“Como el entomólogo a la caza de mariposas de vistosos matices, mi atención perseguía, en el vergel de la substancia gris, células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental”. Así, de esa forma tan poética, describía su trabajo Santiago Ramón y Cajal, padre de la neurociencia moderna y uno de los investigadores más extraordinarios que han existido. Pero ese texto revela, además, su capacidad para transformar la aséptica experimentación científica en un emocionante ejercicio artístico, cuya máxima plasmación son los dibujos en los que representaba sus observaciones al microscopio de las células cerebrales humanas. 36 de ellos pueden verse ahora, por primera vez en Navarra, en el Museo de Ciencias de la Universidad de Navarra.
Santiago Ramón y Cajal nació el 1 de mayo de 1852 en Petilla de Aragón, enclave navarro en la provincia de Zaragoza, donde residió temporalmente su familia porque allí destinaron a su padre, médico rural. Cuando tenía dos años salieron del pueblo y nunca se identificó como navarro, ni Navarra lo ha reivindicado como uno de sus hijos más ilustres.
Estudió medicina en la Universidad de Zaragoza y fue tal la relevancia de sus descubrimientos acerca del funcionamiento y estructura del sistema nervioso que fueron reconocidos con la concesión del Premio Nobel en 1906. Lanzó la ‘doctrina de la neurona’, una teoría revolucionaria que decenios después, y únicamente gracias a la invención del microscopio electrónico y a la aplicación de las técnicas de electrofisiología, se pudo comprobar que era asombrosamente acertada. Dedujo que las neuronas, las células fundamentales del tejido nervioso, estaban separadas y que se comunicaban entre sí, e indicó cómo lo hacían. Lo consiguió en unas condiciones tales de precariedad que sólo se explica que llegara a tan atinadas conclusiones por el hecho de que se trataba de un genio. Dijo que “procuré incorporarme, sin vacilar, con entusiasmo, aunque sin medios y falto de estímulos externos, al tajo de la investigación, donde el trabajo obstinado siempre alcanza su premio, tarde o temprano…”, unas palabras que desgraciadamente pueden aplicarse, tal cual, al presente de la ciencia española.
LA MUESTRA
Para mostrar sus hallazgos realizó unos maravillosos dibujos. “En nuestros parques no hay árboles tan elegantes y lujosos como las células de Purkinje del cerebelo…” dijo a propósito de una de sus observaciones, y efectivamente las representó en una ilustración que recuerda a un árbol invernal, desnudo de hojas y con abundantes brazos que se ramifican una y otra vez hasta formar una frondosa copa.
Ahora tenemos la oportunidad de admirar sus grabados, de elevado realismo y alta calidad pictórica, gracias a la muestra ‘La belleza del cerebro: los dibujos de Santiago Ramón y Cajal’, que exhibe 36 de sus grabados cedidos por el Instituto Cajal-CSIC. La exposición, que puede verse gratuitamente en el edificio de Ciencias de la Universidad de Navarra hasta finales de junio, ha contado con la colaboración en el montaje de Cloister y las alumnas del Máster in Curatorial Studies Aurelia Alemán, Teresa Reina y María Díaz Banet.
Durante la visita comprobaremos que “además de científico, Ramón y Cajal fue un artista completo, en el sentido amplio de la palabra, por su faceta de dibujante y por su desarrollo de la fotografía en colores. Y un escritor profuso de novela y ensayo”, tal y como explica el neurocientífico del Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA) José Luis Lanciego. Tras verla nos asalta la duda: ¿Es ciencia? ¿Es arte? Es ciencia, con mayúsculas, en su más artística expresión.