Francisco Javier Agara, de 68 años, ultima los detalles necesarios para la liquidación de su armería, la centenaria Agara Armadenda, ubicada en Bera. Acaba de dejar cien cartuchos en una fábrica de municiones que datan de 1938. Los adquirió su abuelo pensando que era la “reminga”.
“Nicanor Alzuguren Larrache, mayor de edad, casado y vecino de Bera (Navarra), donde con fecha de hoy (7 de abril de 1923) y bajo el número 10 de orden le ha sido expedida su cédula personal en virtud de autorización que le fue concedida por la Dirección General del Timbre. Comunicada por la Delegación de Hacienda de Navarra, estableció en esta villa una expendeduría de géneros explosivos, adquiriendo entonces con destino a la misma alguna cantidad de pólvora y cartuchos cargados para escopeta, fusil, carabina, pistola, revólver y pistones de recambio de escopetas…”. Así comienza la historia de un próspero negocio familiar que, tras cien años, cesará la actividad de la armería para continuar únicamente con su línea de ropa deportiva.
“Tengo constancia de mi primera venta como propietario del negocio en el año 69”
En sus inicios, el abuelo de Francisco Javier abrió en la localidad una tienda de ultramarinos regentada por su mujer Puri, a la que llamaron Puri enea.
El negocio fue evolucionando hasta combinar la venta de alimentos con la distribución de artículos de caza y pesca y los arreglos de armas. Gracias a la afición que Nicanor Alzuguren tenía por la caza y a su visión empresarial, inició el proyecto que después mantendrían otras tres generaciones. “Mi madre me solía contar cómo, cuando era pequeña, recargaban cartuchos en casa. Ella era la mayor de tres hermanas y, tras la muerte de sus padres, se quedó con el negocio”, detalla. Así, de padre a hija y de madre a hijo, la empresa llegó a manos de Francisco Javier con tan solo 14 años.
Entonces tuvo que dejar los estudios que cursaba en Irún para atender la tienda. Al ser el mayor de cuatro hermanos, ayudó y trabajó con su madre hasta que esta también falleció un lustro después. Fue en ese momento, recién regresado del servicio militar, cuando se quedó solo al frente de la empresa.
Él y su hermana menor, Garbiñe, mantuvieron la misma línea de negocio que había comenzado su familia años atrás. Por un lado, ella se hizo cargo de la tienda de ultramarinos, mientras que Francisco Javier se hizo cargo de la armería y la venta de productos de caza y pesca, que bautizó como Agara Armadenda. “Tengo constancia de mi primera venta como propietario del negocio en el año 69”, evoca.
“Tengo piezas y recambios que no se encuentran en España. Este es mi tesoro y me he preocupado de guardarlo”
En los años 90, Francisco Javier y su mujer, Mari Paz Martínez (de 65 años), dieron un paso más y ampliaron el negocio con la venta de ropa deportiva. “Yo estaba más en la sección de caza y pesca y en el taller de reparación de armas, y ella en deportes. Pero una vez coges la dinámica, lo mismo yo vendía zapatillas que ella cartuchos”.
Gracias a décadas de experiencia, Francisco Javier es capaz de desmontar una escopeta en lo que dura un estornudo. Incluso guarda “piezas y recambios que no tiene nadie en toda España”. “Este es mi tesoro y me he preocupado de guardarlo”, afirma en la trastienda, donde está su taller y vive rodeado de cajones llenos de repuestos y herramientas. “Esto me da vida. Seguiré viniendo hasta que no pueda hacerlo”, confiesa acto seguido.
RELEVO GENERACIONAL
A punto de celebrar un siglo de vida, el matrimonio pone fin al negocio como existía hasta ahora. Pero gracias al relevo de su sobrina, Loli Seoane, de 46 años, cobrará una nueva vida bajo el nombre de Aloa Kirolak. A partir de ahora, se centrará únicamente en la venta de ropa deportiva. “Lo ha cogido con ilusión y le estamos trasladando todo nuestro conocimiento. Nuestros hijos, Mikel e Izaskun, han tomado rumbos diferentes y no seguirán nuestros pasos”, añade Francisco Javier.
A su lado, Loli comenta que decidió embarcarse en esta aventura tras haberse quedado en paro y haber visto en la jubilación de sus tíos una oportunidad de negocio que, “a priori, funciona”. Tras renovar el local, Aloa Kirolak vio la luz hace apenas dos meses, aunque el comercio aún conserva su antigua señalética. “Es un negocio que iba bien. En Bera, el tema del deporte se lleva bastante. Es más, aunque no lo practiques se viste mucho con ropa de este estilo”, constata la nueva propietaria.
Quizá por ello, en la localidad conviven “desde siempre” dos tiendas especializadas en este segmento. Y Loli confía en que ambas continúen funcionando muchos años más: “Si han vivido antes, podemos seguir viviendo las dos ahora”. Además, son muchas las personas de la zona que acuden a estos negocios en busca de las ventajas que ofrece el comercio local.
“En Bera, el tema del deporte se lleva bastante. Es más, aunque no lo practiques se viste mucho con ropa de este estilo”
Loli está entusiasmada con su nuevo proyecto, pero al mismo tiempo se muestra realista ante la inestabilidad del mundo actual. “Lo hago lo mejor que puedo y me involucro, pero la situación es tan cambiante que nunca se sabe. Por mucho que te esfuerces, los factores externos influyen. Me centro en el día a día y lo que tenga que ser será”, analiza.
Entre tanto, el hasta ahora propietario quiere terminar de comercializar el stock de la armería y jubilarse: “Llevar una armería requiere de muchas inspecciones, papeles y registros muy estrictos. Es complicado. Así que hay que deshacerse de todo el material para poder cerrar. Tengo que liquidar absolutamente todo. No es como vender unas zapatillas, que eliges, te las pruebas, pagas y te vas. Aquí no valen fallos, vendrán a realizar una inspección, harán un acta y todo quedará a cero”, especifica Agara.
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