“No se puede llegar con el GPS. No hay indicaciones. Aterrizamos gracias a la ayuda de una amable persona a la que preguntamos. Después de la odisea, el parque ha sido una decepción. Está totalmente descuidado. Una verdadera pena. Ojalá lo recuperen”. Este mensaje de @osso_movil, y comentarios muy similares, pueden leerse a día de hoy en la conocida web de viajes Tripadvisor tras teclear el nombre Parque de los Desvelados. O como es más conocido en Estella-Lizarra: Las Calaveras.
En la Merindad a la que da nombre dicha localidad navarra, en el término de San Lorenzo, se encuentra esta obra de arte del artista Luis García. Un lugar, sin duda, que no deja indiferente a sus visitantes, y que invita a reflexionar sobre la vida, o más bien, sobre la muerte. De hecho, García entregó más de treinta años de su vida para levantar este misterioso legado. Realizó gigantes esculturas con palos de zumaque y apodó al lugar como Parque de los Desvelados.
EL AUTOR
Luis García fue un escultor y pintor expresionista nacido en Melilla en 1927. Vivió como un nómada: Málaga, Madrid, Barcelona, Tetuán, Murcia, Tenerife, Brasil… Y precisamente estando en este país sudamericano oyó hablar de la Ciudad de la Luz y emprendió un nuevo viaje con intención de hacer fortuna en París. Allí conoció a su esposa, Carmen Eguaras, una estellesa que estudiaba francés, vínculo amoroso que le uniría para siempre con la capital del Ega. De hecho, durante muchos años compaginó su trabajo en la capital francesa, en verano, y la vida en Estella, en invierno.
Rodeado de naturaleza, en su terreno particular, el pintor comenzó a crear su santuario. Arrancó realizando enormes calaveras con los ya mencionados arbustos zumaque, adornados por malla conejera, malla mosquitera y pintura. Dedicó, por cierto, entre cuatro y cinco años a la ejecución de cada figura. Una intencionada labor que desde 1971 compaginó con su trabajo como retratista en las calles de París. Destinaba los inviernos a diseñar, mañana y tarde, su obra particular, y los veranos a pintar a los transeúntes de la ciudad de Eiffel.
Con el objetivo de concienciar de los repentinos y violentos accidentes, fue sumando nuevas obras al parque: coches despedazados tras un violento choque, o el carrito magullado de un bebe atropellado. “Me obsesiona la muerte porque soy muy sensible y me afecta mucho, sobre todo la muerte violenta, fortuita. No la natural, porque ésta hay que aceptarla como ley natural. La muerte natural representa un descanso espiritual que tiene que existir y hay que aceptarla sin miedo. Hemos venido a este mundo para morir, pero no para que nos maten. Por eso, lo que yo quiero a través de mi obra es lanzar un grito de no a la muerte violenta. Ese grito que representan mis calaveras, con esa expresión de dolor mirando hacia el infinito”, confesaba hace lustros el autor a Javier Hermoso De Mendoza, en su blog ESTELLA.info.
Su hermano, también artista, murió en un accidente y el escultor quiso honrarle colocando una placa al lado de la figura más grande. En ella puede leerse: “Esta escultura se la dedico a mi hermano Alberto, muerto a la edad de 59 años. Vivió como un artista que era y abrazó la muerte con valentía y dignidad al tener que vivir como una piltrafa humana.1991”.
La intención del autor siempre fue dejar su obra como legado al pueblo de Estella para que la conservara. Aun siendo propiedad particular, siempre mantuvo la cerca abierta y con acceso gratuito para que cualquiera pudiese acercarse a verla. Tras su muerte en 2008, a la edad de 81 años, Las Calaveras ha ido deteriorándose. Era el propio pintor quien se encargaba de cuidar y mantener el parque. Pero ahora que no está nadie cuida del parque y la maleza ha ido ganando terreno. Las personas interesadas que acuden a visitarlo se encuentran con grandes dificultades para hallar el camino, ya que carece de señalización. Y al llegar lo que ven se reduce a una selvática vegetación que, poco a poco, va ocultando las esculturas.
Catorce años después de su fallecimiento, su obra es una gran desconocida por gran parte de los navarros y navarras. “Quiero que el día de mañana, cuando yo ya no esté en este mundo, con el paso de los años, se hable de la obra y se me reconozca como a un escultor desconocido, que hizo este trabajo sin ánimo de lucro y basado siempre en la pura realidad de la vida”, admitía a Hermoso De Mendoza en ESTELLA.info. Y de momento, sus deseos siguen sin cumplirse.