En el Instituto Smart Cities (ISC) de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) se valen del análisis de datos y procesado de señales, Internet de las Cosas, sostenibilidad y eficiencia energética, plataformas sensóricas y electrónicas o sistemas de comunicaciones avanzados u optimización de procesos. El uso combinado de elementos de detección y redes de comunicación permiten recopilar una cuantiosa información sobre el ecosistema urbano, desde la iluminación al tráfico rodado pasando por el agua, los residuos e incluso la participación ciudadana. Todo pasa por lograr “un alto grado de interacción usuario-dispositivo“, explica Francisco Falcone.
Parece improbable que al inicio de su carrera planeara investigar algo tan amplio, complejo y apasionante. ¿Cómo ha llegado a dedicarse a las smart cities? Al repasar su biografía, tratamos de ver si existen vivencias que le hayan orientado en ese sentido. Nació en abril de 1974 en Caracas (Venezuela), donde habían emigrado y se conocieron sus padres, una navarra y un italiano. De ahí su apellido. “Por cierto, el segundo es Lanas, mi tío abuelo fue Raimundo Lanas. ¡Pero no sé cantar jotas!”, advierte riéndose. La familia, siguiendo los destinos laborales de su padre, salió de Venezuela cuando él tenía tres años para recalar en Madrid antes de que fuera trasladado a Brasil y después a Puerto Rico, donde Francisco vivió desde los seis hasta los 11 años. Por fin, llegó a Pamplona en 1985.
“No entré en Telecomunicación vocacionalmente, más bien me llevó una cierta curiosidad por la tecnología y lo científico”.
“Cuando eres pequeño te amoldas a todo”, responde cuando le preguntamos si le costó adaptarse a tantos cambios de residencia debidos a la profesión paterna, ingeniero eléctrico en Westinghouse y especializado en grandes infraestructuras. Creemos ver ahí el germen de una vocación profesional, pero no es así. “Puede ser, aunque desgraciadamente murió cuando yo tenía 13 años. Pero sí recuerdo que tenía en casa un polímetro, un voltímetro de los de antes de baquelita negra, un cacharro precioso que parecía sacado de una película de Frankenstein. Me enseñó a usarlo para ver si una pila funcionaba y cosas así. También me gustaba desmontar aparatos como una calculadora para ver qué tenían dentro… Puede que me influyera, pero la verdad es que no entré en Telecomunicación vocacionalmente, más bien me llevó una cierta curiosidad por la tecnología y lo científico”, rememora Falcone, que derrocha amabilidad.
Tras completar su formación en la UPNA -es ingeniero y doctor en Telecomunicación-, en 1999 empezó a trabajar en Málaga para Siemens-Italtel en el despliegue de la red móvil de Amena. Un año después, volvió a Pamplona como ingeniero de red de Telefónica Móviles. En paralelo hizo su tesis doctoral y, en 2003, comenzó a impartir clases en la propia UPNA. Actividades que compaginó hasta que, en junio de 2009, pudo dedicarse a tiempo completo a la docencia.
Además, a finales del año anterior había dejado de Telefónica y cofundado Tafco Metawireless, spin-off de la universidad dedicada al análisis electromagnético complejo y el diseño de dispositivos desde el rango de frecuencia mw hasta THz, de la que sería su primer gerente. En 2011 consiguió una plaza de profesor titular en la UPNA, concretamente en el área de la Señal y Telecomunicaciones; en 2012 fue elegido director del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Electrónica, cargo que ha ejercido, con un paréntesis, hasta noviembre de 2021; y, desde mayo de 2021, dirige el ISC, y continúa siendo docente. Una brillante trayectoria le llevó a ser elegido por Navarra Capital como uno de los profesionales más influyentes de la Comunidad foral.
Tanto en Siemens-Italtel como en Telefónica, su labor consistía en crear infraestructuras que posibilitasen comunicaciones inalámbricas viables. Al mismo tiempo, trabajaba en la tesis doctoral en un ámbito relacionado, la tecnología de los circuitos de microondas. “Conforme iba avanzando, comprendí que conocer esos circuitos y las redes de comunicaciones podía ser muy interesante desde una visión integral, holística, ver cómo se comporta una red de extremo a extremo, todo lo que hay en medio: la capa física, la de enrutamiento, la de almacenamiento y procesamiento de datos… Por eso, cuando ya entré en la universidad, fui reorientando mi investigación hacia las redes de comunicaciones para ver cómo se comportaban”.
“Si la tecnología no tiene utilidad, tampoco tiene sentido. Y, en el caso de la ciudad, tiene que derivar claramente en un beneficio para sus habitantes”.
Paralelamente, se pusieron de moda las redes de sensores inalámbricos “para desarrollar sistemas que permiten extraer información del entorno e interaccionar con él”, entre los que cita los automáticos de riego, iluminación o detección y conteo de personas. “Entrarían en lo que hoy se conoce como el Internet de las Cosas y, de una manera muy natural, toda esa tecnología que es facilitadora de entornos contextuales te lleva a preguntarte dónde utilizar un sistema de riego automático o uno que comunica vehículos o que regula el tráfico. La respuesta es clara: pues en una ciudad”. La creación de los institutos de investigación de la UPNA llevó a un conjunto de científicos del centro a plantearse la creación de uno que les permitiera desarrollar y aplicar esas tecnologías. “Y ¡pum! Creamos el de Smart Cities. Yo encajaba ahí a la perfección. Ese ha sido el devenir de las cosas”, confirma.
TECNOLOGÍA AL SERVICIO DE LAS PERSONAS
Explicado así, tan didácticamente como solo puede hacerlo un profesor, suena engañosamente sencillo. Llevarlo a la práctica no lo es tanto porque el concepto de ciudad inteligente es tan amplio y transversal que incluso a expertos como él les cuesta definirla en toda su extensión. “Podríamos decir que es un conjunto de sistemas que están operando para poder dar una serie de servicios y funcionalidades a los habitantes de una ciudad. ¿De qué sistemas hablamos? Pues los públicos de transporte, alumbrado, gestión de residuos, salud, la administración… Pensaréis, ‘jó macho, ¡no estás diciendo nada!’. Pues fijaos en lo que hay dentro de cada uno. En el de transporte estarían los vehículos autónomos, eléctricos y conectado, el transporte multimodal, optimización de rutas de tráfico… ¡Es una pasada!”.
Acostumbrados a ver el calificativo de inteligente aplicado a aparatos como un teléfono, la televisión o los automóviles, tendemos a pensar que una ciudad así sería una especie de ente autorregulado por la tecnología. Error. “La tecnología no es un sustitutivo de las personas, está a su servicio, es un facilitador. El desarrollo de una smart city es costoso y técnicamente complejo, largo y, sí o sí, tiene que estar apoyado por los administradores. No puedes montar una red de transporte urbano sin contar con el consistorio de la ciudad porque eso se tiene que traducir en políticas que se irán aplicando a medio y largo plazo, encajadas en los planes de desarrollo urbanísticos y sociales y en sus presupuestos. Si no tiene utilidad, la tecnología tampoco tiene sentido. Y, en el caso de la ciudad, tiene que derivar claramente en un beneficio para sus habitantes”.
Muchas ciudades de medio y gran tamaño ya cuentan con sistemas inteligentes. Cita a Barcelona, Valencia, Málaga o Santander. Y destaca cómo Nueva York, una macrourbe muy compleja de gestionar, “lleva años apostando por soluciones que quizás no son totales pero sí mejoran su gobernanza. Pone como ejemplo una tan sencilla como eficaz, ya adoptada por otras poblaciones: una aplicación mediante la cual los ciudadanos informan sobre desperfectos que observan en las calles, lo que permite optimizar el trabajo y la operativa de las brigadas municipales. Son soluciones parciales, pero a medida que aumente su número irán interaccionando para articular una ciudad inteligente cada vez más integral.
“Pamplona lleva años trabajando en la línea de convertirse en una ciudad inteligente. Está bien pensada para vivir y disfrutarla”.
Al preguntarle por el caso de Pamplona, deja constancia de que es una ciudad que le gusta mucho. Y, ahora que es padre, le parece “muy adecuada para una familia por tamaño, por la facilidad para hacer las cosas, porque es muy tranquila y muy segura…”. “Está muy bien”, apostilla. Ya, pero aún no es inteligente, matizamos. “Bueno, lleva años trabajando en esa línea“, nos corrige. “El Ayuntamiento está alineado con la Agenda Urbana 2030 y desarrolla iniciativas piloto desde el punto de vista de un living lab en la propia ciudad. La capa de las comunicaciones y la conectividad, que es muy preliminar, se va dando por resuelta. Son los servicios que ve y usa el ciudadano los que se montan encima de ella. Como las aplicaciones tecnológicas para la gestión más eficiente del transporte público, concienciación sobre el reciclaje o el fomento del comportamiento inclusivo entre la ciudadanía”. Parece reflexionar unos segundos y continúa: “Pamplona es una ciudad en general bien pensada para vivir y disfrutarla“.
INFORMACIÓN VS CONTROL
Debatimos sobre si la recogida masiva de datos que requiere la articulación de las ciudades inteligentes puede ser utilizada para el control y vigilancia de la ciudadanía. Tras comentar que “la información es muy valiosa“, señala que “es verdad que existe ese riesgo, pero también es cierto que la postura de la Unión Europea es muy seria y el desarrollo normativo coexiste con el tecnológico”. Además, recuerda a quienes les preocupa este tema que “aceptan sin problema los términos y condiciones de Google, Facebook, WhatsApp y compañía, que clarísimamente transaccionan con nuestros datos“. Él apuesta por informar a los ciudadanos, que se posibilite el posicionamiento contra su manejo y, “si esos datos van a ayudar a la mejora de ciertos procesos, pues adelante”. “El coche o el teléfono te indican la ruta idónea en función de la congestión del tráfico. Eso se sabe por los datos que se envían”.
¿Y es posible hacer una smart city con sistemas perdurables, teniendo en cuenta los cambios rápidos y radicales de las sociedades actuales? Mueve la cabeza y nos envanecemos algo al oírle responde, sonriente, que “ese es un tema superinteresante y abre el melón de que la investigación cada vez es más multidisciplinar”. “El objetivo es mejorar la eficiencia y la sostenibilidad de las ciudades y la calidad de vida de las personas, así como hacer que sea un entorno mucho más participativo. Están los mimbres para que puedan ser mejorados todos los aspectos de la vida de las personas, incluido el social. ¿Qué ocurre? Pues que mis hijos interaccionan de una manera diferente a mi generación, creo que condicionados por las redes sociales. ¿Puede cambiar la forma de interacción social, o incluso nuestro pensamiento, cuando el metaverso esté más extendido, por ejemplo? Tendrían que decirlo los sociólogos, pero entiendo que sí. Eso no es bueno ni malo, son herramientas a nuestra disposición“.
Imaginamos que cuando visite otras ciudades observará sus sistemas inteligentes. Asiente sonriente: “¡Desde luego!… Deformación profesional”. Cita el aeropuerto de Doha, en Catar, que utilizaba en sus viajes a Kuwait en 2018 cuando fue profesor visitante en su College of Science and Technology. “Es gigantesco, el más avanzado que he visto. Es una infraestructura potente dentro de una ciudad inteligente, con cantidad de tecnología para hacer que la estancia sea más agradable. O Vancouver, donde vi que han logrado aunar el maravilloso entorno natural con el hecho de ser una ciudad muy tecnificada y agradable para vivir. Sí, voy por ahí mirando puntos de mejora. Ja, ja, ja”. Pero no es un urbanita a tiempo completo, ya que en su tiempo libre disfruta de la naturaleza: “Es que tenemos muchísima suerte en Navarra. Es una pasada porque en un momento te plantas en unos lugares… Es un lujo tener aquí al lado el Gaztelu, somos superafortunados”.