Un árbol huesudo, viejo y encorvado marca el límite entre Navarra y Francia en el collado de Ibardin, el último paso fronterizo de la región donde la Guardia Civil desplegó un dispositivo para controlar el tránsito de personas entre España y el país galo.
Este medio recorría el lugar justo en el momento en que los agentes regaron los pivotes por el asfalto. Allí se alzan unas veinticinco ventas, donde trabajan 300 personas para las que ahora mismo ni las directrices españolas ni las francesas tienen fácil anclaje.
Sí, los establecimientos de productos básicos como supermercados y gasolineras permanecen abiertos en Navarra. E incluso muchos de ellos han visto cómo su actividad se dispara en medio de la pandemia del coronavirus. Pero Ibardin es “tierra de nadie”, remarcan los lugareños, zona neutral entre dos mundos. Y si no hay franceses en los comercios, no queda otra que cerrar. Así es la ley que impera en el collado.
Por eso, antes de que la Guardia Civil comenzara a regular el paso de vehículos, algunos vecinos galos corrían a última hora, paquetes de papel higiénico en mano, para hacer compras con el fin de no tener que pagar más por esos mismos productos en su país. Porque desde este martes, solo se permitirá el acceso a españoles, residentes, ciudadanos transfronterizos, personas que acrediten causas de fuerza mayor y personal diplomático.
Quién sabe si entre ese reducido grupo de vecinos galos caminaban algunos de los que, en los últimos días, hicieron sufrir con sus “mofas y risas” a las gentes locales. Porque eran muchos los que no parecían comprender la gravedad de la situación y pagaban su desconocimiento con los vecinos de Ibardin. “Como España ha ido tres días por delante de Francia, ellos no sabían lo que nosotros sí”, apuntaba apenado Mikel Vázquez, encargado de la gasolinera Nafaroil, que se levanta justo entre dos naciones.
Mientras atendía a este medio, varios franceses, los últimos hasta dentro de una temporada, se apresuraban a llenar los depósitos antes de que el negocio se paralice. “Todos mis clientes son galos, por lo que no tiene sentido seguir con la gasolinera abierta”, admitía. Como a tantos otros en la zona, ahora mismo lo que más les preocupa es que la clausura voluntaria de sus establecimientos no les deje fuera de las ayudas públicas en caso de ERTE.
Mari Carmen Jueliz, que trabaja en la gasolinera pero vive en Francia, era consciente del futuro inmediato que le espera: el paro. Ella tendrá que gestionar su situación personal en su lugar de residencia. “Es una situación durísima porque las medidas que se han tomado en Francia no sé si me cubren al 100 %”. Mikel, por el contrario, deberá acudir a las oficinas del Servicio Navarro de Empleo. “Desconozco qué sucederá. Es duro para todo el mundo, pero ahora cada uno tendrá que mirar por lo suyo”.
LAS VENTAS EN “TIERRA DE NADIE”
Eli Beola, propietaria de la Venta Beola Etxea, que su padre creó en 1982, compartía la inquietud de Mikel. Básicamente porque la inminente clausura del supermercado, único establecimiento de la empresa que permanecía abierto hasta este martes, también será voluntario por falta de clientes franceses. “Que se cierren las fronteras significa el cierre automático de nuestros establecimientos. Hasta que no ha llegado el momento no nos lo queríamos creer”, confesaba.
A su cargo tiene una plantilla de veinticinco personas en el supermercado, dos de ellas francesas, y diecinueve más en el conjunto de la venta (esta cuenta con restaurante, perfumería, tienda de souvenirs…). Trabajadores que, según reconocía apesadumbrada, se verán sometidos a un ERTE o a “lo que aconsejen los asesores”.
El mayor problema, achaca, es el desconocimiento de los días, semanas o meses que pueda durar el estado de alarma: “Hay un tiempo que es asumible. Pero si esto se alarga mucho, son unos gastos y cargas que, al no tener ingresos, es difícil darles la vuelta”. En el fondo, las ventas no son negocios como los asentados en los pueblos, que tienen una clientela local.
Teóricamente, según Sánchez, se agilizarán todos los expedientes cuya “causa directa” sea la pérdida de negocio por las medidas aplicadas para contener el coronavirus, contagio de la plantilla o medidas de aislamiento preventivo. Y tendrán por tanto que demostrar su verdadera realidad en un informe. Pero claro, posiblemente los supermercados de las ventas de Ibardin sean prácticamente los únicos que den el paso de echar la persiana…
Al mismo tiempo, ve cómo aún tiene un amplio stock de productos perecederos en el local, de los que muchos posiblemente caduquen antes de poder venderlos. “A partir de abril, empezaba la temporada alta tras el invierno, cuando haces un esfuerzo por mantener la plantilla aunque bajan los ingresos. Es un palo. Todo esto parece surrealista, no lo hemos interiorizado. Es una sensación muy extraña y estamos como en una nube”, admitía algo compungida.
LOS TRANSPORTISTAS
En las tierras bajas de Bera, justo en el polígono de Zalain, hay quienes dicen vivir “un espejismo”. Muchas empresas y fábricas siguen operando, pero los trabajadores creen que no aguantarán en exceso. De hecho, las industrias auxiliares de la automoción “ya están cerrando”.
Gurutz Mendiburu es un transportista que provee mercancías a la empresa Savera Elevator System Solutions. Los principales competidores de esta son compañías chinas, de modo que intentan trabajar a tope en estos momentos para no ver mermado su negocio. Cuando llegan con los camiones cargados, les toman la temperatura, se desinfectan las manos… Las medidas de seguridad se extreman al máximo. “No podemos entrar al baño. Si necesitamos ir, tenemos que pedir el favor a algún vecino. Y la comida nos la llevamos de casa”, detalla.
Xabier Andueza, colega de profesión de Gurutz en Transportes Bidasoa, contaba cómo el día anterior había conducido un tráiler de patatas Matutano a Vitoria: “Las mercancías de alimentación están aumentando bastante”. Pero se mostraba convencido de que otros sectores como el del metal caerán hacia finales de semana.
A diferencia de lo que ocurría en Ibardin, Txomin Iribarren, propietario de Josenea Estaciones de Servicio AVIA (cinco en total) y de Transportes Txomin Iribarren, precisaba que el suministro de gasolina está garantizado en la zona de Dantxarinea.
“En la frontera hay estaciones que estamos más preparadas para trabajar sin demasiado personal y hay otras que sí o sí lo necesitan. En estas últimas, la tesitura es difícil porque habrá demasiado trabajador para muy poco cliente”, auguraba en la misma línea de lo que comentaban los empresarios de Ibardin.
Dentro de lo malo, el flujo de personas es mayor en Dantxarinea que en el collado de Ibardin. Pero Iribarren dejaba igualmente constancia de que el 95 % de los clientes en el lugar son galos. De modo que los establecimientos “están al mínimo”. Él no echará el cierre, más que nada por cariño hacia sus clientes de Urdax y Zugarramurdi: “Hay empresas que concentran varios negocios y lo que han hecho es focalizar la fuerza en uno de ellos”.
LAS NECESIDADES DE LOS TRANSPORTISTAS
Iribarren sostiene, al igual que Gurutz, que la situación de los transportistas es “muy complicada”. Entre otras cosas porque ahora mismo no tienen cubiertas sus necesidades básicas.
“No pueden ir al baño ni a comer. Cuando haces la pernocta que te corresponde, a la mañana siguiente te encuentras con que no tienes ningún tipo de servicio mínimo. Somos como el holandés errante, vagamos por ahí sin tener un sitio donde asearnos o alimentarnos. La red de carreteras debería poner algo para que tengamos condiciones mínimas de salubridad, higiene y alimentación”, sentencia.
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