Fernando Redín, director comercial de Reybesa, recuerda a su padre diciéndole a su madre, cuando aún tenían tres hijos, que quería hacer algo para darles un empleo cuando fueran mayores. “Somos todos chicos, yo el mayor con 51 años y me llevo catorce con el pequeño”. La inquietud por el futuro de la prole le llevó a salir voluntariamente de Finanzauto, donde trabajaba vendiendo maquinaria de obra pública Caterpillar, lo que no impidió que recibiera una indemnización muy elevada para la época: un millón de pesetas. Con ese dinero y la aportación de otro socio riojano que también dejó Finanzauto, fundaron Reybesa (Redín y Becerra) en 1982, que operaba en Navarra y Logroño. Dos años más tarde, Telesforo Redín, ya en solitario, se hizo con la distribución de carretillas elevadoras Linde, uno de los más importantes fabricantes a nivel mundial, y centró su actividad en Navarra.
Reybesa arrancó poco a poco. Importaba las carretillas conforme las vendía y prácticamente vivía al día. Fernando no tardó en conocer la empresa: “Iba a los Maristas. No era muy buen estudiante y pasábamos el verano en el pueblo de mis padres: Urroz-Villa. Como el nivel de exigencia era más alto que el actual, en agosto me hacían ir a clases de recuperación y mi padre me cogía por banda para llevarme a trabajar con las tres personas que formaban Reybesa: él mismo, el administrativo y el encargado de los recambios. Cuando el administrativo se iba de vacaciones, yo atendía el teléfono. Tendría 15 o 16 años. Hoy no se permitiría, pero entonces era lo natural“.
“Empecé como comercial a los 18 años. Supongo que, cuando los clientes veían a un vendedor de esa edad, les daría risa”.
Siguió estudiando, renqueante, hasta que en 1988, cuando cumplió 18 años, su padre le dijo que necesitaba un vendedor. “Pasé de ser un chaval muy introvertido, apocado, a buscarme la vida como comercial. Estuve un año formándome a su lado hasta que me dio un Peugeot 205 y me mandó a vender por ahí”. Evoca riéndose su primer viaje. “Fue a Sangüesa, dejé tarjetas y catálogos en las empresas que visité… ¡y a recibir los primeros palos! Lo pasé realmente mal. Es que me comparo con un crío de 18 años de ahora y supongo que, cuando los clientes veían a un vendedor de esa edad, se reirían”.
CADA VENTA, UN TRIUNFO
Recuerda con todo detalle su primera venta. “Fue a la empresa Jealser, de Jesús Alonso Serna. Tenía un almacén de perfiles de aluminio en Ansoáin, caí por allí y el bueno de Jesús me pidió una carretilla usada. Teníamos muy pocas, pero le dije que había una de las características que necesitaba. Era un tarro de máquina y cuando se la llevé, me dijo ‘¡pero qué me has traído!’. No disponíamos de ninguna más moderna y me preguntó cuánto valía una nueva. Total que le vendí una eléctrica, una E15Z de la serie 324. ¡Un avión!”. Narra aquella anécdota con los ojos brillantes, casi emocionado, señal de la devoción que siente por su trabajo: “Es que cada venta era un triunfo. No brindamos con champán porque no teníamos, pero si lo celebramos tomando un pincho en el bar. Sentí una alegría… ¡terrible!”.
Únicamente compraban y vendían carretillas, incluso subcontrataban el servicio técnico porque Telesforo Redín no dominaba la mecánica y la posventa. “Llegó un momento en el que Linde nos recomendó abrir un taller. Estábamos en la calle de El Sadar, en una oficina pequeña que mi padre consiguió vender para comprarle un terreno en el polígono Talluntxe a Luis Aiciondo. Un amigo, Jesús Alzórriz, le hizo una nave preciosa que fuimos pagando como pudimos. Pusimos en la fachada una imagen tremenda de una carretilla y aquellas instalaciones fueron un escaparate para Linde. Fue un salto cualitativo incluso para toda la organización de Linde. Era el año 1994, contratamos los primeros mecánicos y ya teníamos una plantilla de trece o catorce personas con una estructura empresarial más asentada”, rememora.
La puesta en marcha del servicio de alquiler de carretillas supuso otro santo cualitativo para Reybesa. Era la respuesta a las necesidades de empresas proveedoras de Volkswagen Navarra. “‘¡Si las alquilas, te van a destrozar las máquinas! ¡A ver cómo te van a pagar!’, me advertía mi padre. Pero la demanda existía y era una forma de asegurar el trabajo para el taller porque, al alquilar la máquina, incluimos su mantenimiento integral. Además de la compraventa, pasamos a ser una empresa más de servicios, y eso nos obligó a ser más competitivos y a mejorar procesos”.
“Las carretillas se van a seguir vendiendo, pero nuestra apuesta es por la tecnología y Autocar claramente”.
Mientras tanto iban incorporándose sus hermanos. Íñigo, el tercero de ellos, “era como yo”. “No le gustaba estudiar y le iba la mecánica. Desarmaba trastos y coches y los volvía a armar… Así que se vino al taller. Después se incorporó Enrique, que estudió LADE y ahora es el gerente. Faltaba el pequeño, Diego. Es la persona más tecnológica que tenemos en Reybesa, se encarga de todo lo relacionado con la IT”. Hace cuatro años crearon una segunda empresa, Autocar, especializada en el mundo de la automatización y de los AGV (vehículos de guiado automático), que persigue la optimización de procesos y flujos repetitivos en los que las personas no aportan valor añadido. Su actividad se ceñía inicialmente al ámbito de Volkswagen, “pero ya estamos en toda Navarra e, incluso, en regiones limítrofes”.
Optar por la automatización de una industria requiere cambios estructurales, y Autocar cuenta con un departamento que ofrece asesoramiento gratuito para orientar esos procesos. Diego es el gerente de la empresa a través de la cual los Redín miran al futuro, aunque hoy el 90 % del negocio proviene de Reybesa. “Las carretillas se van a seguir vendiendo, pero nuestra apuesta es por la tecnología y Autocar claramente“.
REALMENTE FAMILIAR
Telesforo Redín es un hombre austero. “Nunca se iba de vacaciones, como mucho se cogía un día suelto de fiesta. A veces le digo que jamás nos ha dado nada, ni nos puso un piso ni nos dio dinero, nos hemos buscado la vida aunque nos puso la herramienta para conseguirlo: la empresa. Nos vino a decir ‘aquí la tenéis, si queréis algo más, os lo tendréis que trabajar'”.
Si existe alguna empresa realmente familiar, esa es Reybesa. En la sala de reuniones donde tiene lugar la entrevista, hay una gran fotografía de esa misma estancia donde aparecen unos cuantos niños y niñas jugando y posando de forma divertida. Son los nietos del fundador y entre ellos están los candidatos a seguir, si lo desean, al frente de la empresa.
“Hace muchos años, mi padre llegó un día y dijo que íbamos a firmar un protocolo familiar. ¿Un protocolo familiaaaar? Pero, ¿qué es eso? Conoce a mucha gente y algún amigo le debió de dar la idea. No entendí entonces para qué servía, pero ahora veo que tiene pleno sentido. Porque nuestra vocación es que la empresa siga en manos de la familia y que, como la tuvimos nosotros, quienes nos sucedan tengan la oportunidad de ganarse la vida con esto que creó mi padre y que sus hijos hemos hecho crecer”.
En 2001 abrieron una delegación en Tudela y, en 2004, se trasladaron a las actuales instalaciones en el polígono Arazuri-Orkoien. Tienen un parque de unas 1.800 máquinas en alquiler. “Eso nos obliga a trabajar en dos turnos, de 6 de la mañana a 10 de la noche, para tratar de optimizar las instalaciones, furgonetas y otros medios materiales y para mejorar y ampliar el abanico de servicios que ofrecemos. El alquiler es una tendencia imparable en nuestra política comercial, nos hemos hecho con toda una infraestructura de técnicos y herramientas informáticas y de todo tipo para dar soporte a toda esa actividad. Ya somos cien personas en una empresa dedicada a la venta y alquiler de vehículos industriales, eso en una comunidad como Navarra es algo notable”.
“Hoy nadie regala nada. Vivimos bajo un estrés y una tensión impresionantes, y el deporte es para mí la clave para poder estar medio bien”.
La marcha de la empresa es positiva. La previsión para 2020 era de récord, pero llegó la pandemia. Aun así facturó 19,33 millones, con un crecimiento del 5,11 % respecto al año anterior. “Y este año creo que creceremos entre el 9 y el 10 %, estamos contentos. Antes os contaba que había que vender una carretilla para pagar las nóminas, es importante no olvidar eso para tener los pies en el suelo”. Es una de las enseñanzas recibidas del fundador de la empresa, que también les ha inculcado valores como la humildad o ser personas accesibles, afables y responsables. “Al fin y al cabo, gestionamos una empresa de la que dependen cien personas, cien familias”.
POR EL DEPORTE HACIA LA SALUD
La figura de Telesforo Redín surge una y otra vez, incluso cuando nos interesamos por las aficiones de su hijo. “Jugué al fútbol con el Higa de Monreal y el Urroztarra, el club de fútbol que fundó mi padre en Urroz. Es un hombre… tremendo. No he dejado de practicar deporte. Durante unos veinte años y hasta los 50 hice karate; ahora hago crossfit, que engancha muchísimo; en 2009 empecé con la mountain bike; y, después, cogí la bici de carretera. Montamos en bicicleta tres hermanos, y con Diego he hecho en tres ocasiones la Transpirenaica, una ruta a la que le tengo un cariño enorme. Otra vez cruzamos los Alpes, desde Austria hasta el Lago di Garda. Fueron unas experiencias maravillosas”. Además, le gusta recorrer carreteras en moto junto a un grupo de amigos: “¡Ah! Y llevo más de veinte años haciendo yoga para recomponer el cuerpo y la mente, creo que es el complemento perfecto para cualquier actividad física”.
“Es que 1.800 máquinas alquiladas son contratos que hay que renegociar cada cuatro, cinco o seis años. Hoy nadie regala nada. Vivimos bajo un estrés y una tensión impresionantes, y el deporte es para mí la clave para poder estar medio bien”. Sonríe al explicarnos algunas de sus vivencias. “Cuando acabamos la primera Transpyr, en 2013, después de siete días pedaleando ocho o nueve horas monte arriba y monte abajo, ¡se me saltaban las lágrimas! ¡Abrazaba a todo el que me encontraba! Ja, ja, ja”. Eso explica que en su despacho hayamos visto un par de bicis y cascos de moto. Pero, ¿qué significan las miniaturas de coches Porsche que lo adornan? “Bueno, es mi amor imposible. En el año 2004 me compré un Boxster seminuevo que me trajeron de Alemania. ¡No me llegaba para un 911…! Ahora es el coche de mi hija, Ángela”.