1348. Procedente de Asia, la peste negra llegó a Europa por los puertos italianos y no tardo en propagarse. Para la primavera de ese año, ya había llegado al Reino de Navarra desde el norte de los Pirineos, precedida por unos años de malas cosechas. El hambre que se enseñoreaba en los campos y las ciudades navarras facilitó el contagio no solo en grandes urbes, como Pamplona, Tudela o Estella-Lizarra, sino también en pequeñas aldeas.
Ningún rincón de Navarra se libró de la que llamaron “muerte negra”. Desnutrida y desarmada ante la enfermedad, la sangría humana fue terrible. Por eso, al cumplir 675 años de la llegada de la epidemia a Europa, el Archivo Real y General de Navarra dedica su microexposición de febrero a exponer al público algunos de los documentos que custodia relativos a aquellos dramáticos sucesos. En concreto, en esta microexposición se exhiben varias páginas de los registros contables de la Cámara de Comptos que revelan la extrema mortandad que sacudió el Reino de Navarra desde principios del siglo XIV.
Bajo el título ‘675 años de la Peste Negra (1348)’, la muestra de pequeño formato es de acceso libre y gratuito.
Bajo el título ‘675 años de la Peste Negra (1348)’, la muestra de pequeño formato es de acceso libre y gratuito. En concreto, permanecerá abierta en la galería baja del Archivo de Navarra todos los días del mes de febrero de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:00.
La peste bubónica es una enfermedad muy contagiosa y mortal causada por un bacilo descubierto en los albores del siglo XX. Propia de los roedores, pasaba a los humanos a través de las picaduras de las pulgas de las ratas. Tras una breve incubación, la infección se extendía rápidamente, provocando hemorragias bajo la piel, dando a los cuerpos un color negruzco –de ahí su nombre– y causando la muerte en casi todos los casos. Ante ella, la población de la época estaba completamente indefensa. No conocía la naturaleza de la enfermedad, ni el medio por el que se contagiaba ni, por supuesto, la forma de combatirla.
La documentación histórica acredita la despoblación causada de norte a sur, de este a oeste. Por doquier, pueblos vacíos, campos sin cosechar, molinos abandonados, juicios interrumpidos por la muerte de los litigantes… Los datos de los recaudadores del rey indican que, en un año, bajo los golpes del hambre primero y de la enfermedad después, pudo desaparecer casi la mitad de la población navarra.
Los documentos expuestos en la microexposición demuestran que las casas de Pamplona se quedaron sin alquilar, los baños de Tudela no pudieron tributarse, los campos no pudieron cosecharse en verano “por razón de la gran mortandad”. En Arellano nadie quería labrar las viñas, la mayor parte de los pecheros de Zariquiegui murieron y los supervivientes pedían que se les perdonaran las cargas. Incluso la vigilancia de la frontera guipuzcoana con el Reino de Castilla había decaído “por la mengua de las gentes”.
Convencido de que la epidemia era un castigo divino, el recibidor de la merindad de la Ribera se lamentaba de que la mortandad había acontecido “por ordenanza de Dios”. Por eso, la población buscó el perdón y el auxilio del cielo. Más adelante, advocaciones como San Sebastián y San Roque cobrarían fama como protectores contra la peste. Pero las congregaciones en iglesias y procesiones sólo favorecieron la extensión de la enfermedad. Así que, por pura experiencia, pronto intuyeron que había que “irse pronto, hacerlo lejos y volver tarde”. Porque, cuando la enfermedad se declaraba, ya no había remedio.
LA DESOLACIÓN NAVARRA
Navarra tardaría más de cuatro siglos en recuperar la población anterior a la peste negra. Pero, además de despoblación, la epidemia causó una gran crisis económica, política y social. El desastre demográfico y económico obligó a la corona a perdonar impuestos y cargas.
Un año después, en 1349, el recibidor de la merindad de Sangüesa declaraba en su registro contable que los pueblos estaban “muy destruidos y empobrecidos”. Muchas localidades se abandonaron para siempre, la actividad económica se paralizó y una enorme oleada de criminalidad se apoderó del campo navarro. Sin embargo, también abrió nuevos horizontes a los supervivientes, que encontraron un medio de prosperar en el vacío humano causado por la peste negra.
A finales de 1348, la epidemia se daba por terminada. Entre sus víctimas, la propia reina de Navarra, Juana II de Evreux. Habría sido posible, como había ocurrido en crisis anteriores, que la población navarra se recuperase. Pero en los años siguientes la enfermedad “no dio ningún respiro”, ya que, al regresar cada década, se convirtió en “asidua visitante” del reino y de Europa.
“Pero también es justo reconocer que la lucha contra la enfermedad sentaría las bases de la sanidad pública, de la higiene urbana, de la colaboración sanitaria internacional y de la investigación médica. Además de su profundo impacto en la cultura y en las mentalidades, ese fue el principal legado de la peste”, valoran desde el Archivo.