Formo parte de una generación que ha disfrutado de muchos privilegios. Una generación que alcanzó sus estudios universitarios e incluso algún máster y posgrado gracias al esfuerzo de nuestros padres, e incluso al esfuerzo de nuestros abuelos.
Todavía me sorprendo cada día al ver el parking de la Universidad Pública de Navarra abarrotado de coches, cuando la mayor parte de mis alumnos se dedican a jornada completa a sus estudios y por tanto no trabajan. Incluso durante estos años de crisis económica, el parking sigue mostrando la misma imagen, y es complicado aparcar a partir de las 10 de la mañana.
Observo durante las comidas familiares a los padres preocupados por la formación de sus hijos, por qué universidad será la más adecuada para su futuro, por realizar sacrificios si es necesario para que sus hijos estudien en el extranjero y dominen así un idioma, o por tratar de conseguir lo mejor, en definitiva, para ellos.
Como resultado, tenemos una generación muy preparada en cuanto a lo teórico. Una generación que puede presumir de dominar idiomas, de haber acudido a la universidad y ser licenciado o graduado, de tener conocimientos informáticos, de cursar postgrados y de disponer de importantes títulos que avalan tales méritos.
Y claro, cuando mi generación accedió al mercado laboral lo hizo por “la puerta grande”. Además, tuvo la suerte de iniciarse en el mercado de trabajo en un momento en el que la tasa de desempleo rondaba el cinco por ciento -una tasa natural de paro- y a la crisis ni se la esperaba. Así, creímos que lo sabemos todo y llegamos dispuestos a comernos el mundo.
En ese contexto, los mayores de las empresas se van acercando a la jubilación y nuestra generación a puestos de responsabilidad.
En esa situación, ¿quién piensa en el relevo generacional? En que los conocimientos y experiencia de esos profesionales no salgan de la empresa con su jubilación. Nadie. Y así lo atestiguan casos como el la antigua Caja Navarra o el sector sanitario público en la Comunidad foral. Y miles de situaciones en pymes anónimas en las que el trabajador se marcha y el día a día sigue sin ser conscientes del conocimiento y de la experiencia que se han perdido.
Y los mayores se marchan con humildad, mientras los jóvenes se incorporan con valentía, e incluso a veces con cierta temeridad, a esos puestos de trabajo.
El relevo generacional se pierde, fundamentalmente porque no se le da importancia. No se consideran necesarios estos conocimientos o esta experiencia, y las nuevas generaciones van resolviendo los problemas “a su manera”, considerando, en muchos casos, que lo hacen mejor incluso que las personas que ocupaban anteriormente estos puestos.
Y llegan los malos tiempos. Esos en los que hay que echar mano de todo. De los conocimientos de la Universidad, pero también de la experiencia y conocimientos pasados… Y se confirman los errores de creer que lo sabíamos todo…
¿Cambiaremos para la próxima?
Amaya Erro
Doctora en Economía y Profesora de la UPNA