Los abuelos de Óscar Huarte, como tantos otros en la dura postguerra, tuvieron que emigrar. Toda la familia, incluido Eduardo, padre de nuestro entrevistado, se instaló en Venezuela, donde Óscar nació y vivió hasta que regresaron: “Lógicamente me considero navarro, mis padres lo son y desde los 9 años vivo en Pamplona. Amo esta tierra y, aunque he tenido oportunidades profesionales para trabajar fuera, esto me tira mucho la verdad”. Estudió primero en los Maristas; después, en la Escuela de Comercio hasta el tercer curso de Empresariales; y los dos siguientes los hizo en Bilbao, concretamente en la facultad de Sarriko de la Universidad del País Vasco. Tras una estancia de seis meses en Irlanda para aprender inglés, completó los dos años del máster en Dirección de Empresas en el IESE de Barcelona, con lo que dio por finalizada su etapa formativa.
Al hablar transmite la misma imagen de sobriedad que la sala donde charlamos. Apenas gesticula y, en todo caso, mueve una mano, la derecha, cuando quiere poner más énfasis en sus palabras. Sin ninguna prisa, nos sigue explicando que su primer trabajo fue en el departamento de Marketing del Grupo Cinfa y que, a continuación, pasó por varias empresas de diversos sectores hasta que, allá por 1995, se vio capacitado para incorporarse a la fábrica que había cofundado Eduardo Huarte.
Para encontrar el origen de la empresa tenemos que regresar a Venezuela, donde el padre de Óscar, junto a un socio portugués, tenía el mayor concesionario de Renault en Caracas. “Ya estábamos en Pamplona, pero mantuvo el negocio durante diez años. Y cada año iba allá 45 días hasta que se lo vendió a su socio y se desenganchó completamente del país”, rememora. Aprovechaba esos viajes para tomar nota de las necesidades de recambios para el automóvil que detectaba en Venezuela y compraba en España y Francia el material, que enviaba por barco. Así, cuando llegaba al país latinoamericano, el contenedor ya se encontraba en el puerto y se dedicaba a vender su contenido.
«Ser empresario tiene su parte positiva y la que no lo es tanto. Requiere mucho esfuerzo y dedicación».
Uno de sus proveedores era Jesús Lizarraga: “Juntos pusieron en marcha, en 1973, un negocio en el que mi padre era el socio capitalista y Lizarraga aportaba el conocimiento del sector del recambio en Navarra. Por eso se llama Lizarte, de Lizarraga y Huarte”. Una casualidad hizo que se dedicaran a la refabricación de direcciones, tras pujar por el material quemado en el incendio del almacén de la fábrica de Authi, en Landaben, ocurrido en 1974. Eran piezas aparentemente inservibles para la chatarra, que revendieron intactas, y un lote de direcciones afectadas por el fuego que Eduardo Huarte, mecánico, fue reparando para comercializarlas. “Las refabricaba. Sus clientes empezaron a pedirles otros modelos. Pero claro, no tenían más. Era una buena oportunidad porque había mucha demanda, así que se fueron a ver el modelo de negocio a una fábrica francesa que refabricaba transmisiones y se lanzaron”, detalla. Así, compraron piezas de desguace con las que montaron direcciones para diferentes marcas y modelos de coches y empezaron a venderlas. Lo mismo hicieron con las bombas para direcciones.
La idea era sencilla: ante una avería irreparable de la dirección, se podía optar por la barata y arriesgada opción de comprar otra en un desguace, sustituirla por una original y cara o escoger la refabricada, con un precio intermedio pero más próximo a la del desguace y una garantía similar a la nueva. No se trataba de diseñar productos, pero cuando les llegaba el mecanismo estropeado tenían que averiguar cómo se había fabricado, cómo repararlo y debían verificar, si una vez refabricado, funcionaba correctamente. Era un proceso que denomina “ingeniería inversa”.
Poco a poco fueron aprendiendo, y Lizarte evolucionó al mismo tiempo que lo hacía el mercado. Hace 50 años, evoca, casi todas las direcciones eran mecánicas; después llegaron las hidráulicas, que también consiguieron refabricar; y ahora empiezan a generalizarse las eléctricas y las electrónicas: “De nuevo hemos tenido que aprender, nadie nos da pistas”. Hoy, su catálogo de direcciones resulta asombroso. “Abarca desde la A de Alfa Romeo hasta la V de Volvo… Todo lo que hay por medio de marcas, modelos y versiones, vehículos de hace 40 años… Todo está ahí y con la misma garantía que el producto nuevo”.
LA TERCERA GENERACIÓN
Regresamos a 2020. Lizarte sigue siendo una empresa familiar, y Óscar Huarte aspira a que continúe así. “Aunque no todo el mundo tiene la vocación de ser empresario porque encierra su parte positiva y la que no lo es tanto. Requiere mucho esfuerzo y dedicación. Somos tres hermanos y, en 2018, llegué a un acuerdo con la familia para quedarme como único dueño de la compañía”. Su objetivo, además de consolidar la fábrica, es preparar su relevo. “Tengo dos hijas de 29 y 30 años. Estoy seguro de que alguna de ellas va a querer seguir con el negocio. Como hice yo, se están formado en otros sectores: una trabaja en el área del ‘marketing’ digital, en una importante consultora de Madrid, y la pequeña en una firma de auditoría. Tienen perfiles muy complementarios si es que deciden trabajar juntas en Lizarte”, analiza. Vamos, que cree en la fórmula de la empresa familiar: “¡Por supuesto!”, afirma con rotundidad pero sin descomponer lo más mínimo el gesto.
«Para mí es un jarro de agua fría que se vaya alguien de la empresa porque encuentra dificultades aquí».
Tiene 59 años, buena salud y, ¿está pensando en la retirada? Lo niega, se permite un leve movimiento de la mano y reflexiona: “Me gusta mucho lo que hago. Soy feliz como empresario que impulsa proyectos y el emprendimiento lo tengo en las venas. Así que mientras el cuerpo y la mente aguanten… Aunque no veo todavía la necesidad de que vengan mis hijas y se pueden formar un poco más, sí pienso en ese relevo. Y, entre otras cosas, por eso contraté el año pasado a Laura Alba, para que vaya cogiendo las riendas de la dirección. Creo que una persona que no sea el padre puede facilitar ese relevo generacional”. Como si nos hubiera leído el pensamiento, añade que “ya se ve que mi visión es a medio y largo plazo, no me gusta que las cosas se hagan de forma precipitada e improvisada”.
Esa confesión da paso a otras. Porque se muestra preocupado ante la escasa vocación emprendedora que percibe en la sociedad. “Vamos a acabar siendo el parque de atracciones de Europa”, augura. Según él, algunos empresarios han contribuido a que la imagen del colectivo no sea la mejor, pero defiende a quienes trabajan con honestidad: “La mayoría no somos así. Somos gente muy cercana con nuestros equipos. Por ejemplo, el mío está muy cohesionado y quiero mantenerlo motivado, unido… Para mí es un jarro de agua fría que se vaya alguien de la empresa porque encuentra dificultades aquí. Creo que el trato que dispenso a mi gente es exquisito”. Para conseguirlo no ejerce de jefe, sino de “líder del equipo”, y predica con el ejemplo. Las 77 personas de la plantilla lo ven en la fábrica “desde las 7, cuando abrimos, hasta que nos marchamos a las 6 de la tarde, excepto la hora y media que me voy a casa a comer y echar una cabezada. Si amas lo que haces, lo que quieres es dedicarle tiempo”.
«No soy de los que tropiezan dos veces en la misma piedra, pero si he tropezado en varias piedras».
La pandemia y el confinamiento obligaron a plantear ERTE sucesivos, pero ahora la producción y almacenes ya están al 100 %. Eso sí, el staff aún se encuentra al 80 %. “Las ventas se están recuperando sorpresivamente antes de lo que pensábamos. Terminaremos por detrás del año pasado, pero es verdad que tenemos buenas perspectivas”, señala sonriente antes de añadir que el término ‘resiliente’ «va como anillo al dedo» a los empresarios. «Nunca he llegado a caer, pero sí he cometido errores. Lo que he hecho es aprender, no volver a tener los mismos. No soy de los que tropiezan dos veces en la misma piedra, pero sí he tropezado en varias piedras», reconoce.
¿Y cómo será la Lizarte que quizás dirijan sus hijas? Vaya pregunta, parece dar a entender con unos leves gestos. “Es que el mundo está cambiando mucho y el sector de la automoción aún más. Quiero explorar líneas de negocio ajenas al recambio, pero ahora mismo no tengo nada porque no tengo tiempo para dedicarme a eso”. Viene el coche eléctrico, que seguirá teniendo dirección… “Ya, pero es que los fabrican tan bien que tienen muy pocas averías. Y si no se estropean, pocos recambios van a necesitar”. En cualquier caso, sostiene que estamos hablando a cuarenta años vista. De modo que mientras tanto, se va dar una transición progresiva en la que seguirá habiendo demanda: “¿Qué pasará después? No lo sé, de ahí mi interés en no tener todos los huevos en una cesta y dar con esa otra línea de negocio”.
FOTÓGRAFO CON EQUIPO CICLISTA
Tenemos que ir terminando, ya hemos dado un repaso a la empresa y volvemos a la persona. Entendemos que es un aficionado al ciclismo porque Lizarte patrocina a un equipo, pero no se considera un amante de la bicicleta. “Es otra carambola de la vida. Hace quince años vino por aquí Manolo Azcona, el director de un equipo que se había quedado sin patrocinadores y los buscaba. No supe decirle nada porque no tenía ninguna relación con ese deporte. ¿Aficionado? Pues en la época de Miguel Induráin como un loco, después más distante. Pero nuestro jefe de Administración, Álvaro Armendáriz, lleva toda su vida vinculado al ciclismo y, cuando le comenté que había estado con Manolo Azcona, me dijo que era una persona con mucho prestigio y que debíamos escucharle”. Acordaron probar un año, aunque la temporada no fue buena porque los mejores corredores se habían marchado a la vista del incierto futuro. “Pese a todo, nos quedó un buen sabor de boca y decidimos continuar otro año, después otro… Y así quince años, hasta ahora”.
«No hay un retorno de la inversión en el equipo ciclista. El retorno es emocional».
Óscar Huarte asegura que “un producto como el nuestro que compran empresas, porque nuestros clientes son los talleres, no se vende más por el hecho de ser patrocinadores deportivos”. Entonces, ¿por qué lo hace? “Porque compartimos valores entre el equipo ciclista y el industrial: trabajo en común, esfuerzo, liderazgo… Y me satisface poder devolver algo de lo que la sociedad nos da cuando compra nuestros productos. Eso me hace sentirme orgulloso de lo que estamos haciendo. No hay un retorno de la inversión, el retorno es emocional. Ver la imagen que tiene Lizarte gracias al ciclismo es de nuestro agrado y la que tiene en el ámbito del ciclismo está por las nubes”. Bueno, pues ahí ya hay un cierto de retorno en forma de imagen de marca… “Ya, pero de eso no se vive”. El equipo ha sido cantera de Movistar y ahora lo es oficialmente de la nueva escuadra profesional Ken Pharma. Numerosos corredores que ahora disputan Vuelta, Giro y Tour empezaron en Lizarte.
Resulta que la gran afición de Óscar Huarte es la fotografía. Ahora se acercan días en los que va a disfrutar con la cámara porque le gusta inmortalizar paisajes y la propia naturaleza, que se viste ya con los colores del otoño. “Estoy siguiendo en Instagram lo que hace gente que ha ido al Pirineo para ver cuándo es el mejor momento. A ver cómo va porque parece que se puede adelantar un poco respecto a otros años. Espero poder escaparme a Urbasa, el nacedero del Urederra, Quinto Real, la Selva de Irati… Y luego, en Huesca, son espectaculares Ordesa y Hecho”. Solo busca disfrutar del viaje y de la fotografía en sí. Y, si es posible, “hacer alguna con la que te quedes contento”. Le ofrecemos la posibilidad de cerrar con algo que no hayamos tenido en cuenta, piensa unos segundos y, con una sonrisa tímida, remata la entrevista: “Sí quiero mencionar a mis padres, mi madre tiene un alzheimer bastante avanzado… Sigo disfrutando de ellos y ojalá pueda ser así durante unos cuantos años más”. Sus palabras nos dejan tocados. Salimos de Lizarte conmovidos.