viernes, 29 marzo 2024

Las dos vidas de Javier Miranda

La del presidente de la Fundación Caja Navarra, Javier Miranda, es una historia de superación que bien puede servir de estímulo en estos días tan difíciles que estamos viviendo. Las limitaciones físicas que le impone la enfermedad no le impiden llevar una vida plena volcada en la ayuda a los más desfavorecidos.


Pamplona - 21 marzo, 2020 - 06:00

La discapacidad física de Javier Miranda no es un obstáculo para sus múltiples actividades. (Fotos: Maite H. Mateo)

Javier Miranda Erro nació en Pamplona en noviembre de 1959, en una familia de tres hermanos cuyo padre falleció cuando nuestro entrevistado tenía 10 años. Hizo oficialía y maestría Industrial en Estella y en el colegio de FP de los Salesianos de Urnieta (Guipúzcoa). Y tras la mili empezó a trabajar en una empresa de ingeniería en Madrid (Ciat Nuclear, actual SGS), que lo destinó a la tristemente famosa central nuclear de Lemoniz, donde se ocupó de temas relacionados con la calidad. También trabajó en la de Cofrentes y después pasó por las térmicas de Agoño, La Robla y Cangas del Narcea. La misma empresa le nombró responsable de un laboratorio en Barcelona: “Ahí me matriculé en Ingeniería en la Escuela Industrial de Tarrasa de la Politécnica de Cataluña, pero no acabé. Estudiar y trabajar a la vez…”

“Me da cierta vergüenza que digáis esto en la entrevista, pero sinceramente me siento privilegiado”.

Además, nació su hija Itxaso –después llegaría Xabier- y eso le empujó a volver a Pamplona. Buscó un empleo y consiguió el puesto de director de Calidad en Estampaciones Vireco (hoy MB). Le iban bien las cosas y, con sus peculiaridades, la suya era una biografía como tantas otras. Pero había algo más. Engañé a los de la empresa de selección que me hicieron la entrevista para entrar en Vireco, les dije que tenía problemas con los meniscos porque si les decía la verdad no me iban a contratar y tenía una familia”.

Preside el patronato de la Fundación Caja Navarra y está vinculado a asociaciones.

Preside el patronato de la Fundación Caja Navarra y está vinculado a asociaciones.

La verdad era que padecía una distrofia muscular, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso que afecta a brazos y piernas, limitando poco a poco sus movimientos. “Es progresiva, el peor día es hoy porque mañana estaré peor que hoy”, afirma sin que en absoluto suene lastimero o autocompasivo. Los primeros síntomas se dejaron notar cuando hacía la mili. “Lo pasé mal, pero la acabé”. Y el diagnóstico se confirmó allá por 1982, estando en Cofrentes. Llegó un momento en el que la impostura ya era insostenible y le confesó al gerente de Vireco qué le ocurría: Le dije que entendería que me echara, pero que valorara el trabajo que había hecho durante dos años. Para mi sorpresa, a partir de aquel día el gerente tuvo mucha más confianza en mí, estaba mejor considerado en la empresa. Tanto es así que tuve que decir yo cuándo me iba”.

“Mi enfermedad es progresiva, el peor día es hoy porque mañana estaré peor que hoy”.

AVIDEZ POR APRENDER

Se despidió en 1995, con 35 años. Y así empezó la segunda vida de Javier Miranda. Para él fue una oportunidad: la de “poder formarme en cosas que me gustaban”. Los primeros años hizo cursos intensivos de euskera y, además de vincularse a asociaciones de discapacidad, se matriculó en Derecho en la UNED, aunque terminó la carrera en la UPNA. “Pensé  en que tenía que aportar algo a la sociedad. Si yo tengo recursos jurídicos en un mundo inevitablemente reivindicativo como el de la discapacidad, puedo ser más útil. Pero mi querencia era la filosofía del Derecho, porque esa asignatura estaba vinculada con los derechos fundamentales, algo que tenía que ver con mi activismo”. Para entonces ya formaba parte de la plataforma de las entidades de discapacidad, Cermin (antes Cormin), donde también podía aportar la visión técnica que le daba su experiencia profesional, por lo que se centró en la accesibilidad.

La nueva vida de Miranda comenzó cuando tenía 35 años.

La nueva vida de Miranda comenzó cuando tenía 35 años.

Pero no le bastó con eso. Animado por los catedráticos Josetxo Beriáin y Javier Blázquez, hizo un máster en Sociología. “Ahí vi la luz, autores que no sabía que existían, formas de ver la vida diferentes… Pensaba ¡qué lástima no haber conocido todo esto antes! Aprendí muchísimo y, en ese mismo máster, ya hubo alguna tirada para que continuara haciendo algo más, lo siguiente era el doctorado y fue lo que hice”. Agradece la paciencia mostrada por el director de su tesis (que versó sobre la eficacia del Derecho en materias como la accesibilidad universal) durante los cinco años que le costó redactarla. “Yo estaba muy centrado en mi activismo, me habían nombrado presidente del Cermin”. Un cambio normativo obligó a leer las tesis en marcha antes del 10 de febrero de 2016 “y mi tesis fue leída el 9 de febrero, llegué sacando la lengua”.

LA FUNDACIÓN

La presidencia del Cermin le había llevado, también en 2016, al patronato de la Fundación Caja Navarra a propuesta del Parlamento de Navarra. En junio de 2017 se renovó el patronato y fue elegido presidente, cargo en el que sigue actualmente y al que no podía ni imaginarse que iba a llegar cuando en 1995 la distrofia muscular le apartó de la vida laboral y le sentó en una silla de ruedas. “Me da cierta vergüenza que digáis esto en la entrevista, pero sinceramente me siento privilegiado. Me inspira compasión muchísima gente, a pesar de que de acuerdo con los patrones sociales en teoría soy yo el desgraciado. Pero, qué va, ¡no me siento así, al contrario! Es que vienen personas a este despacho en situaciones que te hacen llorar, muy desatendidos en cuanto a recursos sociales y tienen que seguir viviendo, tienen hijos… Eso sí que es dramático”.

“Tomar conciencia de mi situación de un modo realista es una necesidad para seguir viviendo e intentar ser feliz”.

Se compara económica y socialmente con ellos e insiste. No me vendáis como alguien con mérito porque creo que lo que he hecho es natural. Es que tomar conciencia de mi situación de un modo realista es una necesidad para seguir viviendo e intentar ser feliz. Y como los recursos económicos, culturales, afectivos o del entorno familiar los tengo resueltos, qué menos que comprometerme socialmente”. Por si acaso no ha sido convincente, asegura que se siente “una persona como las demás y con respecto a algunos, esto ya es un poco de chulería, bastante más. Y cuando alguien me dice ‘tú tienes discapacidad’, suelo responderle en broma: ‘Sííí, tengo el certificado de discapacidad, pero igual hay discapacitados que no tienen el certificado y por su mesa pasan decisiones importantes'”. Javier acepta nuestra risotada con una sonrisa de complacencia.

COMPROMISO SOCIAL

Podría esgrimir su trabajo en la Fundación Caja Navarra para eludir otras actividades, pero eso sería traicionar su compromiso social: “También soy miembro del patronato Derecho y Discapacidad, que imparte un máster en la Universidad Menéndez Pelayo, del que soy profesor asociado y tutor de trabajos ¡Me lo paso muy bien!”. No disimula que le satisface su actual cargo: “Comparada con cualquier otra de las ocupaciones que he tenido, esto es lo más amable, es un privilegio. Estás siempre haciendo cosas positivas socialmente, que merecen la pena porque reducen esa brecha que existe en nuestra sociedad en la distribución de la justicia”. Muestra su disgusto porque han tenido que rechazar 150 proyectos que buscaban financiación “solo porque no llegaban a la media que tenemos que establecer porque nuestros recursos son limitados”.

Javier Miranda, en el exterior de Civican, sede de la Fundación Caja Navarra.

Javier Miranda, en el exterior de Civican, sede de la Fundación Caja Navarra.

La fundación tiene un presupuesto para este año de 11,28 millones de euros y sostiene el centro Isterria, con 70 trabajadores y 100 menores con discapacidad; el centro sociocultural Civican, donde Javier Miranda tiene el despacho en el que nos recibe; once centros de mayores en Pamplona y su cuenca y otro en Sangüesa; y las colonias de Hondarribia. Convoca, además, ayudas para entidades y ha creado el proyecto de cooperación internacional ‘Crisis olvidadas’, que atiende necesidades básicas a las que no llegan las ONG y “tampoco aparecen en los telediarios”. Finalmente, gestiona 8 millones de euros conjuntamente con la Fundación La Caixa para aumentar la obra social que cada una hace por su cuenta.

“Para que la vida podamos llamarla así tiene que ser digna. Y la de mucha gente no lo es”.

Reconoce que habla con “mucha pasión” de la labor que realiza la fundación y de cómo lo hace gracias a un Plan Estratégico del que se muestra orgulloso. “Lo elaboramos en seis largos meses durante los que consultamos a casi 900 agentes en qué consistiría a su juicio la obra social del siglo XXI y qué papel podía jugar ahí la Fundación”.

Estamos llegando al final de la entrevista y aún no le hemos oído un lamento relacionado con su circunstancia personal, al contrario. Sería lo normal, cualquiera lo haría si hasta los veintitantos años pudo hacer cosas que ahora le resultan imposibles, ir al monte o andar en bicicleta, incluso conducir, porque forzosamente las echaría de menos. Él también las añora, “hombre, claro”, pero no sería Javier Miranda si se quedara en eso: “Esto es una discapacidad sobrevenida, la he encontrado en el itinerario de la vida. Pero la gente que lo es desde que nace ha tenido muchas menos oportunidades que yo y por ellos me bato el cobre, son personas con los mismos derechos que tú y que yo. Para que la vida podamos llamarla así tiene que ser digna. Y la de mucha gente no lo es”.

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