George Floyd, Breonna Taylor, Stephon Clark, Philando Castille, Alton Sterling y Freddie Gray son algunos de los afroamericanos que murieron en manos de agentes de policía entre 2015 y 2020. En esos cinco años, Mikel Reparaz (Arbizu, 1975) fue corresponsal de EITB en Nueva York. Desde Estados Unidos recopiló “miles de historias, entrevistas y anécdotas” que se quedaron fuera del ritmo frenético que impera en la radio y en la televisión. Ahora, como responsable de Información Internacional de la televisión vasca en Bilbao, este periodista ha tenido la oportunidad de plasmarlas en Las grietas de América: bajo la piel de un país dividido, un libro para entender el origen y las consecuencias de un conflicto racial “que parece no tener vuelta atrás”.
En ‘Las grietas de América: Bajo la piel de un país dividido’ aclara que las tensiones raciales en Estados Unidos son anteriores a la llegada de Trump al poder. ¿Hubo un punto de inflexión en el que constatara esta división?
El último punto de inflexión fue la elección de Trump. Sin embargo, aunque muchas veces cometemos el error de atribuir todo a su presidencia, el segundo mandato de Obama fue casi un cortocircuito en la sociedad estadounidense, sobre todo en la mayoría blanca, conservadora y cristiana que se vio de alguna forma alineada por sus políticas. Eso provocó una reacción social: Trump es, de alguna forma, la consecuencia de Obama.
En el libro habla de “grietas profundas y cada vez más insalvables”. ¿La situación no tiene vuelta atrás?
La división parece insalvable. No sé qué tiene que pasar en Estados Unidos para que esta fractura se recomponga, para que el país vuelva a tener ciertos puntos en común. Lo que está ocurriendo va más allá de diferencias políticas o ideológicas. Estamos viendo casi un enfrentamiento civil en las calles. En Kenosha, un chico de 17 años mató a dos manifestantes de Black Lives Matter. En Portland, un militante de Antifa mató a un seguidor de Trump y luego fue asesinado por la policía.
Esa metáfora de las salas de cine, donde hay dos personas viendo dos películas que son absolutamente diferentes, la de Fox, por un lado y la de CNN o el New York Times por el otro; es una realidad. Son dos países paralelos, que están viendo una película diferente, que no se cruzan en la calle y que, sobre todo, no hablan entre ellos. La falta de diálogo está teniendo unas consecuencias fatales.
¿Estima que antes la sociedad estadounidense sí tenía puntos en común?
Creo que sí. Estados Unidos es una democracia consolidada en la que ha existido un diálogo social durante muchísimos años. Lo que sostengo en el libro es que cada vez que se consigue una conquista, como la de los derechos civiles de las minorías durante los años 60 o la llegada del primer presidente afroamericano al poder, siempre hay una reacción, un paso atrás.
«Lo que está ocurriendo va más allá de diferencias políticas o ideológicas. Estamos viendo casi un enfrentamiento civil en las calles».
Las últimas manifestaciones surgieron tras la muerte de George Floyd, quien falleció después de que un policía se arrodillara sobre su cuello durante un arresto. Sin embargo, en Ferguson y en Baltimore ya se habían producido escenarios similares entre 2014 y 2015 que finalizaron sin que se cumplieran objetivos concretos. ¿Habrá resultados tangibles en esta ocasión?
Lo que he visto durante los años en los que estuve como corresponsal es que existe un conflicto racial y un conflicto político sin solución. Esto fue lo que provocó una guerra civil en el siglo XIX. En Estados Unidos, las desigualdades sociales y económicas tienen color. Eso se ve en los barrios pobres, donde viven sobre todo negros y latinos. La elección de Obama en 2008 nos parecía una utopía posracial, pero resultó ser un espejismo.
¿Cree que algunas circunstancias excepcionales, como la pandemia o el hecho de que 2020 sea un año electoral, podrían influir el desenlace de estas protestas?
Los dos candidatos presidenciales utilizan el conflicto en su beneficio. En esta situación de pandemia y de crisis económica, donde todas sus bazas electorales se le han ido cayendo poco a poco, a Trump le interesa echar gasolina al fuego para presentarse como el candidato de la ley y el orden. Biden, por su parte, quiere presentarse como el candidato del consenso, del sentido común.
«Son dos países paralelos, que están viendo una película diferente, que no se cruzan en la calle y que, sobre todo, no hablan entre ellos. La falta de diálogo está teniendo unas consecuencias fatales».
Durante las protestas se han producido episodios violentos y saqueos. En Washington, por ejemplo, algunos manifestantes rodearon a personas que estaban comiendo en una terraza para que levantaran el puño en señal de solidaridad con la comunidad afroamericana. ¿En qué medida estos episodios pueden desprestigiar al movimiento Black Lives Matter y beneficiar a Trump?
La violencia no ayuda a estas reivindicaciones. Trump y sus seguidores han criticado mucho el hecho de que agentes de policía blancos se arrodillaran durante las protestas para demostrar que estaban en contra del racismo y de la violencia policial. Pero hay que entender un factor que en Europa se nos escapa. Ser blanco en Estados Unidos es, de entrada, un privilegio. Hay una cuestión filosófica detrás: quienes hacen esto están mostrando que, desde su privilegio, entienden las reivindicaciones de este movimiento. Arrodillarse es una postura política. James Baldwin, escritor afroamericano y activista por los derechos civiles, decía que la población blanca debería convertirse en negra para solucionar el conflicto. De ahí vienen estos gestos. No sé hasta qué punto ayudan o no, pero creo que hay que entenderlos en ese contexto.
A Black Lives Matter se le acusa de ignorar los problemas dentro de la comunidad negra en Estados Unidos, como el índice de criminalidad.
Es un círculo: las desigualdades económicas y sociales, la criminalidad, la falta de oportunidades. Es cierto que Black Lives Matter va a las raíces y muchas veces no critica ni pone en el punto de mira estas cosas, como el índice de criminalidad, pero sí han hecho mucha labor en la integración, la educación y el desarrollo económico de las comunidades negras. Sin mucho éxito, por lo que estamos viendo, pero se ha intentado. A veces se le tacha de simplistas. Durante las protestas se han derribado estatuas, incluso de padres fundadores como Washington y Jefferson, y muchos se han llevado las manos a la cabeza. Esto ha hecho que algunas personas que sentían cercanía por el movimiento se hayan alejado.
Aquí hay muchísimos matices. La sociedad estadounidense es muy compleja. Todo es producto de una historia muy larga donde continuamente ha habido una población que ha quedado al margen del desarrollo y del progreso y que ha sido, de alguna forma, oprimida por la supremacía blanca. Si analizamos el problema en profundidad, llegaremos a esas conclusiones. Los síntomas son otros: West Baltimore, donde trascurre gran parte del libro, es uno de los barrios más pobres y con uno de los índices de criminalidad más alta de Estados Unidos.
«West Baltimore, donde trascurre gran parte del libro, es uno de los barrios más pobres y con uno de los índices de criminalidad más alta del país».
El argumento de la clase trabajadora blanca y hastiada por la globalización y la corrección política se emplea para explicar la victoria de Trump, el Brexit y el auge de los populismos europeos. ¿Es un intento de maquillar lo que describe como “supremacía blanca”?
Son cosas diferentes. Las desigualdades sociales también afectan a los blancos en Estados Unidos. Allí hay muchísimos pobres de raza blanca, sobre todo en los Apalaches y en el llamado ‘cinturón de óxido’ (Rust Belt). Esto también ocurre en Europa, donde el discurso populista de partidos de extrema derecha se ha ganado el voto que tradicionalmente iba para la izquierda. Ese descontento es un fenómeno global que Trump entendió muy bien. Por otro lado está el conflicto puramente racial, que también creo que ha tenido un papel fundamental en la victoria de Trump.
Parece que las reivindicaciones de los afroamericanos y las demandas de esa población blanca y rural son dos luchas enemigas entre sí. ¿Es posible integrarlas?
Creo que hay una división clarísima ahí. Es muy difícil que se pongan de acuerdo. Son dos extremos de esas franjas que se han abierto en Estados Unidos. A día de hoy lo veo muy difícil, sobre todo con este presidente que utiliza unos métodos populistas incendiarios.
«Las encuestas nacionales dan la victoria a Biden, pero lo que no está tan claro es qué ocurrirá en los estados clave. En Pensilvania, por ejemplo, los dos candidatos están casi empatados».
Trump es un personaje mediático. ¿La prensa le ha dado demasiada cobertura?
Él sabe utilizar muy bien los medios de comunicación. Es una lección que aprendió de su abogado personal, Roy Cohn, uno de los personajes más oscuros de la historia de Estados Unidos. Es el presidente de Estados Unidos y hay que informar sobre lo que dice, pero muchas veces se ha quedado a un lado otra función del periodismo, que es contrastar la verdad. Trump utiliza la mentira continuamente. Creo que su éxito se debe en gran parte a ese juego, en el que entraron cadenas como la NBC y la CNN. Medios de comunicación que están en las antípodas ideológicas le dieron publicidad día sí y día también.
En 2016, prácticamente todos los medios de comunicación importantes de Estados Unidos daban por hecho que Clinton ganaría las elecciones. Ahora resaltan que Biden le lleva ventaja a Trump. ¿Se están volviendo a equivocar?
Hillary Clinton ganó tres millones de votos más que Trump. En este sentido, las encuestas no se equivocaron. Pero el sistema electoral de Estados Unidos prima algunos estados concretos en los que hay que ganar las elecciones y Trump supo hacer esa labor quirúrgica de encontrar a sus votantes, identificarlos y comprenderlos. En este momento las encuestas nacionales dan la victoria a Biden, pero lo que no está tan claro es qué ocurrirá en los estados clave. En Pensilvania, por ejemplo, Trump y Biden están casi empatados. Creo que en esa oportunidad no se supo calcular la importancia de esta ingeniería electoral y esta vez los analistas están mucho más cautos. Yo no me atrevo a hacer ningún pronóstico.