Es jueves, el sol comienza a asomarse y Andrés se levanta de la cama con especial ilusión. Cada quince días se sube a una furgoneta junto a otros seis compañeros rumbo a Arizcun, donde a las diez en punto de la mañana le espera un simpático animal de cuatro patas. Quizá el lector piense que se trata de un perro, pero el tan ansiado reencuentro se produce con un mamífero de cuello largo, elegante porte y largas crines. Los caballos son alimento para el alma. Ya lo reconocía Hipócrates en el año 460 a.C. En su libro ‘Las Dietas’, el padre de la medicina aseguraba que el estado de ánimo de los abatidos podía mejorar con la equitación.
Probablemente aquel sabio griego no se imaginaría que sus reflexiones fueron decisivas a la hora formular lo que actualmente se conoce como equinoterapia. Introducida en Escandinavia en 1946 tras un brote de poliomielitis, este tratamiento consiste en poner en práctica diferentes técnicas orientadas a la rehabilitación de personas. Las aplicaciones varían en función de los objetivos, pero todas ellas tienen un eje central en común: la idea del caballo como agente terapéutico. En un principio, se configuró como una técnica ligada exclusivamente al amejoramiento de lesiones físicas. Sin embargo, pronto se descubrió que lo que para unos era simplemente un deporte podía, además, contribuir a mejorar significativamente la calidad de vida de personas con diversidad funcional.
Catorce residentes, con edades comprendidas entre los 18 y 65 años, participa en las sesiones de equinoterapia del Centro Hospitalario Benito Menni.
Fue precisamente esa convicción la que motivó a la psicóloga Laura Galán a apostar por introducir este tratamiento en la Unidad Residencial de Patología Mixta (RPM) del Centro Hospitalario Benito Menni de Elizondo, fundado en 1938 por las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús en Navarra. Dicha unidad brinda atención integral a personas con discapacidad intelectual y trastornos psiquiátricos asociados (enfermedad mental, trastornos de personalidad y/o trastornos conductuales). A su psicóloga y responsable se le encendió la bombilla después de constatar el entusiasmo de las personas usuarias, que se puso de manifiesto en una visita de ocio a la Hípica Ordoki.
Galán sabía, eso sí, que el principal obstáculo para implementar esta dinámica dentro del centro pasaba por la búsqueda de financiación. Y es que la equinoterapia no es una actividad subvencionada por la Administración Pública. Esa limitación propició que se empeñara en buscar ayudas externas para brindar esta oportunidad a un colectivo desfavorecido. Lo consiguió. Y el resultado se ha traducido en un ambicioso proyecto, en el que participan catorce personas residentes de la unidad, con edades comprendidas entre los 18 y 65 años.
De forma complementaria y coordinada con los diferentes programas de atención ofertados en la unidad, la equinoterapia contribuye a mejorar el equilibrio vertical y horizontal, favorece la reordenación postural y la regulación del tono muscular y optimiza la circulación sanguínea, la coordinación motriz, los reflejos y la planificación motora. Sus ventajas, por otra parte, trascienden el aspecto meramente físico. También favorece la capacidad de regulación emocional de los participantes y contribuye al desarrollo de sentimientos de confianza y valía personal reforzando su autoestima. La interacción con estos animales, asimismo, optimiza el rendimiento cognitivo, facilita la comunicación (verbal y no verbal) y estimula las relaciones interpersonales fuera del ámbito residencial y familiar, en el que los participantes se desenvuelven habitualmente.
Así lo confirma Cristina Colorado, terapeuta ocupacional encargada de acompañar a las personas usuarias en el traslado a la hípica y durante el desarrollo de la actividad: “Cada mañana, antes de ir, se les nota muy entusiasmadas. Es un ejercicio que promueve la buena relación entre ellas y que fomenta la responsabilidad individual”.
En efecto, las personas usuarias del Centro Hospitalario Benito Menni que participan en esta terapia hacen mucho más que montar a caballo. De hecho, a cada una de ellas se le asigna el cuidado de un animal particular, al que dan el desayuno, cepillan y ensillan antes de recibir atención personalizada por parte de un técnico de equitación. La mejor recompensa, en todo caso, quizá sea la expresada por el propio Andrés. A sus 34 años, ha vuelto a retomar una actividad que inició en su niñez, mientras estudiaba en un centro de educación especial, y que le trae buenos recuerdos compartidos junto a sus padres: “Estar con los caballos hace que sienta mucha tranquilidad, es algo que quiero seguir haciendo”.