jueves, 25 abril 2024

Óscar Terol, siempre de buen humor

Hizo carrera invitando a los vascos a burlarse de sí mismos. Casi dos décadas después del estreno de 'Vaya semanita', y tras el final de la quinta y última temporada de 'Allí abajo', Óscar Terol reivindica que el humor debe estar junto a los más débiles y anuncia su intención de contar chistes "más universales". En '¡Por comentarlo!’, su último monólogo, hace un repaso de las últimas desgracias que nos aquejan y se enfrenta al desafío de escuchar cómo suenan las risas contenidas por las mascarillas.


7 noviembre, 2020 - 06:00

Óscar Terol presenta su último monólogo, '¡Por comentarlo!', en la Casa de Cultura de Zizur Mayor. (Foto: cedida)

Óscar Terol (San Sebastián, 1969) hizo carrera como humorista invitando a los vascos a burlarse de sí mismos. Casi dos décadas después del estreno de Vaya semanita en EITB, y tras el final de la quinta y última temporada de Allí abajo, ahora se decanta por contar chistes «más universales», sin renunciar completamente a los regionalismos. En ¡Por comentarlo!, su último monólogo, hace un repaso de las últimas desgracias asociadas a la pandemia que nos aquejan y se enfrenta al desafío de escuchar cómo suenan las risas contenidas por mascarillas. Lo presenta en la Casa de Cultura de Zizur Mayor, un sitio por el que ha atravesado «doscientas mil veces» para visitar el pueblo de su abuela navarra.

¿Es más difícil que nunca hacer humor?

No, siempre ha sido difícil. Depende de la habilidad y del cariño con el que lo hagas. A nivel general, lo políticamente correcto, a lo que yo llamaría simplemente miedo, provoca que la gente oculte lo que piensa y no arriesgue. Personalmente no me afecta. Mantengo mi línea y digo lo que quiero, siempre desde el respeto hacia el otro.

«Hacer humor siempre ha sido difícil. Depende de la habilidad y del cariño con el que lo hagas».

Se río el terrorismo de ETA y ahora se ríe del coronavirus. ¿Ha cambiado la manera en la que trata estos temas?   

Es lo mismo. Siempre busco la complicidad con el público. Intento conectar con esa parte que no se cree todo lo que dicen los medios, que tiene un pensamiento crítico, que vive día a día sus pequeñas grandezas y miserias. Independientemente de que el problema se llame ETA o coronavirus, siempre va a haber algo que nos esté haciendo daño. Hay que apelar a la humanidad y ayudar a la gente a ser feliz.

Me da igual el momento, el humor es el mismo porque soy yo. En Vaya semanita formaba parte de un equipo de varias personas en el que era uno más. Ahora estoy solo y puedo ser más yo en esencia. No dependo de nadie. Si a la gente no le gusta, pues no se ríe y no me contratan. El público me va diciendo hasta qué punto puedo llegar.

Alguna línea roja que no cruce.

No me gusta el humor que va como un dardo envenenado contra un partido político o una institución. En este campo, que considero que es propiedad de todos, tienes que estar siempre del lado del que sufre, del que no tiene. Jamás voy a hacer un humor en el que deje bien a los bancos o a las empresas farmacéuticas. En cambio, siempre me acordaré del pobre ciudadano que no puede pagar la hipoteca. El humor tiene que tener algo de revolucionario, en el sentido de que debe ayudar a las personas más desfavorecidas.

Intento equilibrar lo que ya nos viene dado por el sistema en el que vivimos para que la gente sepa que tiene un superpoder. Si tienes sentido del humor, puedes relativizar tus problemas y vencer a tus enemigos.

«Siempre estoy del lado del que sufre. Jamás voy a dejar bien a los bancos o a las empresas farmacéuticas».

¿Es malo reírse de los débiles?

No soy partidario de hacer eslóganes diciendo lo que está bien y lo que no. Pero creo que quien intenta machacar o pisotear al débil se convierte en un tirano, en un dictador, en una mala persona. No es algo que afecte solo al humor, sino a la vida en general.

¿Qué tal lleva actuar en un espacio con el 30 % del aforo?

Es complicadísimo. Hace poco hice una actuación en un pueblo de Vizcaya en el que incluso a las parejas les separaban entre cuatro butacas. O sea, venían juntas de dormir en la misma cama y tenían que sentarse a un metro de distancia. Es más difícil que se produzca la complicidad en el humor de esta manera. Las mascarillas tampoco ayudan: una persona que sonríe te está anunciando que se quiere reír y así tú fuerzas un poquito más.

También es cierto que, en estas circunstancias, la gente agradece muchísimo el humor, porque nadie está contando cosas bonitas. Pones la tele y todo son amenazas, desgracias, miedos y catástrofes. Al inicio todo el mundo está un poco asustado, pero luego el espectáculo va ganando fuerza y acaba siendo una fiesta.

En estos últimos meses han surgido voces en toda España que piden que no se “criminalice” al sector cultural. ¿Comparte esta idea?

Como ciudadanos, nos están responsabilizando de algo de lo que no somos culpables. Hemos obedecido las normas. Creo que se han implementado demasiadas restricciones en el aforo. Ahora existe un abuso de información negativa, por lo que el acto cultural es necesario para subir el ánimo de la población y para que la gente no entre en una tristeza crónica. La cultura te recuerda que perteneces a la humanidad, que merece la pena vivir. Se deberían permitir todos los actos culturales, siempre que se cumplan las medidas de seguridad.

«El acto cultural es necesario para que la gente no entre en una tristeza crónica».

Participó en la creación, en el reparto y en la elaboración del guión de Allí abajo. Ocho apellidos vascos, con una trama similar, ha sido una de las películas más taquilleras en la historia del cine español. ¿Está agotada la narrativa que resalta la diferencia entre lo vasco con lo andaluz?

Ya me parecía que podía estar agotada cuando me encargaron que diseñara la serie, pero la vida luego te sorprende, porque eso lo decide el público. No me apetecería volver a darle vueltas a ese tema, sería reiterativo. En estas actuaciones no uso ninguna referencia de Allí abajo ni de Vaya semanita, intento avanzar. Han sido unos años de mi vida muy bonitos, pero prefiero mirar hacia algo que nos una y nos afecte a todos, en lugar de estar resaltando si soy vasco, andaluz o chino. Me seduce más ese tipo de humor. Quiero hacer algo más universal, que no solo haga gracia aquí.

Aun así, el espectáculo siempre está abierto y tiene un margen para la improvisación. Intento tener un detalle con cada pueblo que visito. En Zizur, por ejemplo, haré algo que solo pueda ser entendido allí. A eso le llamo humor a encargo, es como contarle un chiste a tu pareja.

«Ahora prefiero mirar hacia algo que nos una y nos afecte a todos, en lugar de estar resaltando si soy vasco, andaluz o chino».

¿Le molesta que lo recuerden como Óscar Terol, el de Vaya semanita?

Al contrario, es un orgullo. Fue una de las épocas más bonitas de mi vida profesional. Quiero evolucionar, pero no anular lo anterior. No me quiero quedar encasillado, pero tampoco reniego de nada.

Si me van a recordar por algo, que sea por eso, porque fue muy importante. Además, soy consciente de que el público es el que manda.

En ¡Por Comentarlo! no solo cuenta chistes, sino que también explota una faceta musical que, si no me equivoco, es nueva.

Yo soy músico en privado, nunca lo había explotado profesionalmente. Ahora he decidido incorporarlo al espectáculo con algunas canciones compuestas por mí, que interpreto cantando y tocando la guitarra.  Es una novedad, pero por ahora la gente no me tira tomates. Incluso aplauden y corean, así que no debo de afinar mal.

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