Madrid. Estamos a finales de septiembre de 1862. Un joven Galdós llega a la estación de Atocha para empezar el curso. Así que nuestros primeros pasos en este viaje por la capital más costumbrista justo en la celebración del centenario del fallecimiento del inmortal escritor de obras como Miau o los Episodios Nacionales nos deben llevar a lo que fue su primer alojamiento.
Se trata de una humilde pensión en la calle de las Fuentes número 3 que se sitúa frente al escenario más colosal que le pudiera ofrecer la vida en ese momento: la Puerta del Sol. Y sus cafés, la Plaza Mayor y sus vendedores, los pudientes del Real, los ricachonas, las porteras, los señoritos… Con todos ellos convivió Benito Pérez Galdós y todos quedaron retratados en la mítica Fortunata, su desheredada estrella.
La ebullición del momento hizo que nuestro protagonista no terminara sus estudios de Derecho en la que entonces era la Universidad Central y que hoy constituye el paraninfo de la Universidad Complutense y sede de la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, en la calle de Noviciado número 3. Otra de las paradas de este recorrido por los lugares que conoció Benito Pérez Galdós y que tienen su continuación en los cafés y restaurantes. En concreto, en dos. El primero, el legendario Café Comercial, muy próximo a la Glorieta de Bilbao, y que tiene a gala ser el más anciano de los cafés madrileños y donde Galdós mantuvo algunos de sus debates sobre literatura y política más encendidos.
El otro, el Lhardy, el primer restaurante de lujo de la capital en la carrera de San Jerónimo número 8 y del que Benito Pérez Galdós dijo que “vino a poner corbata blanca a los bollos de tahona”. Dicho establecimiento es famoso por su cocido y por estar a tiro de piedra del Congreso de los Diputados donde, por cierto, nuestro héroe ocupó uno de sus escaños en dos ocasiones. La primera, en 1886, como representante, ¡quién lo diría! de la circunscripción de Guayama en Puerto Rico.
Dejando al margen esa actividad política, la ruta por el Madrid galdosiano no se detiene y nos lleva a la calle del Fomento número 17, donde una placa nos recuerda que allí se alzó hasta 1989 la vieja casa donde Benito Pérez Galdós digirió El Debate, entre 1871 y 1873. De ahí, es recomendable desviarse a la sede de la Real Academia Española, de la que fue miembro en 1897 o a algunos de los escenarios presentes en sus obras más significativas como, por ejemplo, la casa de Fortunata en el número 11 de la cava de San Miguel o la de los Santa Cruz, el marido de Jacinta y que podemos localizar en la calle de Pontejos, junto a la plazuela del mismo nombre.
Hablando de amoríos, Galdós no se casó nunca pero sí que mantuvo un idilio muy sonado para la época con la también escritora Emilia Pardo Bazán, con la que se citaba furtivamente en la Iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas. También frecuentaba el Teatro Real o la calle Hortaleza número 104, donde se levantó la editorial que puso en marcha en 1897, desengañado tras un proceloso pleito con su editor y que terminaría cerrando en 1904.
Siguiendo la aplicación que el Ayuntamiento de Madrid ha desarrollado con motivo del año galdosiano, la ruta se cierra con dos visitas obligatorias: su monumento y la casa donde falleció. Del primero diremos que se encuentra en uno de los laterales del Paseo de Coches, uno de los parques más populares de la capital de España. Allí se levanta una bonita estatua, obra primeriza de Victorio Macho que fue sufragada por suscripción pública e inaugurada un 20 de enero de 1919. Dicen las crónicas de la época que el propio escritor, ya inválido y ciego, pidió a sus acompañantes que le auparan para comprobar el resultado y se mostró emocionado al percibir a través de sus dedos la imagen que hoy nos contempla del joven escritor con el que iniciamos este recorrido.
En cuanto al domicilio donde falleció, éste se sitúa en la calle Hilarión Eslava, número 7. Allí nos dejó un 4 de enero de 1920 un gigante de las letras españolas, vilipendiado por sus críticos contemporáneos con el injusto calificativo de “Don Benito el Garbancero” y que la historia, afortunadamente, ha puesto en su lugar. Sirva como homenaje recordar aquí una de sus más célebres citas: “Nuestra imaginación es la que ve y no los ojos”. ¡Larga vida a Benito Pérez Galdós!