Nuestro entrevistado, José Antonio Pérez-Nievas Heredero, nació en Tudela el 19 de diciembre de 1936 en una familia numerosa, “éramos nueve hermanos”. Estudió en el colegio de los Jesuítas, donde además de la formación académica “aprendí lo que era la relación con otros y que de esa relación pudieran surgir proyectos conjuntos. Disfruté mucho estudiando el bachillerato, hubo unión, ayuda, comprensión, compromiso… eso me ha ayudado mucho en mi vida”. A pesar de esos buenos recuerdos, José Antonio Pérez-Nievas no idealiza Tudela, quizás porque a los 17 salió de allí para ingresar en la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona y no volvía en verano: “Veranear me parecía una pérdida de tiempo y aprovechaba esos meses para ir a trabajar, como obrero raso, a empresas francesas o alemanas”.
Dice que de esas experiencias aprendió, más que conocimientos técnicos, cómo debía ser un ambiente de trabajo y cómo era una gran empresa por dentro. Comenta las “tremendas” diferencias sociales entre la España de entonces y los países europeos en los que trabajó, “eso es lo que me hacía volver cada año”. Ya con el título consiguió una beca del Gobierno francés “y estudié en París una especie de master… ahora no se atreve uno a decir master”, nos dice con una risa que tiene algo de amargo. Al cabo de un año, y gracias al master, encontró un trabajo en San Sebastián donde permaneció diez años durante los que se casó y nacieron sus cuatro hijas.
Veranear me parecía una pérdida de tiempo y aprovechaba esos meses para ir a trabajar, como obrero raso, a empresas francesas o alemanas”
Dice que “San Sebastián es una ciudad deliciosa” de la que disfrutó y donde estaba dispuesto a seguir viviendo “hasta que me preguntaron si me apetecía ir a Boston para ocuparme de una fábrica que se iba a montar. Hombre, pues me apetece bastante, les dije, aunque no tenía nada que ver con lo que había estudiado. Y me ocupé y me preocupé, porque fue bien al principio pero fue mal en cuanto que tecnológicamente no estuvo al nivel de las empresas americanas, total que la cerramos y yo me quedé en Estados Unidos”.
UNA DECISIÓN ARRIESGADA
Hizo otro master en Harvard de dirección avanzada de empresas y en 1977, cuando estaba sopesando la posibilidad de regresar a España o aceptar la oferta de una empresa de fibra óptica, recibió una llamada del entonces alcalde de Barcelona, Enrique Masó, quien le propuso dirigir la división de Sistemas Electrónicos que CECSA, una empresa catalana, tenía en Madrid. Aceptó y ese fue el comienzo de una apasionante aventura.
CECSA fabricaba, montaba o instalaba productos y sistemas de patente fundamentalmente americana y, poco antes de que Pérez-Nievas recibiese la llamada de Masó, había concluido el trabajo que, como subcontratista de Hughes Aircraft, desarrolló para el Programa del Sistema de Defensa Aérea español. La empresa de la que se hizo cargo tenía 100 empleados de los que unos 40 eran ingenieros. Durante dos años buscó, junto con el consejo, una salida que compensara el gran vacío que supuso el final del trabajo realizado para Hughes Aircraft y que supusiera una alternativa definitiva e ilusionante para el futuro de la empresa.
«Creo que sí era mi vocación, vaya, no lo sometí a discusión pero me pareció que sí, que lo mío era ser ingeniero”
Pérez-Nievas apostó por la opción “más profesional, que era también la más arriesgada: innovar y desarrollar con tecnología propia los equipos y sistemas que hasta entonces siempre se habían traído de otros países”. En 1979 la empresa de Madrid se escindió de la matriz catalana y pasó a funcionar autónomamente, con su propio consejo de administración. En 1984 quebró CECSA y para evitar confusiones la que ya dirigía nuestro entrevistado, y de la que también era accionista, cambió su denominación a CESELSA. La apuesta resultó acertada y empezó a ganar concursos que le dieron gran prestigio, lo que le propició nuevos contratos. Desarrolló el Sistema de Control del Tráfico Aéreo Español, el Air Traffic Control para los aeropuertos de Moscú y Amsterdam, radares secundarios y primarios tridimensionales para España y diversos países europeos, simuladores para aviones como el F-18, el Harrier y otros para España, ejércitos de Europa y Estados Unidos…
“CESELSA tuvo un rápido, sostenido y siempre rentable crecimiento. En 1991 ya éramos 1.500, de ellos 700 ingenieros”. Pero Pérez Nievas no tuvo en cuenta que no sólo era el principal competidor de INISEL, del Instituto Nacional de Industria (INI), sino que regularmente se hacía con los contratos a los que también optaba la empresa del holding estatal. “Tu triunfo era el fracaso del INI, no me di cuenta entonces. El gerente de INISEL era muy amigo del ministro de Industria, y claro, ganarle a la empresa del ministro de Industria un contrato que convoca su propio Ministerio puede permitirse una, dos veces, como una condescendencia del líder, pero a la tercera se acabó la cosa”. Pero CESELSA también pudo con la empresa aeronáutica estatal, CASA, y con la naval, Empresa Nacional Bazán.
RIVALES DEMASIADO PODEROSOS
CESELSA fue mi obsesión, no miraba las horas, ni si era sábado o domingo…”
“¡Tuvimos tanta cara dura, retamos a unos rivales tan poderosos que…!” Se queda en silencio, ensimismado, por lo que le animamos a seguir dando por supuesto que lo que iba a decir era “… que hicieron uso de su poder” o algo así. “Eso es, el Ministerio de Industria decidió que CESELSA e INISEL tenían que fusionarse, y para presionarnos ordenó que no se me adjudicara ningún contrato hasta que acatara sus planes”. Los pedidos dejaron de llegar, en seco, y José Ángel Pérez-Nievas tuvo que firmar un compromiso de fusión “de 29 páginas”, recuerda con una sonrisa amarga mientras traza en el aire una imaginaria rúbrica. “Eso fue el fin, se acabó. ¿Qué podía hacer, ir al Tribunal de La Haya”.
Lo demás ya es una historia ajena a nuestro interlocutor. CESELSA e INISEL se fusionaron en 1992 y la empresa resultante quedó en manos del INI que la rebautizó como Indra Sistemas S.A. La gran mayoría de los 700 ingenieros de CESELSA, unos 650, siguieron en la empresa, aportando una cultura de innovación tecnológica propia que hizo que Indra pasara de los cinco mil empleados en el año de la fusión a casi 30.000 en 2011.
DECEPCIÓN «ENORME»
La decepción de Pérez-Nievas fue “enorme”: “Es que CESELSA fue mi obsesión, no miraba las horas, ni si era sábado o domingo… por eso cuando la dejé me dediqué a relajarme un poco, nada de lo que hice después fue tan significativo como lo que hacía antes”. ¿No emprendió nada posteriormente? “No, tuve la tentación, pero no hice nada por esos 650 ingenieros que seguían en CESELSA, tendría que luchar contra mis antiguos compañeros, los que me habían ayudado a sacar adelante y al éxito de la empresa. Dejé la profesión de la ingeniería aplicada a fines militares o civiles, y me dediqué a la inversión con empresas de capital-riesgo, pero eso no me fue bien”.
Imaginamos que olvidarse de su profesión fue otro desencanto dando por supuesto que era un ingeniero vocacional. Cuando se lo comentamos nos sorprende al responder riéndose que “creo que sí, vaya, no lo sometí a discusión pero me pareció que sí, que lo mío era ser ingeniero porque me gustaban las matemáticas, los conceptos abstractos, y la ingeniería tiene bastante de todo eso”.
Ha plasmado su experiencia en el libro ‘Grupo CESELSA, 10 años creciendo con tecnología española’, que recientemente presentó en Pamplona de la mano de Institución Futuro y del Colegio de Ingenieros Industriales. Le indicamos que lo hemos leído y nos pregunta si el texto desprende “amargor”, si se impone la sensación de “frustración”. Le reconocemos que algo de eso hay, y como excusándose recuerda de nuevo los duros momentos previos a la fusión demostrando hasta qué punto le afectó aquél episodio.