Javier Díaz comienza una nueva jornada en el establecimiento que regenta en Orbara junto a su mujer, Sara Navarro. Atrás han quedado los días en los que camperizaba furgonetas en San Adrián. Ahora dedica su tiempo a llevar los sabores de la Ribera navarra a los habitantes de la Montaña. «He pasado de un sector que iba viento en popa a otro que iba para abajo», comenta a Navarra Capital en tono jocoso.
Las puertas de Iratiko Eskola taberna se abrieron a principios del verano de 2020 y, desde entonces, los dos vecinos de San Adrián sirven platos de alcachofas por doquier. Díaz tomó la drástica decisión de cambiar el rumbo de su vida «por motivos de salud». En concreto, tenía la espalda «fastidiada», lo que le impedía seguir en su anterior trabajo. «Cerré el negocio y allí tengo todavía la casa», narra. Un año después, no se arrepiente del cambio porque él, su mujer y su hijo están felices en Orbara, una localidad de solo 36 habitantes. «Nos han acogido muy bien», agradece.
Javier Díaz: «Cerré mi negocio de camperización de furgonetas por problemas de salud y pasé de un sector que iba viento en popa a otro que iba para abajo».
Recalaron allí «por pura casualidad». Con la vista puesta en empezar de cero, la familia de San Adrián primero probó suerte en otro municipio. «Me enteré por un amigo de que iban a dejar la gestión de un hostal, pero se la dieron a otras personas», rememora. Entre medias surgió la oportunidad en Orbara.
Allí arrancaron con «bastante jaleo». Y es que el reguero de visitantes ha despertado al único bar del pueblo. «Venía mucha gente, pero estábamos peor organizados y con menos personal», explica. Por eso, aunque reconoce que este 2021 están dando más comidas y cenas, no se atreve a confirmar si se debe al auge del turismo rural o a que les ha pillado más preparados. «Si sale buen tiempo, habilitamos en la terraza una estructura para dar sombra y una zona con brasa. Y servimos solo en la calle», explica. Si el tiempo no acompaña, los clientes consumen en el interior.
Entre la oferta gastronómica, destacan los segundos a la brasa, carne o pescado. Pero si hay algo que llama la atención a los comensales es la presencia de productos riberos en este establecimiento emplazado en el valle de Aezkoa. «Los primeros suelen estar muy relacionados con la verdura», detalla Díaz. Pochas a la navarra, espárragos de temporada o menestra. Pero, sin lugar a dudas, las alcachofas son la joya de la corona. «Es una exageración lo que se piden», apostilla este emprendedor.
La familia no solo ha apostado por incorporar el sabor de su tierra al menú, sino también dentro del equipo. «En verano estamos ocho y ahora, en función del día, tres o cuatro». Dos de esas personas proceden también de San Adrián: el primero es un chico que «vino a pasar unos días y se quedó todo el verano trabajando», y la segunda es una prima de Díaz, que viaja todos los fines de semana a pesar de las dos horas de trayecto que hay entre las dos localidades. No obstante, por la plantilla también han pasado camareros de la zona. En concreto, de Garayoa, Orbaiceta y Garralda.
Nacho Calvo (AEHN): «La hostelería rural ha ido bien, sobre todo por el turismo».
La pandemia por el Covid-19 se ha cebado de forma especial con el sector de la hostelería. Pero, en el caso de muchos bares y restaurantes rurales, la crisis sanitaria también ha tenido un impacto positivo. El turismo rural ha aumentado debido a las limitaciones impuestas en los viajes al exterior y a que la población valora más el ocio al aire libre y la naturaleza. También ha crecido el interés de muchas personas por mudarse al pueblo en aras de una vida más tranquila. Todo eso ha impulsado que, a pesar de la actual coyuntura, algunos emprendedores hayan decidido poner en marcha proyectos en la Montaña navarra.
Ahora bien, desde la Asociación de Hostelería y Turismo de Navarra (AEHN) consideran que todavía es «un poco precipitado» hablar de si este impulso se consolidará en el tiempo. «Sí hay constancia de que este verano y el anterior han sido magníficos para el turismo rural», atestigua Nacho Calvo, secretario general de la asociación. Pero, al mismo tiempo, no se atreve a confirmar que esta tendencia vaya a perdurar. Además, incide en que no le consta que se estén abriendo más bares. «Sí que se han producido traspasos», matiza. Y subraya que el hecho de que mucha gente se haya ido a teletrabajar a los pueblos ha permitido que a la hostelería rural le haya ido bien. «Pero ha ido mejor, sobre todo, por el turismo».
Beatriz Huarte (Anapeh): «Los turistas y los habitantes locales han dado vida en verano a una hostelería que, en otros momentos del año, tiene serias dificultades para subsistir».
Por su parte, Beatriz Huarte, secretaria general de la Asociación Navarra de Pequeña Empresa de Hostelería (Anapeh), coincide con Calvo en la influencia del turismo. Y recuerda que «el pasado mes de agosto se pudo hablar de casi el 100 % de ocupación, con excepción de alguna casa rural grande».
A su juicio, «el turismo es un motor importante en los pueblos para la hostelería». Por eso, pone en valor que los turistas, junto con los habitantes locales, «han dado vida y alegría a una hostelería que tiene serias dificultades en otros momentos del año para subsistir».
Precisamente, Díaz también habla de las diferencias entre temporadas que vive su negocio. «En septiembre y en otoño todavía tenemos gente», apostilla no obstante. Y es que, en estas fechas, entre su clientela hay cazadores, personas que acuden a la zona a coger setas, montañeros o turistas atraídos por la caída de las hojas, entre otros. Después, la actividad se mantiene gracias a los puentes y las Navidades: «Pero, a partir de Semana Santa, se nota más bajón».
AIZAROTZ, DOS AÑOS SIN BAR
Los vecinos de Aizarotz llevaban dos años sin bar. Pero eso cambió la primavera pasada, cuando Gaizka Bakedano asumió la gestión del ostatu-posada de la localidad. A pesar de ser consciente del impacto que la pandemia había tenido en el sector de la hostelería, este joven, vecino de Sorauren, comenzó a plantearse el proyecto a comienzos de este año: «Había trabajado antes en hostelería, pero nunca había gestionado un negocio». En vistas de que la vacunación había comenzado, le pareció «una buena idea» dar este paso porque pensaba que «era ya el final de todo esto».
Gaizka Bakedano: «La manera de moverse de la gente ha cambiado mucho y, por eso, pensé que era buena idea abrir un bar en el pueblo».
En marzo comenzó a buscar local, y pronto se enteró, a través de un amigo, de la oportunidad que había en este municipio. Tras visitarlo, no tuvo dudas y se decidió. «Conocía muy bien esta zona», señala. El 1 de abril, inauguró su establecimiento. Una de las razones que le llevó en a emprender en un pueblo es que, ya por aquel entonces, era consciente de que «la manera de moverse de la gente ha cambiado mucho».
Pero, justo en ese instante, la situación sanitaria empeoró y cerraron el interior de los bares. «Tuve mucha suerte porque el local cuenta con terraza», asegura aliviado. Además, el tiempo le acompañó y el pueblo le acogió «muy bien».
«En un principio iba a abrir con la ayuda de mi aita, pero actualmente ya tenemos a dos personas que nos ayudan los fines de semana», precisa Bakedano. Una señal que confirma su valoración de estos primeros meses: «Estamos trabajando bien». En verano, la zona recibió a numerosos visitantes porque «hay muchas casas rurales».
Ahora, en otoño, la actividad continúa puesto que ya ha empezado la temporada de hongos, setas y castañas. Así, muchos turistas hacen un alto en el camino para reponer fuerzas con las raciones, bocadillos y platos que sirve Bakedano en Aizarotzko ostatua.
El joven admite que la hostelería es un sector «duro». Entre otras cosas, porque «hay que trabajar cuando otras personas están de fiesta». Él era consciente de esa realidad cuando se embarcó en la aventura y, pese a los sacrificios, recalca que la experiencia está siendo muy satisfactoria: «Estoy muy contento porque sigue viniendo gente».
UN BAR PARA CONCILIAR EN ERRO
Si para Díaz la opción de emprender en la Montaña fue la puerta abierta a un cambio de vida en pro de su salud, en el caso de Estixu Oroz regentar un bar en el pueblo donde reside se ha convertido en la opción perfecta para escapar del paro y pasar tiempo con su familia. Diseñadora gráfica de profesión, llevaba unos años en el paro cuando decidió abrir su negocio en Erro. «Mi mozo trabaja en Magnesitas y queríamos quedarnos a vivir aquí», aclara. Por eso, veía inviable «bajar a Pamplona para trabajar con una media jornada y conciliar con el cuidado de las niñas».
Así, Oroz, madre de dos hijas, decidió arreglar una casa, propiedad de su pareja, y poner en marcha un bar. «Me pareció mejor que trabajar en hostelería en otro pueblo y meter horas allí sin ver a mi gente», confiesa. También que tenía ganas de dar un servicio de restauración a la localidad, que desde hace años solo contaba con la sociedad.
Estixu Oroz (Zuretzat): «Lo que no hubiera tenido si me hubiera ido a trabajar en otro lado lo tengo en el pueblo».
Con esa idea en la cabeza, accedió a una serie de ayudas a través de la Asociación Cederna Garalur. «Me asesoraron muy bien», agradece. Y, poco a poco, fue dando forma a su proyecto hostelero.
Zuretzat tenía previsto empezar a recibir a sus primeros clientes a principios de abril de 2020, pero el Covid-19 se interpuso en su camino. «Tuve que retrasar la inauguración hasta julio», evoca. Fue una buena fecha porque, por aquel entonces, no había demasiadas restricciones.
Además, muchas familias decidieron pasar el verano entero en el pueblo y eso también benefició al negocio. «Este verano se ha notado más la bajada porque muchos han salido fuera», lamenta. Pero, en parte, lo ha compensado con otros tantos turistas. «Ha visitado el pueblo mucha gente y también nos han llamado de casas rurales».
El local está ubicado en el centro neurálgico de la localidad. A pocos metros de la sociedad o la iglesia y en frente de la escuela. Con poco espacio en el interior, la terraza se ha convertido en el salvoconducto de Oroz para superar el primer año. «La verdad es que no me puedo quejar», asiente.
Justo en ese momento, interrumpe la conversación para atender a un cliente. «¿Un bocadillo de panceta?» Retoma el hilo. «A mí lo que me ha salvado es que no tengo empleados y tampoco tengo que pagar un alquiler», subraya. Oroz lleva sola este establecimiento en el que sus clientes disfrutan de platos combinados, bocadillos, hamburguesas y pizzas caseras. No obstante, no da comidas porque cierra al mediodía «para conciliar».
A pesar del esfuerzo que le ha supuesto levantar el proyecto, considera que le ha merecido la pena. En Zuretzat trabaja al lado de sus amigos y no se está perdiendo ver crecer a sus niñas, que entran «cada dos por tres» en el establecimiento: «Lo que no hubiera tenido si me hubiera ido a trabajar en otro lado lo tengo aquí. Soy feliz».