El barman del Hotel Ambos Mundos asegura que su mojito es muy superior al que preparan en La Bodeguita del Medio, templo por excelencia de este cóctel, siempre atestado de grupos de turistas, y a solo unos 200 metros del hotel donde Ernest Hemingway hilo palabras para su literatura universal.
Impresionan, desde su azotea, las vistas sobre la ciudad, casi tanto como las que se divisan desde lo alto del campanario de la Catedral, de escaleras angostas, en la señorial Plaza que lleva su nombre.
El edificio Lonja del Comercio, situado en la Plaza de San Francisco; el mirador del edificio Bacardí, de estilo art decó; o el edificio Focsa, en el barrio del Vedado, también ofrecen buenas panorámicas. Un primer vistazo, casi a vista de pájaro, para hacernos una idea del tamaño de esta urbe, que alberga el principal puerto del país y es el centro económico y cultural de la República.
Pero este alojamiento, de fachada asalmonada, tiene uno de los vestíbulos más animados de La Habana. Abierto a la calle, se puede disfrutar de buena música en directo. Y todo a un tiro de piedra de el Castillo de la Real Fuerza, la Plaza Vieja, el Museo de la Revolución, la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña o el Castillo de San Salvador de la Punta.
En la calle Obispo, muy animada de día, los restaurantes y tiendas para turistas se codean con los almacenes donde compran los habaneros, donde encontrar un paraguas un día de lluvia se convierte en una odisea. El “no tenemos hoy” es el mantra que más se repite…en todos los lados.
DULCES
En la panadería y dulcería ‘San José’, en la misma calle, las pastas y pasteles tienen un pacto con el cielo. Saben a pueblo, a guayaba, cabello de ángel, finas cremas o merengue. Todo muy dulce, como les gusta a los cubanos. Las colas, en ocasiones, intimidan; pero son como una lección magistral sobre antropología social. Nada que ver con el desagradable sabor de las pequeñas pizzas, hamburguesas de soja o el arroz que venden en muchas esquinas. Claro, a 1 peso cubano.
Al atardecer, en el Paseo Martí, la ‘Pastelería Francesa’ tiene un aire cosmopolita, sobre todo cuando baja el calor del mediodía. Irradia una sugerente atmósfera de ‘belle époque’, hasta que las chancletas y otras indumentarias playeras te colocan en el tiempo.
Es vecina, puerta con puerta, de los hoteles Inglaterra y Telégrafo, dos coquetos y emblemáticos alojamientos, a una calle del Gran teatro de la Habana y a dos pasos del Capitolio. Enfrente, en el Parque Central, cada mañana los forofos del beisbol discuten, como si les fuese la vida en ello, sobre el deporte nacional.
En este lugar, frontera entre la ciudad vieja y el resto, viajeros y habaneros comparten asientos. Y pasos rápidos. Y pasos que arrastran el sopor del trópico. Debajo de la sombra de palmeras, entre plantas ornamentales, hay mucho tipo de vidas.
Las bocinas de las ‘maquinas’ que se dirigen a la transitada calle Neptuno, así se denominan los taxis compartidos, se mezclan con las deliciosas habaneras que interpreta un grupo musical. Los almendrones (coches de los años 30, 40) rugen con fuerza.
El paseo Martí, conocida como Prado, es una elegante y decadente calle que finaliza en el malecón. Los artistas, los sábados, venden sus creaciones, entre Cadillac, Chevrolet o Pontiac.
COMER
Al final de Paseo del Prado se encuentra Prado No 12 Café, a 2 pasos del palacio de la embajada española. Comer o cenar en su terraza al aire libre, mirando al faro del castillo del Morro y con la brisa del mar dulcificando el sopor, es un placer que sale barato. Pero no siempre hay de todo. Estamos en Cuba.
Desde que se popularizaron los ‘paladares’, la gastronomía cubana, que no deja excesivo recuerdo, se abrió al mundo. Sin embargo, prefiero las casas de comidas populares. Son estancias sencillas, cocinas pegadas a una sala, abundantes por donde la gente se mueve con prisa. Compartir espacio, una jarra de agua, una ensalada de aguacate y un filete ‘grillé’ con los habaneros, me gusta cada día más. Y cuesta poco más de un euro.
CONOCER LA CIUDAD
La Habana es hermosa a rabiar. Para mí, uno de los conjuntos urbanos más hermosos del mundo. En algunas calles parece que un ejército de artillería hubiera ensayado a conciencia. Hay diferentes formas de conocerla, tantas como gentes las visitan. Una consiste en acoplarse a un grupo turístico y dejarse embriagar por la belleza de la Habana vieja, y pensar, muchos, que los colores pastelones de sus hermosos palacios y casonas, algunos convertidos en hoteles, sintonizan con el estereotipo del pueblo cubano: alegre y siempre contento.
Luego está quienes optan por descubrir la ciudad de otra manera. Paseándola de día y, quizás, estrujando la noche; dejándose llevar por la música de sus artistas locales, maravillosos, o por un hiriente ‘reguetón’, vaciando o no botellas de ron. Hay otras en la que sobresale las ganas de compartir experiencias de vida, más allá del parque de atracciones que lleva adosado cualquier país del mundo.