El primer contacto que Daniel Ibáñez (32 años) tuvo con el mundo laboral fue como monitor de vela en el pantano de Alloz. Descubrió esta disciplina acuática durante las prácticas que realizó para terminar su formación de actividades fisicodeportivas en Lumbier. Su llegada a la Escuela Navarra de Vela para una campaña terminó con once años de trabajo como instructor. “A pesar de que el embalse está a diez minutos de mi casa, no conocía la actividad. Fue una gran experiencia y me ofrecieron quedarme a trabajar”. La Campaña Escolar de Vela se realiza de marzo hasta junio y recibe entre 2.000 y 2.500 niños cada año.
En su desembarco en el pantano con apenas 19 años, no solo descubrió esta modalidad. Con el paso del tiempo, también encontró en la dueña de la escuela, Susana, un ejemplo de cómo labrarse un futuro profesional sin depender de terceros. “Ella era su propia jefa y, a la vez, daba trabajo a más personas. Me gustó mucho la idea de emprender, a pesar de que no es fácil porque detrás hay muchas horas de gestión, organización, arreglos… La gente piensa que es sencillo, pero hay más trabajo de lo que se ve”.
“Me gustó mucho la idea de emprender, a pesar de que no es fácil porque detrás hay muchas horas de gestión, organización, arreglos…”
Al cabo de unos años, gracias a otro monitor de la escuela, conoció el parapente. Una actividad que, junto con la vela, pronto se convertiría en otra de sus pasiones. “Un compañero hizo un curso de parapente en Perú y me animó a probarlo convencido de que me iba a encantar. Fuimos a Vitoria e hicimos un curso de un mes”.
Su amigo, Íñigo Casado, conocido como ‘Barlovento’ en la escuela de vela, despertó su entusiasmo por el vuelo. “Me enganchó”, afirma Ibáñez. Desde entonces, este navarro, también apodado como ‘Mástil’ en Alloz, donde todos los monitores llevan apelativos relacionados con la náutica para que los niños aprendan, siguió unido a esta disciplina aérea.
Primero disfrutó del vuelo por pura afición. Y su siguiente paso fue marcharse a Bilbao para obtener el título de ‘técnico deportivo de nivel 1‘ con el fin de dar clases. “Mi amigo lo dejó y yo me enganché. Estuve tres años volando como hobby, vi cómo vivían los propietarios de las empresas donde me formé y decidí seguir ese camino”. Así creó su propia empresa de vuelo: “Pensaba que iba a trabajar en algo normal como dice la gente, no que iba a vivir de estar colgado en el aire”.
“Pensaba que iba a trabajar en algo ‘normal’ como dice la gente, no que iba a vivir de estar colgado en el aire”
A partir de entonces, empezó a trabajar para terceros, con el fin de aprender, y en 2019 decidió volar por libre. “Abrí la Escuela de Parapente de Navarra el 19 de marzo. Lo hice en 2019 porque podíamos acogernos a las ayudas del Gobierno de Navarra y, si salía mal, las perdidas no iban a ser tan grandes. Por supuesto, no me imaginaba que iba a llegar la pandemia”. En el centro oferta cursos de iniciación y progresión además de vuelos privados.
LA ÚNICA ESCUELA DE TIERRA ESTELLA
El parón por la llegada del Covid-19 le obligó a interrumpir la actividad durante un tiempo. “El primer año fue una locura, solo hubo cuatro alumnos y mantuve mi trabajo como instructor de vela porque no sabía si iba a funcionar mi idea. Llegué a trabajar 67 días seguidos. Después llegó la pandemia y nos cerraron la escuela”, explica. Incluso decidió permanecer con la actividad parada hasta que, prácticamente, se terminaron las restricciones. “Al final teníamos que estar desinfectando todo y usando productos que dañaban el material”.
Sin embargo, la pandemia terminaría estimulando la afluencia de clientes. “Realmente nos vino bien porque la gente, después de estar tanto tiempo encerrada, cambió de hábitos y empezó a hacer múltiples actividades al aire libre. Tuvimos un boom“. De hecho, después del confinamiento comenzaron a recibir infinidad de llamadas y se multiplicaron los vuelos. “Empezamos a tener cada vez más repercusión y hemos ido creciendo año a año, cada vez un poquito más. La empresa cogió impulso”. En este cuarto curso de actividad, ha empezado a tener los ingresos suficientes para poder vivir de su negocio.
La escuela de Ibáñez es la primera de este tipo abierta en Tierra Estella y la segunda de la Comunidad foral. “La mía está en Ayegui, y la otra se ubica en Monreal. Muy pocas personas habían visto antes el Montejurra y el Monjardín desde el aire y el feedback es muy positivo. A la gente le sorprende”, subraya.
LA EXPERIENCIA DE VOLAR
“Para mí, la sensación es de paz y tranquilidad. Vas flotando en el aire. La gente cree que va a ser mucha adrenalina, pero la diferencia con el paracaídas es que no se salta al vacío, el parapente está ya hinchado y se despega progresivamente. Es muy sencillo. En el inicio, lo único que tienes que hacer es mantenerte de pie. Y en el momento del vuelo, vas sentado en una silla, ahí el requisito es relajarse y disfrutar”, remarca.
“Para mí, la sensación es de paz y tranquilidad. Vas flotando en el aire”.
La escuela opera de lunes a domingo. Generalmente entre semana cuenta con la ayuda de otro monitor, mientras que los fines de semana han llegado a estar hasta cinco, dependiendo del número de clientes: “Abrimos desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre”.
Los vuelos tienen una duración aproximada de veinte minutos, durante los cuales aprovechan para emular el planeo de los pájaros. “Nos ponemos al lado de los buitres y otras aves e intentamos hacer lo mismo aprovechando las corrientes. Es una pasada volar junto a ellos”, describe.
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