Los Chivite pensaban que los orígenes de su famosa bodega de Cintruénigo se remontaban a 1860, por eso en 1985 sacaron al mercado un vino al que denominaron 125 Aniversario. Pero se equivocaron, porque después encontraron en los Archivos de Tudela un protocolo notarial ¡de 1647! en el que su antepasado Juan de Chivite solicita un préstamo de 100 ducados para el que ofrece como garantía una bodega y unas viñas situadas en Cintruénigo. Julián Chivite, que forma parte de la undécima generación de la familia y es presidente ejecutivo de J. Chivite Family Estates, la actual denominación de la bodega, explica que tomaron por el documento fundacional lo que en realidad era la primera factura de exportación, que corresponde a la venta de vino en barricas a un bodeguero de Bayona.
“En eso mi abuelo fue pionero. Utilizaba lo que llamaban las galeras aceleradas, no sé cómo lo hacía pero el caso es que llegaba a Bayona y a Burdeos antes que los demás. Para subir Belate contrataba a pie de puerto una mula más, y tenía tres galeras que iban y otras tres que volvían”, relata Julián Chivite. “En el Registro General de Exportadores tenemos el número 220. General, por tanto no solo de vinos, y de toda España. Es cronológico y para ser exactos tenemos el 120, pero luego añadieron 100 a todos y reservaron la primera centena para las empresas del Instituto Nacional de Industria”.
“El mundo del vino me gusta mucho, es un negocio vivo, simpático y tan bonito como complicado, yo lo llevo muy adentro”.
En definitiva, han pasado cerca de 400 años en los que la bodega ha sido testigo de la historia –“hay documentos sobre el suministro a las tropas de Napoleón en su retirada”– mientras iba pasando de padres a hijos “siempre manteniendo el apellido”. Si el inicio de las exportaciones y de las ventas en otras regiones españolas hizo que creciera, la decisión que en 1956 tomó su padre, otro Julián Chivite, de instalar una línea de embotellado automático situó a la bodega entre las grandes. “Entonces empezamos con una cultura un poco más bordelesa, de envejecimiento en barricas y en botella, y de ahí llegaríamos a los vinos de Chivite de hoy”.
TURBULENCIAS
Los cuatro hermanos se fueron incorporando a la bodega bajo la dirección de su padre, y cuando murió fueron ellos los que continuaron al frente del negocio. En 2005 y 2006 fallecieron dos de los hermanos, Mercedes y Carlos, y como ocurre en tantas familias surgieron desavenencias que incluso provocaron la salida de Julián y de su madre Mercedes, vicepresidente y presidenta de la bodega, en 2007. Julián regresó cuatro años más tarde para tratar de enderezar el rumbo del negocio. Trata de pasar de puntillas por unos hechos que, mientras los relata, vuelven a emocionarle, pero al mismo tiempo no puede obviar unos dolorosos recuerdos que va desgranando, fragmentados, a lo largo de la entrevista. “No lo hicimos bien, no supimos evitar que los hermanos nos lleváramos mal… pero eso es lo que ocurrió. Fue muy desagradable”, comenta apesadumbrado, y tras una pausa añade que “le di la mejor solución que pude, pero no deja de ser una pena”.
Al salir de la bodega “comencé a instalarme por mi cuenta, también en el mundo del vino. Mantenía mi participación en Chivite y cuando volví, no sé si se deberá a la coincidencia con la crisis, las cifras que encontré en 2011 no eran ni parecidas a las que dejé en 2007, la facturación era casi la mitad y el estado financiero no era muy bueno… Por eso me vi obligado a vender la finca de Aberin, aunque conservamos la finca contigua, la de Legardeta, una de las grandes fincas del norte de España, de la cual se han hecho los Chivite Colección 125 desde 2004”.
“En casa hay casos de familias que llevan tres generaciones… si no son cuatro, trabajando para Chivite”.
Cambiamos de tema y parece respirar aliviado cuando nos remontamos a su infancia, que transcurrió en Cintruénigo “y en Corella, porque allí estudiaba como mediopensionista en un colegio que tenían los Misioneros Combonianos”. Hizo el bachillerato en los Jesuitas de Tudela y después marchó a San Sebastián para estudiar Ciencias Empresariales, también con los Jesuitas. “Mi padre nos mandaba los veranos fuera para que aprendiésemos idiomas, le preocupaba el futuro de la bodega y creía en la exportación, por eso quería que estuviésemos bien preparados. De hecho yo empecé trabajando con él en temas de administración y acabé liándome la manta a la cabeza y dando vueltas por Europa, porque en 1972 no había mucha gente en Chivite que hablase francés e inglés”.
Tras sortear muchas dificultades, “ten en cuenta que no pertenecíamos a la Unión Europea”, supo tejer una red de distribución de los vinos que hizo que llegara a ser “una de las grandes empresas exportadoras de este país”, asegura con una mezcla de orgullo y nostalgia.
¿El hecho de estar casi predestinado a trabajar en la bodega le hizo desistir de otros proyectos posibles proyectos profesionales? “No, de San Sebastián fui directo a Cintruénigo, ni se me pasó por la cabeza trabajar en otra empresa, es que además veía que mi padre necesitaba ayuda, alguien en quien apoyarse”. Añade que, además, el mundo del vino “me gusta mucho, es un negocio vivo, simpático y tan bonito como complicado, yo lo llevo muy adentro, y lo que le rodea también me gusta mucho, la gastronomía, viajar, relacionarme con la gente, catar grandes vinos, visitar vinotecas…”
Dice que “la pasión por sostener el apellido” y “la ilusión en sacar unos vinos de calidad reconocida, esa parte sí que la hemos logrado” son las que han logrado que la bodega haya perdurado a través de los siglos siendo un símbolo de Cintruénigo: “En casa hay casos de familias que llevan tres generaciones… si no son cuatro, trabajando para Chivite, por ejemplo el bodeguero. La relación era muy estrecha, porque eran muchos años juntos y en un pueblo, que no es lo mismo que en una gran capital, te sigues viendo por la calle, es tu vecino. Todo lo que hemos tenido que celebrar lo hemos hecho con ellos”. Con cierto tono de melancolía en la voz añade que “antes éramos más gente porque como además teníamos fábrica de alcohol, aprovechando subproductos de la uva. Llegamos a tener 200 empleados, eso es mucho para un pueblo como Cintruénigo”.
NUEVA BODEGA
Le preguntamos por sus planes, y se anima: “Está previsto construir una bodega en la finca de Legardeta, en Villatuerta, será bonita, dimensionada para elaborar todo lo que produzca las 130 hectáreas de viña de esa finca, los Chivites del futuro, que solo se harán allí”. La de Cintruénigo –la actual, denominada La Cascajera, se construyó en 1872 y es la tercera que levantó la familia en el pueblo- queda para la gama Gran Feudo y Baluarte. Además, seguirán elaborando los vinos de la Bodega Viña Salceda, en La Rioja, adquirida en 1999. “Ese mismo año nos ofrecieron la distribución del champán Taittinger en España… mira, se van a cumplir veinte años. Cuando empezamos ocupaba el duodécimo puesto de los champanes más vendidos en España, ahora es el tercero por detrás de Moët y Mumm”.
“No sabes lo que representa eso de que el presidente chino haya bebido un vino tuyo”.
Al hablar de éxitos pone en primer lugar al rosado Gran Feudo, un auténtico superventas, “y no quiero presumir de visionario, pero hace 5 años hicimos el rosado Las Fincas, con mi amigo Juan Mari Arzak, un rosado pálido que entonces ni se conocía que era eso y hoy son los rosados de moda en todo el mundo”. Nos habla de un blanco hecho con garnacha tinta, el Chivite Las Fincas Dos Garnachas, “un ‘blanc de noir’ muy bueno. Hay que intuir las tendencias de consumo, buscar los nichos de consumo y adelantarse a los demás creando vinos con personalidad. La diferenciación es fundamental”.
“Presumo de tener una de las marcas más prestigiadas y más conocidas en este país”, unos vinos que han figurado en el menú de bodas reales o de comidas como la ofrecida por el Rey al presidente chino, “eso nos ha abierto las puertas de China, no sabes lo que representa eso de que el presidente chino haya bebido un vino tuyo”. Era el Legardeta blanco chardonnay, que también ha sido incorporado al catering de la bussines class de British Airways.
Además, Bodegas Chivite inicia una nueva etapa: “En 2017 llegamos a un acuerdo con la familia Suqué, que pasan a ser los actuales propietarios. Yo sigo como presidente ejecutivo del Grupo Chivite y gozamos de plena autonomía, conservamos la marca, la personalidad, la identidad y el know how de Chivite, tal y como lo hemos hecho toda la vida. Eso es lo que más le motivó a Javier Suqué, uno de los tres propietarios, para llegar a un acuerdo, la imagen que tiene Chivite en el mercado”. Concluye nuestra entrevista confesando cuál es su mayor ilusión: “Recuperar una parte de la propiedad de Chivite, tema que espero abordar en los próximos meses con la familia Suqué. Por pequeña que fuera esa parte, me haría mucha ilusión”.