Apostamos por lo difícil, sin tanteos ni preámbulos, y sacamos la cámara justo después de saludarnos. Esa es la parte que suele esquivar la mayoría de los entrevistados, el momento en el que comenzamos a oír pretextos de lo más variopintos, formulados con tal de no posar frente al objetivo. Para nuestro asombro -y grata sorpresa-, de parte de Ion Arrizabalaga únicamente recibimos su máxima disposición a colaborar: asiente a todo lo que le pide la fotógrafa, aporta ideas e incluso hace las veces de asistente de producción, ayudándonos a cargar el equipo utilizado en la sesión.
Para nosotras era un completo desconocido hasta que, el pasado junio, se anunció su nombramiento como coordinador de IRIS, el Polo de Innovación Digital de Navarra. De él nos sorprende su juventud -tiene 33 años-, aunque pronto descubrimos que ya cuenta con una experiencia relevante en el campo de la innovación y la transformación digital. Cuando se decidió por la carrera de Ingeniería Industrial, este donostiarra ya tenía en la cabeza los posibles caminos que le llevarían a su meta: podía quedarse en su ciudad natal y cursar sus estudios superiores en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Navarra (Tecnun), trasladarse a Bilbao para hacer lo propio en la Universidad del País Vasco o decantarse por la Universidad Pública de Navarra (UPNA). Le apetecía volar fuera del nido, pero no demasiado lejos.
Se inclinó por mudarse a Pamplona, motivado por la cercanía y la familiaridad que le despertaba la capital navarra. Hijo de una pamplonesa y de un eibarrés, guardaba recuerdos de su infancia en la ciudad, junto a sus primas. “Quería salir de San Sebastián a los 18 y me apetecía tener una nueva experiencia. Aunque no te voy a engañar, la carrera tuvo sus comienzos complicados”, expone con franqueza. Esos tropezones de principiante no le impidieron seguir remando sin mayores dificultades. Arrizabalaga hizo su proyecto final de grado en la fábrica de GKN Automotive en Zumaia y esa primera experiencia laboral, lejos de definir su trayectoria, le animó a imaginarse otros futuros posibles.
“Lo que hacía allí estaba muy ligado a la optimización de procesos. Aunque me gustó, de alguna manera no terminó de convencerme. Quise tomar un nuevo rumbo”, confiesa. Fue entonces cuando se animó a probar suerte en el extranjero. Gracias a una beca concedida por el Gobierno Vasco, viajó a Canadá para trabajar en Alberta Innovates, una entidad pública centrada en la investigación, la innovación y el emprendimiento dentro de la provincia homónima. “Al principio iba a estar seis meses -rememora-, pero luego la estancia se prolongó otros seis. Estaba en Edmonton, una ciudad que no es muy famosa. De hecho, la llamaban ‘Deadmonton’ porque era muy aburrida, hacía mucho frío. ¡En invierno llegábamos a los -25 °C!”.
Es probable que ese escenario no despierte demasiado entusiasmo en el lector. Para Arrizabalaga, no obstante, la experiencia resultó “muy enriquecedora” y fue decisiva en su trayectoria profesional. “Hice muchos contactos a nivel laboral y empecé a ver que este era el campo en el que quería continuar”, remarca. El siguiente capítulo de su currículum lo vivió “casi como un cambio natural”, una continuación de lo que había empezado a gestarse en Norteamérica y continuó en Barcelona, donde además cursó un máster en Economía de la Salud y del Medicamento en la Universidad Pompeu Fabra. “En la entidad canadiense colaboraban y tenían cursos conjuntos con la Agència de Qualitat i Avaluació Sanitàries de Catalunya (AQuAS), en la que estuve durante seis años”, explica.
“Queremos que los servicios de transformación digital prestados a empresas se puedan cofinanciar a través de distintos programas”
Fingimos que entendemos cuando Arrizabalaga nos cuenta que su labor dentro de esta agencia catalana -en la que trabajó desde 2017 hasta mayo de este año- consistía en la “compra pública de innovación”. Tras una pausa un tanto larga, después de balbucear algunas excusas -que si somos de Letras, que si hace mucho calor y nos cuesta concentrarnos-, nos sinceramos y admitimos que no hemos entendido nada de nada. Nuestro interlocutor recoge el guante con un amable “¡claro!” y nos ilustra con un ejemplo.
“Una gran problemática que teníamos estaba relacionada con las enfermedades o bacterias multirresistentes que se contagian en los propios hospitales. Se necesitaban test rápidos que fuesen más precisos, y esto nos llevaba a animar a las empresas a que desarrollaran nuevos productos o mejoraran los existentes, de manera que fuesen capaces de diagnosticar unas bacterias y resistencias específicas. Básicamente -continúa-, tratábamos de que el mercado adaptara sus soluciones a las necesidades de los hospitales, a través de la herramienta de compra pública”, desgrana.
El episodio nos invita a reflexionar sobre la necesidad -y la dificultad- de comunicar los nuevos avances y proyectos en materia de innovación a la sociedad. “Es verdad que suele costar y que los mensajes con los que se trabaja no se entienden del todo. Hay que hacer un esfuerzo por empatizar”, remarca. Aprovechando su cercanía, nos atrevemos a adentrarnos en aguas más personales. Y así es como descubrimos que a Arrizabalaga le gusta el fútbol -“aunque cada vez menos”- y nadar en aguas abiertas, que juega en un equipo de waterpolo -“pero no estamos ni en liga ni nada, es muy amateur”- y que habla otros tres idiomas: inglés, catalán y euskera. “Es verdad que, al haber pasado tanto tiempo fuera, mi euskera lamentablemente se ha ido deteriorando un poco. Pero bueno, ahora que estamos otra vez aquí lo recuperaremos”, subraya.
EL REGRESO A PAMPLONA
Ah, la vuelta… ¿Fue difícil regresar a Pamplona después de esa larga temporada en una ciudad como Barcelona? “No, de hecho fue al revés. Disfruté mucho en Barcelona y es una gran ciudad -replica-, pero ya tenía ganas de volver. Quería acercarme al norte. Mi hermana tuvo a mis dos sobrinas, mi pareja vive en Pamplona… Los motivos para regresar empezaron a crecer. Esta siempre había sido mi segunda ciudad”.
Al principio, compaginó su regreso a la capital navarra -en septiembre de 2022- con el teletrabajo. Pasados unos meses, no obstante, vio una oferta de empleo para el puesto que ahora ocupa y se postuló de cabeza.
El Polo IRIS, según nos explica, “quiere actuar como catalizador de la transformación digital en Navarra y de ventanilla única para aquellas entidades que no sepan por dónde empezar y quieran mejorar sus procesos de digitalización”. Alrededor de este cometido, se pretende construir una plataforma que sirva “como puente entre la oferta y la demanda”, conectando a empresas proveedoras de estos servicios con aquellas que los requieran. “También buscamos identificar diferentes mecanismos de financiación, tanto a nivel regional como nacional y europeo, para ver si estas prestaciones se pueden cofinanciar a través de distintos programas”, añade Arrizabalaga.
Nuestro entrevistado tiene unas cuantas tareas pendientes. A “medio plazo”, uno de los objetivos es que el Polo IRIS tenga su propia personalidad jurídica (Nasertic ha asumido ahora su gestión y coordinación) e incorpore a su equipo “a unas cuatro o cinco personas”. Además, a partir de “mediados de 2024”, Arrizabalaga estrenará nueva oficina: se contempla que para entonces la entidad cuente con una sede física en el edificio El Sario (UPNA), que compartirá con otras organismos como ADItech o Nair Center, entre otros.