapidez y de forma directa una buena subvención. Porque, si se queda, es bueno para que se mantengan el centro de salud, la escuela… Pero eso tienen que verlo desde arriba«.
CONSUMIR DE LO NUESTRO
Beatriz habla deprisa, enlaza opiniones y argumentos que expone sin ambigüedad alguna. Como cuando advierte de que, «en estos pueblos, no vas a encontrar un trabajo de siete a dos, ni de funcionario, ni de algo que puedas hacerlo con un ordenador, pero hay otras cosas». En el Pirineo, «la gente combina la hostelería en verano con la nieve en invierno y con un par de cosillas que hace por ahí».
Destaca el apoyo y la buena acogida dispensada por la hostelería. «Parece que vamos convenciéndonos de que tenemos que apoyarnos entre nosotros porque, si no lo hacemos, no va a venir nadie de fuera a hacerlo. Creo que el tema del consumo local lo tenemos implantado. En Aezkoa y Salazar van por delante, pero vamos entrando». Eso sí, denuncia que, en el valle, «Isaba se lleva todo, para Burgui quedan migajas y para Vidángoz ni te cuento». «Tenemos que consumir de lo nuestro para que esto tire hacia delante», insiste. Pero aún queda mucho camino por recorrer. Por ejemplo, se pregunta por qué habiendo queserías en cuatro pueblos del valle no existen más ganaderos a los que podrían comprar la leche de sus ovejas. Es más, el año pasado se cerraron siete explotaciones ovinas.
Ha demostrado que hay oportunidades laborales en los valles pirenaicos si se saben buscar y estás dispuesto a arriesgar: «En mi caso, me viene de familia. Mi abuelo Eulogio Laspidea tenía dados de alta siete negocios, gallinas, bar, aserradero… Y, cuando sus hijos tenían de diez a doce años, vendió casi todo lo que tenía en Burgui, marchó a Pamplona y cogió un bar que traspasaban en Jarauta para que los chicos pudieran estudiar. Los chicos, ¿eh? Mi madre, no». El abuelo murió un año después de llegar a la capital navarra. «Así que se quedaron al frente del negocio la abuela y mi madre. Toda la vida detrás de la barra y llevando, además, la familia y todo lo que se le venía encima. Soy hija de mi madre».
«Si un chaval de 20 años quiere quedarse, tendrían que ponerle una alfombra roja, darle con rapidez y directamente una buena subvención».
Volvemos a la Lavandería Pirenaica, que como casi todos los negocios sufre los efectos de la pandemia tras unos inicios muy positivos. «Yo pensaba en el autoempleo, pero en las puntas de trabajo llegamos a estar siete u ocho y, sobre todo, mujeres que no habían tenido en su vida una nómina», proclama orgullosa. Cita a una empleada gitana; a otra del vecino pueblo aragonés de Salvatierra, a la que define como una «trabajadora excelente»; y, de paso, deja entrever actitudes algo discriminatorias: «Es curioso, los del valle llaman a las de Salvatierra para que les limpien las casas o los negocios, pero en público no las quiere nadie». El confinamiento hizo que se perdieran tres meses, en verano trabajaron bien y el invierno ha sido malo porque las restricciones a la movilidad han dejado sin huéspedes a casas rurales y aojamientos turísticos. Además, la afluencia de escolares a la Semana Blanca ha sido mucho menos numerosa, con lo que tampoco había mucho que lavar. «Hemos sacado lo justo para cubrir gastos y contenta. Porque hablas con unos y con otros y todo son pérdidas», señala cariacontecida. «habrá que dar por bueno que no nos dejen movernos en Semana Santa para que podamos hacerlo en verano».
NO SE LIBRA NADIE
Beatriz habla sin tapujos. «Es que lo tengo muy claro». Lejos del habitual discurso complaciente, critica por un lado al Ayuntamiento de Burgui. «Mucho dice que trabaja por mantener el Pirineo, pero a mí no me ha ayudado nada. ¡Nada!». También a la Junta del Valle: «Parece mentira, pero no tiene dispuesto ningún dinero para quien emprende. Y no todas las ayudas tienen que ser económicas. Puede ser una asesoría, porque hacer tantos trámites y tan lejos de Pamplona es muy difícil».
Así mismo, rechaza que para acceder a los contados contratos públicos locales se imponga la condición de saber euskera «y que sepas hacer el trabajo sea algo secundario». «No me parece bien», incide. Y aunque da las gracias al entonces director de Nasuvinsa, José María Aierdi, quien le dejó poner un depósito de gas «porque vio que era algo razonable», censura a la empresa pública como propietaria del polígono. «Es tremendo de grande y está desierto, lo que genera unos gastos de mantenimiento, aunque tampoco muchos porque está hecho un asco. Y las parcelas no se venden porque, cuando llama la gente a preguntar por el precio, se le quita la idea de la cabeza». Cederna tampoco se libra. Asegura que tuvo que pasar por hasta cuatro agentes de desarrollo, y «el error de alguno» de ellos acabó costándole dinero.
Calla un momento, se ríe y reconoce: «Es que me enciendo. ¿No hay nadie capaz de hacer algo para que no se vaya o venga la gente? Si se crean cinco puestos de trabajo, son cinco familias que se quedan y que ayudan a mantener un médico, una tienda, un bar o una escuela. Cosas súper importantes para un pueblo en el que vivimos cien personas. Lo que hace falta es una discriminación positiva, y ya está».