En la mítica ‘Buenas Noches y Buena Suerte’ se produce un momento simplemente delicioso cuando el protagonista que encarga al periodista Edward R. Murrow -en abierta polémica con el senador McCarthy en plena Caza de Brujas- se pregunta en alto: «¿Qué sería de nosotros si a lo largo de nuestra vida no hubiéramos visto o leído libros prohibidos de antemano por su contenido?».
Trasladando esa reflexión a nuestra vida cotidiana, bien nos podíamos preguntar si no nos estamos perdiendo algo ‘importante’ por ir siempre a lo seguro y recurrir a lo mismo a lo que nos conduce ese ‘pensamiento masa’ que nos domina. Así, en el caso de los carnavales, no salimos de los lugares comunes referidos a nuestro querido Miel Otxin o los zampanzar de Ituren y Zubieta en Navarra; las chirigotas de Cádiz para el resto de España o, ya a nivel internacional, las máscaras de Venecia o los desfiles de samba de Río de Janeiro. No decimos que no estén bien, que por algo son tan famosos, pero, ¿no creéis llegado el momento de buscar otras alternativas y comprobar si hay propuestas tan buenas como las que acabamos de comentar? Ése es nuestro propósito.
En el municipio orensano de Verín, por ejemplo, la fiesta dura un mes y gira en torno a dos personajes: el ‘Cigarrón’ y el ‘Capuchón’. El primero se distingue claramente por su máscara y la mitra que cuelga de la careta. Completa su atuendo un calzón corto con ribetes blancos y de colores, camisa blanca, corbata de colores y medias blancas más una chaqueta corta y un cinturón del que cuelgan las chocas o cencerros.
Su principal objetivo, los vecinos de la localidad, a los que persigue látigo en mano porque, como manda la tradición de este tipo de festividades, el origen hay que buscarlo en ritos agrícolas y ganaderos ancestrales de purificación. Precisamente, muchos de esos paisanos a los que persigue el ‘Cigarrón’ adoptan la forma ‘Capuchón’, esto es, salen a la calle con una sotana negra tipo fraile y una máscara en contraposición al llamativo y exhibicionista ‘Cigarrón’. Puro carnaval rural para reconciliarnos con nuestra ánima más pedestre.
Igual de popular que el de Verín es el de Mazatlan, también en febrero, en pleno corazón sinaloense de México. Aquí la diversión corre a cargo de la ‘banda’ que ofrece una amplia oferta de músicas y ritmos salseros y tropicales a los que une, en agradable contraposición, actividades de carácter cultural como certámenes de poesía, premio de literatura y espectáculos de enorme calidad artística, con los que la fiesta se extiende a todos sectores de la población y abarca toda la gama de gustos de los porteños y de los turistas. Entre estos últimos, los conocidos como ‘el baile del caballito’ o ‘la quebradita’ por su vistosidad y, por encima de todo, el Paseo de Olas Altas y el Claussen, las dos avenidas que se convierten en un gigantesco centro de reunión y baile junto al océano Pacífico. Vamos, que si el sonido de las olas reventando la playa no se escucha en esas noches es por los decibelios de la música y el bullicio.
Otra ‘cosica’ son los carnavales de Düsseldorf que, junto con los de Colonia y Maguncia, se sitúan como algunas de las fiestas más destacadas de Alemania durante estos días. Desde luego, en el caso que nos ocupa se trata de la mejor oportunidad para conocer una ciudad que inicia su mascarada con algo tan rompedor como el secuestro ficticio del alcalde y la entrega de las llaves de la ciudad a las féminas, que simbólicamente tendrán el poder durante el denominado como ‘Jueves Gordo’. A partir de ahí, la fiesta tiene como centro neurálgico la Kongsalee, por donde transitarán las carrozas y los disfraces de múltiples colores y formas. Son típicos, además, los gritos de Helau! y Kamele!. El primero es una palabra que expresa la alegría por el carnaval, mientras que el segundo sirve para pedir caramelos a los que van en las carrozas porque mayores y pequeños se lanzan a la caza de las golosinas en un ambiente de gran alborozo.
Pero, claro, si hablamos de fiestas no seremos tan osados de comparar Alemania con Brasil y sus carnavales de Salvador de Bahía. ¿Qué podemos encontrar de original en una cita que suele atraer la atención de más de 2 millones de personas (de ellos, se estima que aproximadamente 700.000 solo turistas)? Pues los ‘blocos’, esto es, peñas musicales de todo tipo, color y estilo musical, que animan a la gente con bailes, percusión y mucho ritmo. La calle se convierte en protagonista, pero para nuestros amigos más sibaritas también está el ‘Camarote’ o ‘carpas privadas’ (a imagen de las casetas de Sevilla) donde seguir el ritmo de un modo más privado y a precios que oscilan entre los 40 y los 1.000 euros según la exclusividad. Porque Bahía acoge más de un carnaval esos días: está el náutico, el electrocarnaval y, por encima de todo, Río Vermelho, la zona de marcha por excelencia.
En fin, que si después de tanto alborozo nos queda ganas de más, igual lo más recomendable es no quemarlo todo ahora mismo que estamos empezando el año, sino que podemos reservar un poco de energía carnavalera para completar nuestro ciclo con el londinense carnaval de Notting Hill en agosto, la gran fiesta multicultural por antonomasia por sus desfiles de gran colorido, ritmos latinos, plumas y lentejuelas, bailes y ron, salpimentado con una dosis extra de muy buen humor. Porque, como ya decía Aristóteles: «la felicidad es la finalidad última de la existencia humana» y si se nos ha olvidado… ahí está nuestro querido Carnaval ¿A qué esperas para ponerte peluca?