“Conocí el remonte gracias a un anuncio del periódico que me enseñó mi madre. Al principio pensé que era cesta punta, tal y como le pasa a mucha gente. Pero cuando vi que era diferente, me resultó tan atractivo que me animé a probarlo”, rememora el exremontista profesional Aritz Garcés, de 38 años, para Capital Sport.
Empezó a jugar cuando tenía trece años. Y aunque lleva vinculado desde entonces a esta disciplina, en la que ha destacado como zaguero, lo que más le llamó la atención desde el principio fue el proceso de elaboración de las cestas: “Un día, cuando iba a entrenar, decidí preguntar si podía aprender a hacer estas herramientas. Me dijeron que sí, e incluso me propusieron poder ir a trabajar con ellos”.
Por aquel entonces, Garcés jugaba a remonte en el frontón Galarreta (Hernani). Y, durante aquella etapa, comenzó a ayudar al cestero del frontón. “Al principio, sobre todo, las cosía. Es decir, les ponía el plástico que las recubre por el exterior una vez estaba hecha la estructura”, detalla. Una labor que el navarro desarrolló durante tres años en la empresa guipuzcoana Oriamendi 2010.
“Mi trabajo se centra en hacer cestas desde cero y en reparar las estropeadas de las escuelas que tiene la Fundación Remonte”
En 2020, justo antes de la pandemia, nació una nueva empresa de remonte en Navarra, bautizada con el nombre de e-REMONTE Beti Euskal Jai. Gracias a este proyecto, a Garcés se le presentó una doble oportunidad.
“Además de jugar con ellos como zaguero, comencé a elaborar las cestas para los pelotaris que compiten en la Comunidad foral. Mi trabajo se centra en hacer cestas desde cero y en reparar las estropeadas de las escuelas que tiene la Fundación Remonte“, concreta.
Hoy es el único cestero de Navarra en activo y, entre sus creaciones, recuerda una cesta que se quedó el remontista navarro Otano. Hasta hoy, es la que más pena le ha dado entregar. “Me salió perfecta, me costó quitármela. Creo que es la que mejor me ha quedado hasta hoy y, además, la hice en tiempo récord”, explica orgulloso.
EL PROCESO DE ELABORACIÓN
La fabricación de las cestas es completamente artesanal. Cada una le suele llevar entre treinta y 35 horas de trabajo y suele terminarla en una semana. Una labor que compagina con su trabajo en la Cooperativa de Hostelería de Navarra: “Es una jornada de casi ocho horas diarias a la semana, pero no es una ciencia exacta. La rapidez del proceso también depende de la plasticidad de la madera y de cómo sea de manejable”.
Primero, Garcés da forma a lo que él llama “el alma de la cesta” o aro, es decir, la estructura que la perfila. “Esta parte rodea la cesta y está formada por los cantos laterales y la parte frontal que componen los bordes de la herramienta. Está hecha de fibra de vidrio y resina”, indica.
A continuación, va incorporando unos palos de madera moldeable, conocidos como “costillas”, que tienen forma de gancho y por los que rueda la pelota: “Son las varas de madrera que le dan la consistencia y la largura”. En este sentido, pueden medir hasta 1,10 metros, pero se doblan para conseguir esa forma cóncava tan característica de la herramienta. “Es madera de ratán. Y se usa porque absorbe muy bien los impactos, es moldeable y muy difícil de partir. Además, le pongo unos refuerzos para que amortigüen todavía más el golpe”, agrega. Así, la pelota alcanza una velocidad de entre 150 y 179 kilómetros hora.
Acto seguido, las maderas se unen con un plástico. Una labor que recibe el nombre de “coser la cesta”. “Ese tejido lleva unos cien metros de plástico, es del estilo al de embalar palés. Antiguamente se cosían con mimbre, de modo que en tres partidos tenían que cambiar de cesta. No era nada resistente”, evoca.
Después de terminar el tejido se acopla el guante, en el que los pelotaris introducen la mano para jugar. “Es de cuero y se cose con una aguja especial e hilo encerado. Suelo usar un dedal de zapatero para hacerlo”. Así, el pelotari tiene su mano inmovilizada en el interior y se ata la cesta con una cuerda de tela.
Por último, se pone un refuerzo en la muñeca, también de este tejido: “Y se recubre la punta de la cesta con mimbre para sellarla”. Una vez terminada, la herramienta pesan 350 y 400 gramos. “Pueden llegar a durar un año. Normalmente, se tienen entre dos y tres y cada una puede costar cerca de 550 euros”, remata.
“Pueden llegar a durar un año. De normal, se tienen entre dos y tres y cada una puede costar cerca de 550 euros”
Los frontones en los que se practica el remonte son más largos que los de pelota mano. Concretamente, tienen 54 metros desde el frontis hasta la pared trasera: “Necesitan más espacio porque la pelota va muy rápido. Esa longitud sirve para que el pelotari tenga más tiempo de reacción. La cesta del zaguero es diferente a la del delantero. El zaguero necesita una con más largura, que le ayude a generar más potencia y velocidad. El delantero necesita ligereza y menos envergadura”.
Aunque a Garcés le gustaría que hubiera más cesteros, su verdadera preocupación es la continuidad de la disciplina. “Es más que un deporte, es cultura. Y cuidarlo es clave para que todo lo demás también continúe. Creo que este deporte se tiene que reinventar y que, entre otras cosas, necesita más visibilidad en las redes sociales”.
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