Sara Velázquez vivió en Beasain hasta los 14 años, cuando toda su familia se trasladó a Pamplona porque su padre, arquitecto como ella, tenía muchos proyectos en Navarra. Le costó salir de un pueblo del que, ya fuera, recordaba “los caseríos, la vida rural, la leche que nos traían todas las mañanas a casa y la recogida de la manzana”, pero no la dureza de su urbanismo industrial. Un Beasain idealizado. “Y eso que salí en aquellos años tan oscuros del terrorismo de ETA, con un ambiente superhostil. Pero el paisaje de mi niñez era ese verdor y no tenía nada que ver con los trigales, el sol y la llanura de la Cuenca de Pamplona”. Tanto es así que, hace doce años, Sara y su familia alquilaron una casa “vieja, pero vieja” en Baztan porque “necesitaba estar en un sitio parecido a mi Beasain”. Eso sí, hoy se muestra “encantada” de vivir en Pamplona, añade riéndose.
“En Guipúzcoa teníamos una casa con la vivienda abajo y el estudio de mi padre encima. Y subíamos a robarle los Rotring, las reglas, las cosas que tenía por allí y nos gustaban. Así que supongo que la elección de esta profesión fue algo natural”, rememora. Le tentó “alguna ingeniería rara, la naval por ejemplo, pero luego recapacitas y te preguntas qué vas a hacer en Pamplona con eso”. Por eso terminó yendo “a lo práctico”, en una ciudad que tenía una prestigiosa escuela de Arquitectura y adentrándose en una profesión “con la que sabía que podía ganarme la vida”. Tras unos instantes de silencio, comenta que cree tener “una cabeza de arquitecta, pero con mucho de ingeniera”.
“Creo que tengo una cabeza de arquitecta, pero con mucho de ingeniera”.
El caso es que ejerce en VArquitectos, un estudio fundado por su padre, Germán, y del que también forman parte su hermano, que se llama como su progenitor, y la arquitecta Silvia Mingarro.
“Nunca me había planteado si iba a trabajar con mi padre. Pero cuando acabé la carrera, en 1998, él tenía un pico de encargos y me dijo que si no me quedaba iba a tener que contratar a alguien… ¡Y hasta hoy!”. Admite que le hubiera gustado “salir un poco fuera y ver algo más de mundo, pero coincidió así”. También influyó en su decisión el hecho de que ya había creado un proyecto de vida con su marido, Juan Frommknecht, abogado y exconcejal de UPN en Pamplona: “Nos casamos el año en que entregué el proyecto de fin de carrera”, evoca. Hoy tienen dos hijas y un hijo. ¿Y cómo lleva la conciliación? “Como puedo. Ja, ja, ja. Cuando nació mi tercer hijo, me solté la melena y estuve un mes de baja maternal. Ha sido la baja más larga que he tenido en veintidós años de profesión. Eran otros tiempos, no como ahora, que todo el mundo entiende que está mal no cogerte una baja maternal. Entonces era al revés”.
Mira hacia atrás y ve “los trompazos” de los que se ha librado por tener a su padre al lado. “No es que fuera paternalista, pero te daba seguridad”, atestigua. De él ha aprendido la autoexigencia y “hacer las cosas las veces que sea necesario hasta estar convencida de que están bien”. Al fin y al cabo, “cuando plantas un edificio va a estar ahí para 75 años, y una semana más de trabajo en el proyecto, que no es nada, te evita que cuando pases luego por delante sientas ese disgusto de saber que tal cosa tenías que haberla hecho de otra manera”.
“Hago las cosas hasta quedar convencida. Al fin y al cabo, cuando plantas un edificio va a estar ahí para 75 años”.
FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE
Sara nos sorprende cuando, al preguntarle por qué se ha especializado en proyectos de viviendas pasivas y energéticamente eficientes, responde hablando de la influencia que ejercieron en ella los programas de Félix Rodríguez de la Fuente: “Cuando se mató, lloré muchísimo”. Resulta que el creador de ‘El hombre y la tierra’ despertó en ella una conciencia medioambiental que, más adelante, le llevó a hacer cursos de arquitectura “en simbiosis con la naturaleza, teniendo en cuenta la orientación para aprovechar el calor y cosas así”. “¿Qué pasaba? Pues que chocabas con la realidad. Hemos hecho muchísimas viviendas para promotores privados que podían decirte ‘¡a mí qué me cuentas de que este material es más sano o más respetuoso con el medio ambiente, quiero números!'”, apunta.
Pero con la llegada del estándar Passivhaus, vio una puerta para desarrollar los proyectos que realmente deseaba. Y con cifras, tal y como le pedían. “Podías decir: ‘El edificio, por hacerlo Passivhaus, te va a costar como un 10 % más, pero en cada piso vas a ahorrar en calefacción de 600 a 800 euros al año si lo comparas con una casa calificada energéticamente D, cualquiera de Iturrama por ejemplo’. Eso le interesa al comprador y, por lo tanto, al promotor”. La arquitecta subraya que este estándar permite diseñar edificios más eficientes: “No tiene nada que ver con la sostenibilidad ni los materiales que uses”.
De hecho, es el sistema más riguroso del mercado. “Entramos por ahí y te vas enganchando porque ¡buah, es una pasada!”, exclama con entusiasmo Sara, quien pone como ejemplo su proyecto de la Torre de Bolueta, en Bilbao, la edificación Passivhaus más alta del mundo: “Tendría una calificación energética bastante buena, una B. Pero siendo Passivhaus, el edificio ahorra cada año 257 toneladas de CO2, que es como dejar 257 coches en el garaje todo el año. Y multiplícalo por los 75 años de vida útil del edificio”.
“Eres más respetuosa con el medio ambiente con la eficiencia que con el uso de materiales renovables”.
Vale, pero si no tiene nada que ver con la sostenibilidad, ¿dónde quedan los ideales de Rodríguez de la Fuente? Se ríe y reconoce que, en un principio, se imaginaba proyectando “casas de paja, con paredes de un metro de ancho y usando solo madera”. “Pero es que eres más respetuoso con el medio ambiente con la eficiencia que con el uso de materiales renovables”, apostilla. No obstante, muestra su honda preocupación por la degradación medioambiental del planeta y concluye con la advertencia de que “ya no estamos para construir nada que sea mínimamente ineficiente”.
Con el paso del tiempo, se ha convertido en una autoridad en la materia. De hecho, es la primera y única persona en España que ha logrado convertirse al mismo tiempo en certificadora de los dos sistemas más importantes en esta materia: Passivhaus y Breeam. “Hice los cursos para estar más preparada”, dice restando importancia a sus logros. Estos estándares buscan, respectivamente, la eficiencia energética y el bienestar físico y emocional de los inquilinos de un edificio. Objetivos que no parecen incompatibles. Por eso, nos atrevemos a opinar que quizás lo ideal sería una vivienda que reuniese ambas características. Y, aunque nos da la razón, acto seguido puntualiza que, para ella, “la construcción perfecta efectivamente tiene que tener la eficiencia y el respeto a la salud de las personas, pero también el respeto a la naturaleza”. Una forma de entender la arquitectura que el estudio VArquitectos trata de hacer realidad en proyectos como el edificio de Ciencias de la Salud de la UPNA, que diseña conjuntamente con Bryaxis: “Va más allá del Passivhaus. No es que gaste poquísima energía, sino que va a producir más de la que consume, tal y como figuraba en las bases. ¡Chapeau para el Gobierno de Navarra!”.
“La construcción perfecta tiene que tener la eficiencia y el respeto a la salud de las personas, pero también el respeto a la naturaleza”.
Eso sí, niega que esta tendencia sea una moda. “En Alemania llevan con el Passivhaus desde hace 30 años”. Aunque, al mismo tiempo, señala que “solo la gente del mundillo” se interesó por el primer edificio Passivhaus de Pamplona, proyectado por su estudio en el Soto de Lezkairu y que también era el primero residencial colectivo de esta clase en España.
Afortunadamente, cada vez son más los compradores que buscan este tipo de construcción: “El Passivhaus ya empieza a vender y a tener demanda”. El problema es que el parque de viviendas edificado hasta ahora no es eficiente, de ahí que la arquitecta ponga cara de circunstancias. Sara critica que, de los 19 millones de residencias habituales que hay en España, solo un 10 % cuentan con la calificación A o B, mientras una directiva europea reclama que reduzcamos las emisiones un 90 % respecto a las de 1990. Es decir, hay 17 millones de viviendas por rehabilitar, por lo que “solo con ayudas de las administraciones” podrá afrontarse una empresa de tal magnitud.
LAS CASAS DEL CONFINAMIENTO
El confinamiento hizo que balcones y terrazas cobraran una gran importancia por aquello de sentir que estabas al aire libre. ¿Eso se va a trasladar a futuros proyectos de vivienda urbana? Según la arquitecta, es posible que así suceda, básicamente porque lo pedirá el comprador. Y también está la opción de la rehabilitación para mejorar nuestras casas, aunque Sara no oculta sus dudas: “Desde el confinamiento, nos ha llamado gente para construirse una vivienda unifamiliar en los alrededores de Pamplona, que era una tendencia que casi había desaparecido porque, en una ciudad tan pequeña, en la que la mayoría de las parejas trabajan, eso supone estar los dos esclavos del coche. De modo que es una opción de vida superineficiente energéticamente. Una casa así tiene mucha más pérdida de energía que un piso. Entiendo el ansia de la gente por irse al campo y sentir el aire libre, pero me da pena porque va a ser un retroceso. Por favor, otra fiebre urbanizadora no, repoblar lo que ya está construido y aprovecharlo, sí”. El consuelo es que, debido a la actual situación económica, tampoco parece que ese cambio vaya a convertirse en una tendencia generalizada.
“Por favor, otra fiebre urbanizadora no, repoblar lo que ya está construido y aprovecharlo, sí”.
Para que nos quedemos tranquilos, asegura que en Navarra se proyecta y se construye muy bien, tal vez por contar con una escuela de Arquitectura que nutre a la región de buenos profesionales y por la colaboración entre colegas. “Por ejemplo, en el concurso para el edificio de la UPNA íbamos con otro estudio, Bryaxis. También llamas a quien sea para pasarle un encargo cuando no vas a poder atenderlo o para cosas menores como preguntarle ciertas dudas. Hoy por ti, mañana por mí”. ¿Sucede lo mismo en otros lugares? “¡Qué va, se ven cosas… terribles!”, exclama elevando las manos. En su caso, su compromiso le llevó a ser miembro de la junta del Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro. “Nos da mucho y qué menos que ayudar un poco”. Además, los profesionales jóvenes, tal y como hemos podido comprobar, recurren a ella buscando consejo. “Los escaladores nos dan el ejemplo. Para subir, ponen clavijas que se quedan ahí para que las utilice el siguiente”, sentencia.
Pero su afable carácter le lleva a ser comprensiva con quienes no muestran esa camaradería. “Es que la profesión está en la miseria: los honorarios, las bajas que hay en los concursos… El Tribunal de la Competencia ya estableció hace años que no puede haber unas tarifas, ni siquiera de mínimos. La gente sabe más o menos lo que le cuesta trabajar, pero siempre puede haber un estudio que diga ‘mira, o voy al ERE o hago una bajada brutal en este concurso y, aunque sé que estoy por debajo de precio, igual tapo mis agujeros con lo que gano’. Esa miseria va a acabar con nuestra profesión, ya que un día es uno, otro es otro…”.
Nos disponemos a irnos, un tanto acongojados. Y Sara Velázquez debe sentirlo porque notamos que exhibe, debajo de la mascarilla, la mejor de sus sonrisas. Entonces lanza un comentario, que nos deja razonablemente reconciliados con el mundo: “Bueno, son mis inquietudes, no tiene por qué ocurrir eso” .