Escarbamos en su intimidad. Está tranquilo, aparentemente, en su casa de Cintruénigo. Entrena a diario con la certeza de que se juega mucho. Por igual, afloran los miedos, dudas e inseguridades. Y el descanso nocturno lo vive a trompicones. No es para menos. Se prepara para cumplir un sueño: el próximo día 13 de julio, sábado, se enfrentará a toros de La Palmosilla, de Tarifa (Cádiz). “12+1”, me corrige con una carcajada seria. Una paradoja; así lo entiendo. A reglón seguido, deja claro que las supersticiones no pueden influyen de manera transcendental en su vida.
Esa tarde, en sanfermines y en su tierra, la Monumental de Pamplona tendrá un alma más de rondón, la del futbolista Zinedine Zidane. El torero cirbonero presume de su admiración, y así lo escribe en la descripción de su cuenta en Twitter: “Aspiro a torear como Zidane jugaba al fútbol”. “Admiro su elegancia. Era el dios de la clase. Cada vez que lo veía con el balón, veía que levitaba; los movimientos eran muy sutiles, lo hacía con mucha cadencia, con ritmo. Y es un poco lo que busco toreando: conseguir la naturalidad”, sentencia.
SILENCIOS
Si en el toreo de salón profundiza en las entrañas de su profesión, en una finca de Guadalajara, en la Universidad Complutense de Madrid ha alcanzado otra meta y, de paso, satisfecho una ambición de sus progenitores: “Estaba loco por torear. Me medio impusieron que tenía que estudiar una carrera. En el bachillerato, una profesora de lengua me marco, por lo que decidí estudiar Filología Hispánica, algo que me ha ayudado a desarrollarme más como persona”.
Javier Marín es un orador que suscita interés. Ejerce, además, un acertado control de los silencios: sabe jugar y genera expectación. Le digo que en la radio el silencio habla. “En el toreo también tienes que conseguirlo”, contesta. “El torero es un actor de teatro, y tienes que jugar con muchos matices: en el lenguaje sucede igual”.
Federico García Lorca dijo que: “el toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. Al hilo de esta frase, hablamos de cómo la cultura está huyendo del toreo como de la peste.
Cada vez se ve menos al torero como un héroe, comento. “Sí, y da muchísima rabia. Numerosos escritores se han sentido inspirados por los artístico, lo estético, lo plástico de un mundo que expresivamente es muy rico. Y al margen de lo cruento que es el espectáculo, hay una carga artística y emocional de valores muy estéticos que lo hace atractivo para todo tipo de artistas”, asegura.
“Esconder la muerte en un frigorífico no plantea ningún debate Creo que el toreo se ha politizado terriblemente. El toreo no es de izquierdas ni de derechas, es de naturales y de derechazos”, añade.
SIGLO XXI
Asegura que mantiene los pies en el suelo frente al éxito que va sumando. Encuentra tiempo para desenvolverse en otras caras de la vida. Se titula como un millennial, un torero del siglo XXI”. Javier Marín está en las redes sociales, como cualquier chaval de su edad. No ve con malos ojos la posibilidad de embarcarse en el mundo de la moda, una aventura que por el momento solo brota en la conversación.
Considera que la vida “probar y equivocarse. No soporta la “deslealtad ni la falta de sinceridad”; lo asegura mientras hablamos de amor y desamor, de duelos y sueños de vida, de almas rotas, descompuestas y después reconstruidas.
A Marín le relaja pintar, coger el caballete y salir al campo. La inspiración, los pinceles y los óleos hacen el resto. “Pinto abstracto. Escucho música indie y, en los entrenamientos, flamenquito”. Y también practicar todo tipo de deportes, “jugar a pala y corre sobre todo. Y, por supuesto, salir a tomar unas cañas con mis amigos”, cuenta
ASIAN LOVE
A cada respuesta aflora más ardor, del de comerse la vida a mordiscos. Javier Marín se confiesa un adicto al viajar por el continente asiático. “Soy un Asian Love. Desde hace cuatro años, cuando acaba la temporada, me da por coger una mochila y huir del mundo. He viajado, solo, por Tailandia, Vietnam, Camboya, Laos, Filipinas, China, Malasia….Y ahora toca India”.
“El viaje me ayuda a desconectar, pero interiormente a buscarme mucho mas y a encontrar sentido a lo que estoy haciendo. Viajar permite darte cuenta que no estás solo en el mundo, a no creerte el ombligo”, comenta.
Se regaña cuando asevera que “no creo que este siendo justo con mi familia. La profesión me absorbe demasiado y hace que me encierre mucho en mi, sobre todo si las cosa no han salido bien. No me gusta mostrar fragilidad. Mis padres y mi familia son unos santos, porque conmigo les toca padecer. Es ingrato, pero yo les amo sobre todas las cosas. Me gustaría ser más expresivo y más cariñoso”.