Desde que el mundo es mundo, lo que comúnmente conocemos como verano siempre se ha definido por varios factores, en muchas ocasiones, innegociables. El primero de ellos tiene que ver con el centro de nuestro día a día, que cambia radicalmente. Dejamos atrás los espacios cerrados representados por nuestros trabajos, casas o colegios y los sustituimos por otros abiertos, incluso inabarcables, como el horizonte o la playa.
El segundo aspecto propio del verano tiene que ver con cómo medimos el tiempo. De nuevo, la transformación es radical en la medida en que dejamos atrás horarios y agendas por la libertad que supone, sobre el papel, la posibilidad de disfrutar del momento sin mirar el reloj, ni tener prisa por nada. Por último, la ecuación del verano hasta ahora reclamaba como imprescindible la presencia obligatoria del sol y, con él, del calor. Mucho calor… Cuanto más mejor.
Bueno pues la realidad es que los gustos, queramos o no, no son siempre los mismos. Y lo que parece una condición sine qua non de lo que entendemos como verano, ha cedido su puesto de privilegio a otras alternativas. Porque del mismo modo que hace no mucho se puso de moda la expresión ‘otro mundo es posible’, podemos afirmar que hay una tendencia al alza que defiende la opción de que ‘otro verano es posible’ viajando hacia el frío.
De ahí que todos aquellos que, ya sea por probar algo distinto o que se suman convencidos a esta corriente, la vinculan a destinos donde se pueden hacer múltiples actividades al aire libre, donde no hay límites de tiempo pero que, sin embargo, exigen al turista de turno que incorpore a su bolso de viaje un buen abrigo. ¿Cuáles son algunos de esos otros destinos ajenos a la chicharra?
Escocia. Acudiendo a mi experiencia personal, las opciones que planteo son tres. En agosto, en la ‘neoclásica’ Edimburgo tenemos el festival que convierte sus calles en el mayor escenario de arte y cultura al aire libre en el norte de Europa así como el ‘Edinburgh Military Tatto’, un desfile de tropas que, gracias a la vistosidad de las unidades coloniales (zulúes, canadienses, hindúes,…), nos retrotrae al momento de mayor apogeo del Imperio Británico.
La alternativa es la industrial, urbanita y comercial Glasgow o, si nos imbuimos en el espíritu indomable de William Wallace, las Highlands con paradas obligatorias en Iverness, Fort Williams y, ¡cómo no! el mítico Loch Ness que constituye una de las mayores reservas de agua potable del Viejo Continente y donde, con un poco de suerte, podemos encontrarnos de bruces con el mítico monstruo ‘Nessie’.
En Islandia, por su parte, el plan que se nos ofrece tampoco es malo: visitar pueblos vikingos originales (nada de imitaciones) y volcanes de nombres impronunciables y todo a una envidiable temperatura que, en ningún caso, superará los 25 grados. Famosa por sus espectaculares paisajes, si decidimos conocerla aprovechando nuestro veraneo podremos decidir si queremos ir a visitar ballenas en el norte de la isla o, por el contrario, disfrutarla a lomos de un caballo para terminar en el Lago Mývath, de una belleza increíble, o de relax en la Laguna Azul o Blue Lagoon, balneario geotérmico de aguas azul turquesa situado en un campo de lava a las afueras de la capital, donde bañarse con una copa de prosecco en la mano se convierte en un placer.
Precisamente, Reykjavik se plantea como la mejora alternativa posible para aquellos que busquen algo más que paisajes y naturaleza gracias a la oferta de restaurantes de calidad y la rica e intensa vida nocturna que ofrece. Sin olvidarnos que, al estar tan cerca del Polo, se puede finalizar el tour disfrutando al máximo de un espectáculo tan atractivo como contemplar en primera persona las auroras boreales, algo que forma parte de la lista de deseos de muchos de los que acuden a Islandia (aunque para ello tendrán que volver en invierno).
Siguiendo con los ambientes fresquitos, y sin querer salirnos del área de influencia del Viejo Continente, tendremos que reconocer que Letonia y su capital, Riga, se han convertido en uno de esos destinos estrella que, de un tiempo a esta parte, atrae a una cantidad cada vez más importante de viajeros y turistas. ¿Por qué? ¿Tal vez porque resulta el sitio ideal al que acudir solo, en pareja o con la familia? Seguramente, pero aún hay más.
Por ejemplo, de la citada Riga sobresale su zona medieval conocida como ‘Vecriga’ así como la zona de ‘Centrs’ en la que se concentran numerosos edificios de estilo Art Nouveau perfectamente conservados dentro de unas calles que, en verano, rebosan alegría y, sobre todo, muchas oportunidades para todos aquellos que sean unos apasionados de las compras y los regalos. Más allá de la capital, es recomendable acercarse a Sigulda, la conocida como ‘la Suiza de Letonia’; los acantilados y cuevas que ofrece a los amantes de la espeleología el Parque Nacional del Gauja sin olvidarnos de los castillos y las cales empedradas de Cesis, uno de los pueblos más antiguos del país.
Para finalizar nuestro ‘viaje al frío’, ¡qué menos que recordar que mientras en el norte disfrutamos del verano, el cono sur está en pleno invierno con la ventaja que eso supone para poder re-visitar Chile, Uruguay o la mítica estación de esquí de Bariloche, en Argentina! Localizada en la Patagonia (nos podemos acercar a ver el glaciar Perito Moreno), se puede ‘disfrutar’ entre junio y julio de una temperatura promedio que va desde los -20 hasta los 10 grados, ideal para llevar a cabo todas las actividades que uno se le ocurran vinculadas al contacto con la naturaleza.
A la vista de estas propuestas, queda en nuestras manos plantearnos ser protagonistas de un verano ‘distinto’. No obstante, aquí habría que recordar la frase de nuestro contemporáneo Miguel de la Cuadra Salcedo cuando expresó aquello de: “La mayor y más emocionante expedición que podemos realizar es hacia dentro de uno mismo”. ¡Muy bien expresado! ¿verdad que sí?