sábado, 20 abril 2024

El valor de Isabel Jiménez

Jiménez se hizo cargo de la gestión de la empresa que hoy dirige, Transformados Ruiz, al morir su marido y sin ninguna experiencia en el mundo de los negocios. Tuvo que empezar de cero, pero poco a poco y con la ayuda de su equipo fue familiarizándose con el trabajo y tomando decisiones de calado. Medidas que, en último término, han redundado en resultados positivos para la firma, dedicada a la transformación de chapa metálica.


Tudela - 11 junio, 2022 - 00:02

Transformados Ruiz suministra perfiles de chapa, sobre todo a la industria agroalimentaria. (Fotos: Maite H. Mateo)

«Nací en el Bronx de Tudela, el Casco Viejo. Allí soy la Isabelita», nos dice a modo de presentación Isabel Jiménez. Ya nos había sorprendido al recibirnos en las instalaciones de Transformados Ruiz, en la Ciudad Agroalimentaria de Tudela, con un atuendo entre roquero y motard. Sigue informándonos que es hija de un matrimonio de trabajadores y que su padre era chófer del Ayuntamiento y músico: «Así que la música me encanta y bailar mucho más. La pena es que Dios no me dio voz porque si no estaría con él en la orquesta».

La disciplina estudiantil no era lo suyo y dejó los libros a los 14 años. «Tengo el graduado escolar pelao, quería tener mis perrillas y empecé trabajar en una casa, de 9 de la mañana a las 7 de la tarde. La limpiaba y cuidaba a un niño por 9.000 pesetas al mes». A los 17 llegó a la hostelería, que le gustaba «mucho». Pasó por varios restaurantes, incluido el Maher de Cintruénigo, y por un almacén de pescado. «Pero conocí a Juan Carlos Ruiz, nos casamos y dejé la hostelería». El fin de semana se divertían yendo a bailar. «He sido muy fiestera, me encantaba la noche», y acudía a concentraciones moteras.

Isabel cogió las riendas del negocio tras el fallecimiento de su pareja.

Isabel cogió las riendas del negocio tras el fallecimiento de su pareja.

Cuando su marido heredó parte de Talleres Ruiz, la empresa de su suegro se dedicaba sobre todo a la soldadura y calderería, incorporó máquinas de corte láser, prepunzado, plegadura  y paneladoras para producir perfiles destinados a la construcción. Los talleres pasaron a ser, en 1997, Transformados Ruiz. Ese mismo año tuvieron una hija, se hicieron con una casa en Fontellas e Isabel volvió a la hostelería porque las amortizaciones se llevaban buena parte de los ingresos de la empresa. La situación económica fue mejorando, tuvieron otro hijo e Isabel pudo dejar el restaurante: «Era feliz estando con mi marido y los niños, no lo hubiera cambiado por nada».

«Seguí adelante con Transformados Ruiz porque era la ilusión de mi marido y también porque eran dieciocho familias las que dependían de la empresa».

Todo se vino abajo repentinamente en 2006, al fallecer Juan Carlos. Con dos hijos de 9 y 3 años y la empresa a su cargo, tuvo que replantearse por completo su vida. Decidió seguir adelante con Transformados Ruiz «porque era la ilusión de Juan Carlos y también porque eran dieciocho familias las que dependían de la empresa».

«Pensar en mis hijos es lo que me dio fuerzas para continuar», prosigue. Comentamos que tuvo mucho valor para echarse la empresa al hombro en esas condiciones. «No sé si era valor, que estaba loca o que no sabía lo que hacía. Para mí lo más importante era continuar con el proyecto de Juan Carlos, me parecía que le iba a deshonrar si vendía la empresa porque era su sueño. Con lo que había trabajado para levantarla…», responde mirándonos fijamente.

Pero no tenía ni idea de cómo dirigir el negocio. «No sabía ni usar el ordenador, lo utilizaba para jugar al solitario. Así que empecé a venir por aquí y a preguntar qué había que hacer y cómo tenía que hacerlo. Lo mismo que aprendí a limpiar o a servir aprendería aquí con los compañeros que él tenía». A su favor estaba el hecho de que los clientes de la firma eran sobre todo constructores que, en 2006, trabajaban a destajo. También Transformados Ruiz. Pero no resultó fácil. Contó con la ayuda de Pello Yaben e Íñigo Pérez-Nievas, que habían diseñado junto a Juan Carlos Ruiz la dirección por valores de la empresa «como si fueran coachs«. «Pero me sentaba en el sillón del despacho y me echaba a llorar, no podía parar. Este no es mi sitio, este no es mi sitio, me voy a casa… No lo hacía porque tenía que estar, pero es que no sabía qué hacer».

Finalmente contrataron a un gerente que después fue sustituido por su hermana Marisa. «Es el apoyo más grande que he tenido en toda mi vida. Lleva la empresa de maravilla, es superdetallista y cuidadosa». Elogios que extiende al resto de la plantilla. «Transformados Ruiz es un equipazo, del que yo me siento una más. No vengo aquí mandando, sino a ver en qué puedo ayudar. Bueno, también me fijo en qué flojeamos o si podemos mejorar en algo».

Aspira a que «el personal se sienta bien haciendo lo que se espera de ellos«. Una frase que tiene trasfondo porque alude a la implantación de la dirección por valores. Nos explica que fue entonces cuando se definieron las responsabilidades de cada puesto de trabajo con la colaboración de toda la plantilla. «Se les pidió que dijeran cuáles eran a su juicio, y de acuerdo con esas opiniones se fueron diseñando las tareas de cada uno de los puestos. Si son ellos los que han definido las responsabilidades, creo que se sentirán bien haciendo su trabajo…».

LA DIVERSIFICACIÓN PERSONALIZADA

Isabel dijo en una ocasión que su labor consistía en «dar al equipo las herramientas para lograr los objetivos estratégicos». Al recordárselo hace gestos afirmativos con la cabeza: «Claro, es que cuando se definen los objetivos estratégicos de la empresa no puedo exigir nada sin dar algo a cambio, unas herramientas o lo que necesiten». Aunque dice riéndose que ella sigue «aprendiendo», desde que asumió la dirección de la empresa ha tomado decisiones relevantes. Por ejemplo, ha renovado casi toda la maquinaria para poder atender a clientes de otros sectores al margen de la construcción, fundamentalmente industrias, y demuestra sus conocimientos enumerando cada una de ellas y cuál es su utilidad. Nos muestra una plegadora antigua, que ha conservado por razones sentimentales y de la que recuerda anécdotas de cuando la adquirieron en una feria.

«Nuestro lema es ‘lo que el cliente imagina nosotros lo hacemos’. Lo que nos pide tenemos que saber hacerlo».

Vamos, que ha conseguido sacar el negocio adelante, haciéndose merecedora de premios como el de Empresaria Navarra del Año 2014 de la Asociación de Mujeres Empresarias y Directivas de Navarra (Amedna / Neeze) o el concedido por la Asociación Empresa Ribera (AER) al relevo generacional en 2018. «Ese fue muy especial porque a quien había relevado era a Juan Carlos… Fue muy emotivo para mí, le recordé en el discurso y dediqué el premio a la gente que me había ayudado, al equipo de Transformados que estaba con él y que continuó a mi lado. Me quedó un discurso bonito», sostiene sonriente.

La firma ha renovado casi toda la maquinaria para atender a clientes de otros sectores al margen de la construcción.

La firma ha renovado casi toda la maquinaria para atender a clientes de otros sectores al margen de la construcción.

Volvemos a la maquinaria, con la que puede hacer realidad el lema de la empresa: ‘Lo que el cliente imagina nosotros lo hacemos‘. Como el resto de sus frases, tiene una razón de ser: «Transformados Ruiz es una empresa de servicios, no tiene producto propio, trabajamos a la carta todo lo que se puede hacer en chapa metálica. Lo que nos piden tenemos que saber hacerlo y cuantos más procesos completos facilitemos, mejor para todos».

Así debe de ser porque la marcha de la empresa es positiva. «En 2021 ya fuimos bien a pesar de que fue complicado. Facturamos 4,2 millones y, como los cierres mensuales de este año son mejores, creo que lo superaremos». Se ven afectados, como todos, por problemas externos como el disparatado amento del precio de la energía eléctrica y de las materias primas «cuando las encuentras». Y añade pragmática que «es una cadena». «Si yo compro más caro tengo que subir el precio y el cliente final lo tendrá que pagar. Es que mis trabajadores tienen que cobrar todos los meses y yo eso de trabajar gratis o perdiendo dinero pues como que no». Al preguntarle por posibles proyectos, responde que todo pasa «por seguir mejorando». Quizás nuevas líneas de negocio, diversificar… apuntamos. «¡Pero si soy la diversificación personificada¡», exclama levantando y abriendo los brazos. «Trabajo para todos los sectores y no hacemos dos productos iguales».

Vamos a preguntarle si su condición femenina ha sido un hándicap en un sector muy masculinizado. Y, sin terminar nuestra argumentación, comienza a reírse. «Con mi carácter, desde luego que no tengo problemas ni en ese ni en ningún otro ambiente. Desde que estuve en la hostelería tengo cintura para torear y nunca me he creído ni más ni menos que los hombres. Soy igual. Si tengo que decir algo lo digo y si he tenido que dar un tortazo lo he dado. Ahora, también pido perdón si tengo que hacerlo». Se lanza y asegura que cuida y se preocupa de su gente. «Todos saben dónde está mi casa si necesitan ayuda y no tengo ningún problema con nadie, con nadie. Aquí no soy la señora Isabel Jiménez, soy la Isa, como en la calle. Pero claro, a la hora de trabajar es necesaria una seriedad y guardar unas formas».

«Desde que pasé por la hostelería, tengo cintura para torear y nunca me he creído ni más ni menos que los hombres. Soy igual».

Sus veintiséis trabajadores cuentan con un seguro médico privado. «Cuando digo que cuido de ellos, lo digo de verdad. Lo que les pasa es como si me pasara a mí. Es que son compañeros, compañeros y además queridos». Es la estrecha relación propia de una empresa familiar. ¿Le gustaría que siguiera siéndolo? Antes nos pone al corriente de la situación. Tiene dos hijos, Álex y Alba, más los dos que ha aportado Óscar, su nuevo marido: Álvaro y Andrea. «Somos una tribu, no nos invita nadie porque somos muchos, pero en nuestra casa todo el mundo es bienvenido». A lo que íbamos. «Álex hace aquí las prácticas del instituto y la idea es que, aunque vaya a hacer una ingeniería, empiece a trabajar en la oficina técnica. Ya ha estado con la cortadora láser o plegando chapas y espero que sea quien siga adelante con la empresa. Alba es una gran estudiante, una gran persona, parece que en principio no quiere aunque viene encantada a echarnos una mano en administración, recursos humanos… Está haciendo Trabajo Social porque lo que le va es ayudar a la gente».

A esta empresaria navarra le encantan las motos y bailar, especialmente los bailes latinos.

A esta empresaria navarra le encantan las motos, una afición que también cultiva su hijo, Álex.

Aprovechamos la ocasión y nos interesamos por cómo es Isabel Jiménez cuando no está en su trabajo. Mantiene las aficiones de su juventud: «Por obligación las motos, y por devoción me encantan la salsa, los bailes latinos…». Nos descoloca con eso de la obligación y nos lo aclara. Resulta que su hijo Álex compite en la categoría Supermotard SM/Road y ella le acompaña junto a su marido por los circuitos en los que disputa las carreras. Es tan bueno que el año pasado se proclamó campeón de España, tras el segundo puesto de 2020 y el tercero de 2019, su primer año en las competiciones. Lógico, de padres moteros… «Hombre, Juan Carlos murió cuando Álex tenía 3 añicos. No tuvo tiempo el pobre de transmitirle la afición. Pero debía llevarlo en la sangre porque para ir a la guardería tenía que hacerlo montado en su moto de juguete, y a la salida se la llevaba para volver también en la moto».

Con todo detalle, poniendo de manifiesto lo orgullosa que le hace sentirse, nos habla de sus éxitos, como cuando contra todo pronóstico brilló en su debut en el campeonato europeo en Ortona (Italia) e hizo que el patrón del team más poderoso se fijara en él: «Le dije que tendría el equipo más importante, pero que Álex era el mejor piloto. Mi hijo se echaba las manos a la cabeza. ‘¡Cómo puedes decirle eso!’. A mí el desparpajo nunca me ha faltado. ¿Qué ha pasado? Pues que hemos firmado un contrato con ellos, soy su mamánager. Ja, ja, ja».

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