Se define como un periodista, sin otra formación, experiencia ni ambiciones. A pesar de eso, o quizás por ello, Antonio Caño, nacido en Martos (Jaén) hace casi 61 años, dirige desde febrero de 2014 uno de los más importantes periódicos del mundo, El País. No llegó en buen momento. Afectado por una doble crisis, la económica y la que amenaza la supervivencia de los diarios impresos, El País había prescindido poco antes de casi 150 periodistas, y a Caño le encomendaron guiar la transformación del periódico a un medio digital.
Antonio Caño: “En menos de dos años la mitad de las noticias que consuman los ciudadanos serán falsas, construidas como falsas y distribuidas a conciencia como falsas”.
El problema es que, aunque las ediciones digitales están en auge, sigue sin existir un modelo de negocio claro: “El papel se muere sin acabar de morirse, y el modelo digital aún no es una alternativa”. Las empresas se ven obligadas a buscar fuentes de financiación que sustituyan a la desaparecida publicidad “buscando fórmulas que en ocasiones rozan la línea de credibilidad de los medios”. Dice confiar en la supervivencia del periodismo, “pero adaptado a las tecnologías de nuestro tiempo”, y señala que más del 70% de los lectores de El País lo leen en sus teléfonos móviles. “Rechazar los cambios es condenarse a morir. Yo prefiero leer los periódicos de papel, pero sería un error impedir que el que dirijo se limitara a ser el lujo de una minoría. Mantendremos el papel mientras sea posible, pero nuestro esfuerzo está centrado actualmente en hacer el mismo El País para los teléfonos móviles”.
A ello hay que unir la dificultad de hacer periodismo en un entorno que experimenta “un cambio de ciclo histórico en el que se han perdido referencias, se han desvanecido paradigmas, todo, absolutamente todo, se pone en cuestión y los valores más básicos del pasado están amenazados”. Además, vivimos una revolución tecnológica que está cambiando las formas de convivencia y comunicación entre los seres humanos, por lo que resulta muy aventurado predecir un futuro para un periodismo “que hoy es más demandado que nunca, pero al mismo tiempo está en riesgo de extinción”.
Aclara que se refiere al periodismo de calidad, “el que respeta las normas deontológicas y se esfuerza en la búsqueda de la verdad con profesionalidad y equidistancia” y que no hay que confundir con el “sesudo o aburrido”, o con lo que denomina “entreteperiodismo”, que aunque parece propio de la prensa del corazón también se extiende al campo político: “Es el periodismo dominante en la televisión y en esa categoría está ese periodismo más o menos aficionado que se practica en algunos blogs y en publicaciones digitales que se dedican esencialmente a esparcir rumores, medias verdades o simples mentiras con propósitos espurios”.
EL FENÓMENO FAKE NEWS
Se da la paradoja de que El País tiene hoy más lectores que nunca… pero en su edición digital, que en diciembre alcanzó un récord: cien millones de navegadores únicos, la mitad de ellos en América latina. No es un caso único, lo mismo les ocurre a los periódicos de referencia de todo el mundo. ¿Por qué? Caño opina que puede deberse a ese “entorno azaroso”, que provoca que el ciudadano se sienta desprotegido y acuda a los medios de comunicación que les ofrecen confianza “en busca de pautas, ideas o noticias en las que puedan creer”.
Las fake news, la postverdad, “ese fenómeno que consiste en la difusión masiva a través de las redes sociales de noticias falsas a conciencia de que lo son con el objetivo de la intoxicación o desestabilización política y otras por puro divertimento”, crece imparable gracias a la tecnología “y se calcula que en menos de dos años la mitad de las noticias que consuman los ciudadanos serán falsas, construidas como falsas y distribuidas a conciencia como falsas”.
¿Cómo es posible que se haya llegado a tal aberración? Para el director de El País se debe “al evidente poder que genera el uso de la información, mejor dicho, de la desinformación” y a la receptividad de un público “predispuesto a creer solo la información que satisface sus prejuicios sin comprobar si es verdadera”. Por tanto, considera “imprescindible” que los gobernantes tomen medidas contra este fenómeno y pone sobre nuestros hombros, los de los periodistas, la responsabilidad de combatir el sectarismo: “Nuestra obligación es crear lectores críticos que sepan defenderse de la masiva amenaza que representa la intoxicación política”.
De acuerdo, pero la prensa, incluido El País, se identifica cada vez más con una determinada tendencia ideológica, con la consiguiente pérdida de credibilidad. Caño lo admite, y aunque alega que los medios de comunicación han tenido un papel valioso frente a la corrupción o en el tema de la violencia contra las mujeres, asume que “han deteriorado su imagen por un exceso de sectarismo político”.
EL FUTURO, HOY
A pesar de todas las contradicciones, asegura que el periodismo, que define como pieza fundamental de la democracia liberal, es de nuevo ahora un “instrumento imprescindible” controlar los desmanes de la política y la economía, porque “dejar que fuerzas oscuras impongan sus mentiras ante los ciudadanos indefensos es un camino seguro hacia la tiranía. Sólo la difusión libre de información por profesionales honestos y responsables puede garantizar el acceso de los ciudadanos a la información que necesitan para actuar con libertad en una sociedad democrática”.
Bulos como los que pudieron influir en el resultado de las elecciones que llevaron a Trump a la Casa Blanca han sido distribuidos masivamente a través de Google y Facebook, que son precisamente las plataformas a través de las que se lee la mitad de las noticias de El País. Por tanto, “cualquier cosa que queramos hacer con el periodismo en el futuro tendremos que contar con estas dos grandes compañías”. El País, y otros grandes medios, se han aliado con Google y Facebook para combatir esa práctica, pero –otra paradoja más- esas plataformas son las que les privan del que ha sido su sustento. El 90% de la publicidad contratada con medios de comunicación en 2017 en Estados Unidos fue a parar a Google y Facebook, “y todos los demás se tuvieron que repartir el 10% restante”.
“Dejar que fuerzas oscuras impongan sus mentiras ante los ciudadanos indefensos es un camino seguro hacia la tiranía”.
Caño reconoce que El País, “que fue un gran negocio”, es aún rentable “pero con muy poco margen”, y eso gracias a dolorosos recortes y despidos y a que paga unos sueldos que poco tienen que ver con los que percibían sus profesionales hace diez años. “Todo está siendo probado por los periódicos para sobrevivir: información patrocinada, eventos, donaciones, suscripciones… sin que hayamos encontrado salidas realmente eficaces a nuestra crisis”.
Admite que, como consecuencia de todo ello, “los periódicos somos más débiles, lo que es una buena noticia para la clase política que recela de la proximidad y la vigilancia de los periodistas. Prefieren los medios públicos porque pueden controlarlos”, y pone como ejemplo el papel que, a su juicio, juegan las televisiones públicas, la nacional y las autonómicas, entre las que destaca a la catalana, TV3, a la que acusa, en consonancia con la línea editorial de El País, de estar al servicio de “una élite fanática e irresponsable que ha conducido a los ciudadanos a la división y a la ruina moral y económica”. Añade que la crisis catalana “es el reflejo dramático de la crisis institucional que vive España, sumida en una completa parálisis, dirigida por un gobierno sin ideas, sin rumbo, con unos partidos políticos incapaces de ofrecer alternativas y de negociar el más mínimo acuerdo, sumidos en la mediocridad, con líderes egoístas y menores”.
Vino para hablar del futuro del periodismo, pero no consiguió desvelarlo. Un síntoma de las contradicciones que atenazan y consumen nuestra profesión.
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