Faltan diez minutos para las ocho de la mañana. Apoyada en la cristalera exterior de la estación de autobuses de Pamplona, Rosa Silva, vestida con un mono añil, observa cómo varios policías nacionales reparten mascarillas desechables a los transeúntes que este martes regresan a sus trabajos.
Ejecutivos, operarios de limpieza, obreros… Rosa no ha dejado de trabajar ni un día desde que se decretara el estado de alarma. Pero hoy es el primero en que siente miedo. “Me duele el estómago desde que he salido a la calle. Las villavesas están demasiado llenas de gente y así es muy difícil mantener la distancia de seguridad”, afirma llevándose la mano al abdomen.
En su empresa, ubicada en el polígono industrial de Beriáin, se siente tranquila. No así en la calle. “Allí nos dieron equipos de protección desde el primer día, pero aquí en la calle es bien inseguro”, remarca mientras se coloca la mascarilla quirúrgica que le ha entregado un agente. Se trata de unas de las 146.000 que el Ejecutivo central, bajo la supervisión del Ministerio del Interior, envió a la Delegación del Gobierno en Navarra. Un reparto en el que colaboran Protección Civil, Policía Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y las policías municipales y locales de toda Navarra. Ninguna de ellas es reutilizable, aunque la consejera de Salud, Santos Induráin, sostiene que ya se está trabajando para subsanar esa importante carencia.
Con la incorporación de los trabajadores no esenciales tras quince días de paro, la ciudad parece recobrar parte del pulso perdido desde el que el coronavirus la dejara en coma. Eso sí, el riesgo a un posible rebrote de los contagios está ahí. La propia Induráin lo reconoce.
En la plaza de Merindades, por ejemplo, unas veinte personas lucen ya las mascarillas desechables, mientras esperan al autobús manteniendo rigurosamente la distancia de seguridad. La mayoría son obreros de la construcción. Como Sergio Mata, natural de Ecuador. “No siento miedo, solo respeto. Pero hay que volver a trabajar porque, si no, las consecuencias serán peores”, destaca rotundo. “Con miedo no vamos a levantar el país”, remata acto seguido.
Respeto es lo que siente también Marisa Rodríguez, empleada del servicio doméstico que este martes vuelve a salir de casa para trabajar. Un policía nacional le acaba de proporcionar dos mascarillas a las puertas de la estación de tren. “No veo peligro si mantenemos las distancias”, sentencia.
A POR MATERIAL
En el polígono de Landaben, el goteo de furgonetas y camiones contrasta con la imagen de calles desoladas de las últimas semanas. Y el sonido de las grúas y los camiones basculantes, que cargan y descargan material, parece incluso menos incómodo que antaño. Las empresas han repartido mascarillas a sus trabajadores y en el Servicio de Salud Laboral, ubicado en el polígono, también se pueden solicitar.
Felipe Apellániz, fontanero, conversa con un compañero en el parking de Saltoki, lleno de profesionales que acuden en busca de material. Siente una profunda frustración por no poder trabajar al cien por cien. “Solo podemos hacerlo en obra nueva. No nos dejan entrar a las casas para hacer reformas y tenemos todo parado. Tan solo estoy trabajando en emergencias y en fábricas, pero algo es algo”, resalta resignado.
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