Cuando vamos a repasar una trayectoria, que es lo que corresponde con alguien como Carlos Solchaga, lo normal es empezar por su niñez. Por eso nos interesamos por una anécdota de la que es protagonista y que otro de los entrevistados en esta sección, Joaquín Villanueva, nos reveló. Según dijo, el ex ministro ha llegado a ser lo que es porque en el colegio de los Escolapios de Tafalla cuando los demás salían a jugar al patio él se iba a la biblioteca. Se ríe abiertamente y, como excusándose, corrige algo esa cita. “Es que el patio cubierto era un lugar infecto que estaba lleno de humedades… Allí pasábamos los recreos los días que llovía y claro, no se podía jugar, todos los niños metidos en una especie de pasillo estrecho… Y sí, a veces me iba a la biblioteca y lo que recuerdo es que nunca vi a nadie más que a mí mismo en aquélla biblioteca, con frecuencia tenía que ir a pedir la llave porque me la encontraba cerrada. Pero el resto como los demás, jugaba al fútbol, o a mano en el frontón, lo que fuera”.
Hablamos con el que fuera ministro aprovechando su presencia en Pamplona para pronunciar una conferencia organizada por la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD) celebrada en la sede de la Confederación de Empresarios de Navarra (CEN). Ya puestos ha hablar del pasado nos interesamos por su infancia, y cambia la carcajada por una sonrisa teñida de nostalgia que se mantiene durante su respuesta: “La recuerdo con cierta ternura, como todo el mundo, porque es una época maravillosa de nuestras vidas”, y rememora expresamente “la emoción del descubrimiento de las primeras letras, lo fácil que aprendes siendo un niño”. Aunque luego mira hacia atrás con ojos de analista, o de economista, y la cosa cambia “porque veo que tenía aspectos algo tenebrosos, yo nací en 1944 y era la España triste que estaba saliendo del hambre, la sensación era de falta de luz y de esperanza, el país parecía incapaz de salir de aquél empantanamiento”. Había otro mundo del que daban cuanta por ejemplo las películas de Hollywood, pero “no te imaginabas que eso te pudiera pasar a ti vamos, ¡en la vida! Sólo con cruzar los Pirineos te sentías acomplejado, algo avergonzado, pasabas envidia”.
ENCUENTRO EN ECONÓMICAS
En 1958 fue a Pamplona para estudiar el bachillerato superior porque no lo impartían los Escolapios de Tafalla. Contó con la ayuda de una modesta beca del Ayuntamiento tafallés, donde su padre trabajaba como oficial administrativo y por las tardes lo hacía en una gestoría “para poder llegar a fin de mes”. Sólo volvía a su casa los fines de semana, “porque el transporte era muy caro en comparación con los salarios”. Su siguiente destino fue Madrid, donde estudió Ciencias económicas con una compañera, Gloria, con la que después se casaría y que asiste silenciosa y atenta a nuestra conversación. De eso hizo 50 años “el pasado 20 de enero, festividad de San Sebastián”.
“La madurez hizo que mi visión ideológica fuera transformándose desde una más radical e izquierdista hasta otra más socialdemócrata”.
De la carrera universitaria dice que tuvo “profesores muy buenos y otros muchos más bien… medianos. Tuvimos la suerte, Gloria y yo, de contar con gente como Ángel Rojo, Enrique Fuentes Quintana, José Luis San Pedro o Arnaiz, eran profesores muy notables que te inducían a leer algo más que los apuntes de clase o el libro de texto”. Damos por supuesto que esos profesores fueron los que despertaron su vocación política, pero Carlos Solchaga nos aclara que no fue realmente así. “Todos los universitarios de entonces, bueno, muchos, teníamos inquietudes políticas, quizás en forma de sentimiento de vergüenza por ese retraso acumulado del país, que disfrazaban llamándolo especificidad, aquello de que España era diferente, pero para mal en nuestra opinión”.
Mantenía posiciones “muy críticas” con el Régimen pero no se significó por pragmatismo, temía perder “la pequeñísima” beca del Ayuntamiento de Tafalla, “yo era muy consciente del sacrificio que estaban haciendo mis padres para que dos hermanos pudiéramos estar en la universidad, mi hermano Ángel estaba estudiando para ingeniero agrónomo. La idea de que me pudieran sancionar con la pérdida de algún curso era algo que me aterrorizaba. ¡Cómo le iba a explicar eso a mi padre, que ni se tomaba un café para ahorrar unas pesetas!”.
CONSOLIDAR LA DEMOCRACIA
Llegar a la actividad política con un mayor grado de madurez tiene ventajas, según Solchaga, porque para cuando fue nombrado ministro de Economía ya era titulado en el Servicio de Estudios del Banco de España y había sido director del Servicio de Estudios y asesor del presidente del Banco de Vizcaya, “vamos, que era ya un profesional hecho que había tenido, aunque no está bien que lo diga yo, una carrera relativamente exitosa, y cuando decidí entrar en la política para trabajar en la consolidación del cambio democrático sabía muy bien lo que me jugaba, no era ya esa especie de locura juvenil”.
Admite que esa madurez “hizo que mi visión ideológica fuera transformándose desde una más radical e izquierdista hasta otra más socialdemócrata”. Quien no conozca la trayectoria de nuestro entrevistado se sorprenderá al saber que fue miembro del primer Consejo General Vasco, el antecedente del Gobierno Vasco, que presidía Carlos Garaikoetxea. Explica que “eran tiempos diferentes, por decirlo así, los consejos preautonómicos eran gobiernos de coalición y fui consejero de Comercio durante nueve meses”. Cierra el relato de aquélla época con la frase “como suelo decir, Dios me lo perdonará”, de la que nos quedamos con ganas de saber si tiene algún contenido más allá de la broma.
“Los trabajadores, y los sindicatos, aunque eran conscientes de que cualquier aproximación que hicieras al problema iba a ser incómoda para ellos, te pedían que tuvieras el valor de reconvertir la industria”.
Solchaga vivía entonces en Bilbao pero cada vez pasaba más tiempo en Madrid, donde se asentó definitivamente cuando Felipe González le llamó para que se hiciera cargo del Ministerio de Economía en un gobierno del que destaca que hizo “una gran labor de transformación y modernización del país a la que, sin duda, también ayudó la entrada del país en la Comunidad Europea. Eso significó tal cambio en la estructura económica, en los hábitos, las costumbres, llegó el Estado del Bienestar…” Aquello de que a España no la iba a reconocer “ni la madre que la parió” que dijo Alfonso Guerra, ¿lo recuerdan?
UNA CRISIS INDUSTRIAL GIGANTESCA
El Ejecutivo, autodefinido como progresista y de izquierdas, se topó con la contradicción de provocar el cierre de un gran número de empresas y recortes drásticos en las plantillas de otras muchas. Para su alivio, al cabo de dos o tres años y con la ayuda del ingreso en la UE, empezó a aclararse el horizonte, “y esa inversión socialmente dura y desagradable se vio que era políticamente buena, porque la gente sacó la conclusión de que éstos han trabajado en cosas que les molestaban y sin embargo han asumido esa responsabilidad y han demostrado que tienen capacidad para gobernar”.Ese gobierno será recordado por haber desarrollado el Estado del Bienestar y también por el reverso de la moneda, las dolorosas e impopulares medidas que impulsó para financiarlo. Para logarlo “había que conseguir que funcionaran la economía y el sistema fiscal, a mí me tocó una parte difícil, hacer frente a una crisis industrial gigantesca, mirases donde mirases el panorama era inquietante, la siderurgia integral estaba mal, la de horno eléctrico, peor, sectores como el de la automoción o los electrodomésticos al borde del colapso, y el textil… Aquello no tenía salida. Los trabajadores, y los sindicatos, aunque eran conscientes de que cualquier aproximación que hicieras al problema iba a ser incómoda para ellos, te pedían que tuvieras el valor de reconvertir el sector”.
El “brutal” ataque del terrorismo le acompañó mientras estuvo al frente de un ministerio. Narra con amargura como los inversiones extranjeras que tanto se necesitaban se retraían “pero lo peor, claro, era la pérdida de vidas humanas en beneficio de un proceso que no podía conducir a nada como no fuera a remover las fuerzas reaccionarias dentro del ejército” una posibilidad que pronto fue desechada porque “ por una parte el 23-F fue un susto y una especie de vacuna, y por otra la relación con la OTAN, con la que tuvimos algún problema que no hace falta mencionar ahora –lo dice sonriente, sin interrumpir el discurso- estaba dando unos resultados estupendos en la profesionalización y mentalidad de oficiales y generales”.
“Me sigo sintiendo un socialista, ¿sabe usted por qué? Pues porque es el único partido que me cabrea, cuando hace algo mal me cabreo”.
Le preguntamos si hubo negociaciones de su gobierno con ETA, y responde muy serio que “lo intentamos, nunca se engañó a nadie: las negociaciones de Argel. Pero nosotros, y quienes luego nos sucedieron, cada uno con sus peculiaridades, conseguimos mantener la idea de que el Estado era inatacable desde ese punto de vista. Esa perseverancia, aun tardando mucho y a pesar de que no están profundamente arrepentidos de lo que hicieron, les ha obligado a suspender su actividad terrorista”.
SIGUE SIENDO SOCIALISTA
En 1995 desoyó las ofertas que tenía y salió de la política activa, aunque sigue siendo militante “un tanto dormido del Partido Socialista de Navarra, y me sigo sintiendo un socialista, ¿sabe usted por qué? Pues porque es el único partido que me cabrea, cuando hace algo mal me cabreo”. Fruto esos cabreos, quizás, son algunas declaraciones de Solchaga que han generado polémicas y no han sentado bien en el PSOE, con cuyos dirigentes se reúne de vez en cuando, también con los ministros y ministras actuales, “pero aparte de dar algún consejo si es que me lo piden, cosa que no es tan frecuente, no intervengo en la estrategia política”.
¿Se reconoce en este Partido Socialista? Lanza un suspiro y dice que “a veces cuesta, quizás porque entienden que como se hicieron muchas cosas en el paso no hay que seguir reivindicando, y están engañados porque la crisis económica nos ha demostrado que incluso los pilares más firmes del estado del bienestar pueden temblar, y situaciones como la exclusión, la marginalidad o la pobreza que parecían excluidas para siempre asoman otra vez”. Insiste en que “los que somos de la vieja escuela a veces no nos sentimos reconocidos en algunas de las cosas que los dirigentes del partido hacen. Y como vengo en son de paz no entraré en más detalles”, concluye entre risas.
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