Pintor del silencio, de la intimidad y de la soledad. Nació en 1946, pero la vida artística brotó en Juan José Aquerreta hace varias décadas en Pamplona, en unos años en los que lo social se imponía como un elemento más de la pintura. Entre 1962 y 1964 estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona y en 1966 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde fue discípulo de Antonio López. En la capital española también tuvo lugar su primera exposición en 1973.
Desde entonces, ha recibido varios premios, entre los que destaca el Premio Nacional de Artes Plásticas de 2001, y ha formado parte de más de cincuenta exposiciones colectivas de todo tipo. Por eso, el Museo de Navarra ha querido mostrar unas noventa obras de este destacado pintor navarro en una exposición homenaje, ‘Aquerreta… y semejanza. Heian Shodan’. Comisariada por el historiador y crítico de arte Pedro Luis Lozano, la muestra reúne dibujos, pinturas, y esculturas del pintor pamplonés, de las que tres pertenecen al Museo de Navarra (de las seis que posee del artista); cinco obras de Diego de Pablos y siete de José Antonio Jiménez.
El objetivo de la exposición es “dar a conocer las principales motivaciones, influencias y temáticas de su obra”, según explica su comisario. “En las salas se exponen los géneros fundamentales de su trabajo como el bodegón, el paisaje o retrato, con obras realizadas entre los años sesenta y la actualidad, incluyendo dibujos que el artista ha realizado en los últimos meses”, concretó.
De hecho, en esta selección participó el propio autor, “quien desde el primer momento propuso que fuese una exposición colaborativa” para visibilizar los trabajos de Diego de Pablos y José Antonio Jiménez, con quienes comparte estudio y asuntos pictóricos: “Esto resulta innovador, pero no sorprende en un artista que coloca a la persona en el centro de su producción”.
Según la visión del comisario de esta muestra, el sufrimiento “ha sido una constante” en este pintor y de ahí surge una relación con la filosofía de Schopenhauer: “Toda vida es dolor”. Ahora bien, frente a la agonía atea del filósofo alemán, Aquerreta encuentra en la fe en Cristo “un proceso de redención”, explica Lozano. “Esto da sentido no solo a su trabajo pictórico sino a todo su existir y le permite ponerse en marcha en el camino de la serenidad y la paz. Ahí surge la segunda parte del título de la muestra, ‘Heian shodan’ o ‘Paz y tranquilidad’, primer kata de karate Shotokan, deporte practicado por Aquerreta durante años, en el que ha alcanza-do el cinturón negro”.
Para la exposición se ha elaborado un catálogo que recoge además del texto del comisario los textos de Juan Manuel Bonet, historiador y crítico de arte, así como una de las personalidades más autorizadas del arte contemporáneo español, exdirector del MNCARS-Madrid y del IVAM-Valencia; y de Francisco Calvo Serraller, historiador y crítico de arte, que fue una de las personalidades más autorizadas del arte contemporáneo español, exdirector del Museo Nacional del Prado, recuperado para esta ocasión.
EL SUFRIMIENTO Y LA SALVACIÓN
El sufrimiento de la vida se expresa en la primera sala de la exposición con obras muy representativas que sintetizan la visión del ser humano como un esclavo encadenado a los deseos y al sufrimiento (Huida del esclavo de Saturno n.º 1). El hombre es un ser trágico, capaz de verse abocado incluso a los límites del suicidio (Apolo ingrávido, 2º Nacimiento).
Ahora bien, este ser doliente puede encontrar su salvación en el mensaje de redención de Cristo, simbolizado por el Díptico de San Esteban. Este cuadro, el retablo mayor de la parroquia de San Esteban de Gorráiz, “interpela directamente al espectador de la exposición, invitándole a reflexionar sobre el camino que desea tomar en su vida: bien la negación o repulsa o bien la aceptación de la Buena Nueva, representada por la figura de San Pablo”. Aun así, Aquerreta recuerda que esta última alternativa no es una opción unipersonal, sino que para ella es necesaria el don de la fe (Díptico de la Fe).
En esta búsqueda de la paz y la serenidad, tan importante es la fe como el combate contra la esclavitud de los deseos y las tentaciones ególatras del yo; por ello, tanto la vida como la obra de Aquerreta tienen un importante componente ascético, algo muy visible en sus vacíos pictóricos, en sus texturas y en la reducción de los elementos compositivos. En su obra, el artista desarrolla un equilibrio entre idealismo y naturalismo al tomar como referentes objetos, paisajes y personas de su cotidianidad.
UNA VANGUARDIA CLÁSICA
Las claves estéticas que le ayudan en este proceso son singularmente opuestas. Por un lado, hay una profunda relación con el clasicismo y la estética primitiva, algo visible en su relación con la escultura clásica griega, el Picasso neoclásico, los pintores del Cuatrocento italiano y el mundo oriental de los iconos. “Frente a ellos, Aquerreta apuesta por la modernidad con referencias vanguardistas como Matisse y el Pop americano con figuras como Warhol, muy importante en su interés por las series, los retratos fotográficos y su relación con el mundo de los iconos”, explicaron desde el Museo.
Los iconos religiosos están muy presentes en sus últimos trabajos y se muestra en la sala 3.8, donde también se da cabida al trabajo de otros dos artistas que trabajan el género del retrato: de Pablos y Jiménez. Esta sala alude al título de la exposición y hace referencia al mensaje bíblico de que los hombres son hechos “a imagen y semejanza de Dios”. De esta manera, los rostros de cualquier ser humano, niños, ancianos, mujeres u hombres, incluido el rostro de Jesús, tienen una relación de semejanza común al ser todos hermanos, hijos de Dios.
En definitiva, con esta variedad de influencias, Aquerreta consigue escapar tanto de la pintura efímera impresionista como del ego del expresionismo. “Así alcanza una solución personal, casi indefinible, donde se une lo primitivo y lo moderno, lo religioso y lo mundano, el ideal, lo real y la abstracción”, concluyeron desde la institución.