El estrés laboral es un problema cada día más presente en los países desarrollados. Aparece cuando las exigencias del trabajo superan la capacidad de las personas para hacerles frente o mantenerlas bajo control.
No es en sí misma una enfermedad, pero, si se sufre de forma intensa y continuada, puede provocar problemas de salud física y mental: ansiedad, depresión, enfermedades cardíacas, gastrointestinales y musculoesqueléticos. Estudios realizados en la Unión Europea sugieren que entre el 50% y 60% del total de los días laborables perdidos está vinculado al estrés.
Lo que se traduce, según la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo, en un coste económico de 20.000 millones de euros en gastos sanitarios. Además, es la segunda causa de baja laboral de la Unión Europea, sin contar la pérdida de productividad.
El estrés positivo es conocido como eustrés, necesario como especie para sobrevivir, y otro negativo o distrés, perjudicial para la salud, por haberse ya cronificado. Como los colesteroles.
El hecho de que el 22% de todo el mundo occidental dedique al trabajo más de 48 horas a la semana, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y más de la mitad de los trabajadores/as no desconecte ni en vacaciones, es también una realidad fruto de factores económicos, laborales y sociales.
Recientes estudios de la Unión Europea sugieren que entre el 50 y el 60% del total de los días laborables perdidos está vinculado al estrés.
Ahora bien, también hay factores internos como los miedos a perder a un determinado nivel de vida o a renunciar a elementos tangibles e intangibles a las que nos hemos acostumbrado. Alimentamos la necesidad de éxito, de ser dignos de admiración por nuestras obras y por lo que tenemos, más que por lo que somos. Cada vez hay más personas que se vuelcan en sus tareas profesionales ante las carencias en su vida privada.
La insatisfacción con la vida fuera del trabajo también puede alargar la jornada laboral; y estar disponible siempre puede mitigar el miedo a la soledad. Es aconsejable separar la vida personal de la laboral ya que de lo contrario se empobrece la vida social de la persona y se restringen los intereses; aunque no hay que descartar que, a veces la adicción al trabajo o workaholics es un refugio para personas con intereses ya de por sí menos amplios, o también de personas obsesivas. ¿Somos “trabajólicos/as”? ¿La empresa no ha llegado aún a conseguir ser socialmente responsable con su principal activo -las personas- y nos hace “engancharnos”?
¿CÓMO DESCONECTAR DE FORMA EFECTIVA?
Sea cual sea el motivo que nos empuja a dilatar nuestro horario y no desconectar ni en la piscina, el resultado es nocivo para la salud física, mental, y laboral, según la OIT. Desconectar puede ser especialmente difícil para la mayoría de las personas que no tienen trabajos vocacionales y que deben destinar mucho tiempo al día para atender asuntos que nada tienen que ver con sus vidas e intereses. Se puede afirmar que cuanto más cultas son las sociedades, más rigurosas son con los horarios laborales de sus ciudadanos y ciudadanas, y más valoran las actividades personales que desarrollan por su cuenta y para su placer. Por eso es vital desconectarnos del trabajo más de dos horas al día, y por supuesto en las vacaciones. Desconectar implica un acto de voluntarismo y hay que entrenarse en eso de desconectar.
Cuanto más cultas son las sociedades, más rigurosas son con los horarios laborales y más valoran las actividades personales que desarrollan por su cuenta y para su placer.
El disfrute de las vacaciones para quien trabaja conlleva altos beneficios para la salud. Entre los efectos positivos se encuentra la disminución de la presión arterial que se cifra hasta en un 6%. La desconexión de las presiones laborales y de las responsabilidades posibilitan que cuerpo y mente pueden recomponerse, al estar alejados de los principales estresores: plazos y presión de tiempo, malas relaciones interpersonales o precariedad en el entorno laboral. La desconexión permite retomar vínculos sociales, con familia y amistades, o establecer nuevas relaciones y vivir nuevas experiencias.
Además, dedicar más tiempo al ejercicio físico y a la naturaleza contribuye a mejorar la calidad del sueño. En España se duerme una media de poco más de siete horas al día y los expertos recomiendan un mínimo de ocho. Así, la reducción del estrés y el aumento del bienestar, entre otros factores, ayuda a la conciliación de un sueño de mayor calidad. Cuidar una alimentación y estilo de vida saludables, con tranquilidad, también mejoran nuestro humor. En definitiva, unas vacaciones bien aprovechadas contribuyen a que volvamos sanos y libres de estrés a la rutina del día a día.
Idoya González Gorría
Coordinadora de la Unidad de Psicoterapia de Gesinor Servicio de Prevención
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