Si el pueblo no va a la sidra, la sidra irá al pueblo. Esa fue la idea que, hace veinticinco años, llevó a Patxi Aranguren a poner en marcha la primera sidrería móvil de Navarra. Junto a sus hijos, Oihana e Igor (de 37 y 40 respectivamente), la familia ofrece sus servicios en fiestas, bodas, bautizos… e incluso funerales. Y lo hace por toda España. Ahora, la sidrería móvil Patxi afronta su relevo generacional. De facto, el fundador, que ya ha cumplido los 65, ha pasado el testigo a sus hijos, aunque aún sigue echándoles una mano.
“Mi hermano me dijo: ‘Oye, ¿y si hacemos un cacharro para que las sidrerías lleguen a los pueblos?’. Empecé a visualizarlo, compré una soldadura y comencé de cero a ver qué salía”
La vida de Patxi dio un giro en 1996, cuando viajó a Tudela para visitar a su hermano, que estaba preparando una salida con más personas a Astigarraga. La localidad ribera no contaba con una sidrería cercana, de modo que debían fletar un autobús hasta la localidad guipuzcoana. Fue entonces cuando surgió “el chispazo”. “Mi hermano me dijo: ‘Oye, ¿y si hacemos un cacharro para que las sidrerías lleguen a los pueblos?’. Empecé a visualizarlo, compré una soldadura y comencé de cero a ver qué salía”, relata.
Durante el invierno de aquel año, el hostelero forjó los fogones en el local de su padre, ubicado en Imárcoáin. “Hice el carro solo. Fue una labor de ensayo y error”, detalla este emprendedor a Navarra Capital. Una vez montado el equipo, tuvo que darse a conocer por la Comunidad foral. Pero “nunca” gastó un solo euros en publicidad.
El primer servicio que ofreció fue en Tabar, donde contactó con el alcalde del municipio a través de un amigo: “Le dije que si salía mal, no les iba a cobrar. Después me surgieron dos o tres trabajos más en otros pueblos a través del boca a boca”. Así, poco a poco, incluso traspasó las fronteras navarras y desembarcó con su “carro”, como lo llama con cariño, en La Rioja, Huesca, Burgos y Soria.
Pero, con el éxito, emergió también la competencia. Tras diez años solo en el mercado, algunas empresas de catering comenzaron a ofrecer el mismo menú, lo que provocó un “bajón” en el negocio. “Pero no estaban preparadas para este tipo de menú, fui recuperando terreno”, agrega.
HISTORIAS SOBRE RUEDAS
Patxi atesora más de cuatro décadas en el mundo de la hostelería (durante 36 años fue también dueño del bar Kaioa), se muestra convencido de que su modelo “tiene muchas ventajas”. “Económicamente, un restaurante fijo es mejor. Pero mi sidrería es muy bonita. Siempre estás en un sitio distinto y cada pueblo es un reto”, defiende.
“Un señor murió durante la pandemia y no pudieron hacerle una despedida. Así que, cuando se flexibilizaron las restricciones, me llamaron sus familiares para organizar una comida en su honor”
A bordo de su carro ha vivido infinidad de historias, como aquella vez en la que sirvió en un funeral: “Un señor murió durante la pandemia y no pudieron hacerle una despedida. Así que, cuando se flexibilizaron las restricciones, me llamaron sus familiares para organizar una comida en su honor”. O cuando, “como a los futbolistas”, les hicieron “un pasillo”, con “aplausos incluidos”, al marcharse de un pueblo. “También hemos creado un gran vínculo con algún municipio riojano y nos invitan a sus fiestas para que las disfrutemos”.
Eso sí, por el camino ha sufrido algún que otro susto. En una ocasión, recuerda, perdieron una rueda del carro mientras Patxi conducía. “No nos matamos por poco”, rememora.
ASÍ ES LA SIDRERÍA
La familia tiene tres sidrerías móviles en su nave de Noáin. Cada una cuenta con una hilera de parrillas y planchas extraíbles, así como con unos fuegos para cocinar. Gracias a este sistema, Patxi y sus hijos han llegado a cocinar más de 200 kilogramos de carne en una sola jornada. Pero todos coinciden en que no desean “ampliar demasiado” el negocio. “Al menos hasta que nos adaptemos al cambio”, precisan Oihana e Igor.
La familia siente tal cariño hacia el negocio que hasta la nieta de Patxi, con tan solo tres años, simula que cierra contrataciones con clientes a través de un teléfono imaginario
Su menú es bastante tradicional: ensalada de temporada, chorizo a la sidra, tortilla de bacalao y chuletón o merluza. De postre, queso con membrillo y nueces, además de café. En este sentido, “el 90 %” de su actividad se concentra durante los viernes por la noche y los sábados, de modo que dedica el resto de la semana al mantenimiento y reparación de los equipos.
Cada miembro de la familia tiene un cargo específico. Oihana gestiona la contabilidad, mientras que Igor se encarga del mantenimiento y las reparaciones más laboriosas. El hijo de Patxi, al igual que él y su mujer, también cocina. Y, cuando hacen falta refuerzos, son los sobrinos del fundador quienes echan una mano. La familia siente tal cariño hacia el negocio que hasta la nieta de Patxi, con tan solo tres años, simula que cierra contrataciones con clientes a través de un teléfono imaginario. “Mis hijos están muy bien y muy ilusionados”, incide.