Hesham Salman, además, procede de una familia pobre: “Me costó un huevo poder comprarme unos zapatos cuando empecé en la universidad”. Sucedió en Gaza, donde estudió Farmacia antes de que en 2001, gracias a una beca de la Agencia Española de Cooperación Internacional, llegara a la Universidad de Navarra para hacer la tesis doctoral. Para entonces ya estaba casado con Ola y tenía un hijo, y ambos vinieron un par de meses después a Pamplona, donde Hesham aterrizó por indicación de un profesor que había trabajado en la Complutense madrileña. “No sabía dónde estaba, no conocía nada ni a nadie, tampoco sabía nada de castellano”. Los retos, es evidente, no le asustan. Por eso, cuando al mes de llegar le ofrecieron dar clases de prácticas, aceptó y estudió el idioma para defenderse “medio en inglés medio en castellano”.
En 2006 defendió su tesis y, ante la probabilidad de que no pudiera volver a Gaza, no le quedó “más remedio” que “emprender un camino aquí”. Comenta con resignación que su deseo era regresar “para poder aportar algo a la sociedad, porque la tierra tira. Me gusta mi país, mucho, no quería vivir en el extranjero, pero…”. Sin añadir nada más, ni mirarla, toca la pulsera que rodea su muñeca, hecha con diminutas banderas palestinas, un gesto que repetirá varias veces a lo lago de la conversación.
“Suele decirse que lo imposible lo tienes que intentar, pero yo lo decía de otra forma. Lo imposible, sí o sí, lo voy a lograr”.
Tenía las ideas muy claras. Una de ellas era que no quería trabajar por cuenta ajena. “Es una cuestión de genética. Mi padre tenía una tienda de productos cosméticos y yo, con 10 años, estaba haciendo la declaración del IVA con él”. Otra, que su negocio iba a girar en torno a la nanotecnología, el tema que había elegido para su tesis, a pesar de que era consciente de lo complicado que iba a ser sacarlo adelante. “Suele decirse que lo imposible lo tienes que intentar, pero yo lo decía de otra forma. Lo imposible, sí o sí, lo voy a lograr”. Esa determinación nace de una cultura que aprendió de sus padres y que transmite a sus hijos –ya son cuatro “navarricos”- y a su esposa: “Es la cultura del esfuerzo. Te aseguro que cada uno de mis hijos, que tienen entre 13 y 17 años, tiene un proyecto empresarial en su mente, y mi mujer también”.
TREINTA NOES Y UN SÍ
Hesham recuerda que, entre 2007 y 2008, terminó de perfilar su proyecto empresarial. Y cuando buscó ayuda para hacerlo realidad, recibió “treinta noes”. La familia sobrevivía con el sueldo que le abonaba la universidad por hacer proyectos de investigación para empresas. “Cuando en 2008 acabó mi contrato, me quedé en paro. Lo pasé muy mal, pero sabía que ni siquiera eso iba a impedir que consiguiera mi objetivo. Yo no necesito antidepresivos”. Confiesa que la lucha de su pueblo, el palestino, le inspira e impide que se rinda. La cultura del esfuerzo, insiste.
Hesham Salman no puede regresar a Palestina.Finalmente, CEIN le aportó una pequeña financiación con la que pudo montar un laboratorio, y el proyecto echó a andar con el apoyo de Start Up Capital Navarra e Inveready Capital Semilla. Así nació Bionanoplus. Ahora, con 47 años, dice estar “orgulloso de lo que he conseguido, de mi trayectoria” sin el más mínimo atisbo de soberbia. Nos explica que su empresa crea nanopartículas a partir de polímeros (proteínas), “que tienen un grosor cien veces menor que el de un pelo” y a las que se incorporan medicamentos para ser inyectadas a pacientes de forma que, una vez en el interior del cuerpo, van liberando poco a poco el fármaco. Así evitan, por ejemplo, que la persona tenga que ir diariamente a un hospital para recibir su tratamiento. También sirven para administrar medicinas que pueden ser tóxicas fuera de la zona que se quiere tratar porque las nanopartículas pueden ser dirigidas para que tengan efectos sobre puntos muy concretos.
“La juventud me preocupa mucho, mucho, porque no tiene la cultura del esfuerzo. Es lamentable”.
Bionanoplus se ha diversificado: “Trabajábamos con el sector farma y ahora estamos con el agro, ‘food’, veterinario y cosmético. Para sobrevivir hay que crecer”. Y ha registrado tres patentes, todas en el campo de la nanocapsulación. Siempre ha mirado al mercado exterior. “Y puedo decir que nos conocen Johnson & Johnson, Panasonic, Procter & Gramble… Compañías muy importantes, tenemos muy buena reputación, se nos considera gente seria en un lugar, Navarra, que tiene fama internacional por la calidad de sus empresas”. No obstante, advierte de que trabaja en un sector que “en otros países nos lleva 15 años de ventaja”. De ahí que haya que hacer “un esfuerzo brutal para ponernos a su nivel”. Pero está en ello. “Cuando uno firma un contrato y te lo manda a Polígono Mocholi, Noáin, Navarra, para mí es un placer. ¡Siempre Madrid, Barcelona! ¡Ahora también Noáin, Pamplona, Navarra…!”
SOLO MUJERES EN SU EQUIPO
Ha inculcado su mentalidad emprendedora a las ocho mujeres que forman el equipo. Cuando le preguntamos por qué ha elegido sólo a mujeres, comenta con toda naturalidad el motivo. “Eran las mejores para el trabajo que había que hacer, no por una cuota como ocurre en otros casos”. Aunque no se siente cómodo cuando le entrevistan, responde a todas nuestras preguntas y habla sin tapujos: “Lo mío es trabajar en la oscuridad para aportar a la sociedad y a la juventud, que me preocupa mucho, mucho, porque no tiene la cultura del esfuerzo. Es lamentable. Y no tienen que pasar por lo que he pasado yo para tenerla. No soy un emprendedor egoísta, de esos a los que solo les interesa salir en las noticias y trincar pasta del Estado. Lo importante para ellos es el dinero, el dinero, el dinero…”.
A pesar de su contundencia, habla sin vehemencia. Apenas gesticula y hasta transmite sosiego incluso cuando se muestra pesimista ante el futuro porque no ve jóvenes con iniciativa, algo de lo que culpa a los responsables del sistema educativo. Él ha orientado a sus hijos para que sean “personas muy educadas, luchadoras para que en el futuro tengan éxito. Otra cosa es que las circunstancias lo impidan, pero al menos ya tienen plantada esa semilla. Si no crece el árbol porque no llueve, no es tu culpa”.
“En Bionanoplus solo trabajan mujeres, eran las mejores para el trabajo que había que hacer”.
Por asociación de ideas volvemos a mirar a sus hijos y nos interesamos por lo que dicen cuando visitan Palestina. Acaricia de nuevo la pulsera mientras nos aclara que no han ido nunca “porque no puedo entrar en mi país. Es que en 2006 fui con mi hija pequeña, Sara, que tiene nacionalidad española, para ver a mi madre. La situación se había complicado mucho desde mi marcha en 2000. Me detuvieron y tuvo que intervenir el entonces presidente Miguel Sanz y el Ministerio de Asuntos Exteriores para sacarme. Aparecí en toda la prensa y en las televisiones, mirad en internet, veréis muchas noticias sobre aquello”. Salió, pero ya no ha podido regresar. “Mi madre murió sin conocer a los tres chicos”, apunta triste, pero con entereza.
Para no terminar con ese regusto amargo le preguntamos por lo que hace cuando no trabaja, un tiempo que divide entre estar con su familia y el deporte, “dos cosas que son muy importantes para mí”. Le apasiona el fútbol, pero también toca el violín y el laúd. Además, le gusta estar con sus amigos “pero siempre que eso no me impida ver a mi familia, los hijos tienen que sentir que papá y mamá están siempre a su lado. La familia es el proyecto empresarial más importante de mi vida”.