¿Existe algún factor diferencial entre los equipos de las empresas que alcanzan su máximo potencial y aquellos que se pierden en disputas o malentendidos? En una charla que nos ofreció Rosa Uriona en una de las jornadas de Xirimiri Lab, un curso formativo para jóvenes talentos de Navarra, quedó claro que sí.
Los que consiguen lo primero son aquellos equipos cuyos miembros son estables emocionalmente, saben canalizar mejor su frustración e impaciencia y son capaces de escuchar al resto de miembros del equipo, del mismo modo que son capaces de entenderse a sí mismos y a los demás.
Es decir, aquellos que establecen una interdependencia positiva al estilo win-win. Parece difícil ver el vínculo entre inteligencia emocional y trabajo y, sin embargo, es un factor clave para la ejecución de proyectos complejos. En su ponencia, Rosa Uriona, como experta en el sector de la energía, nos explicaba que el foco que antes estaba puesto en la industria ahora está puesto en los servicios. Y, por lo tanto, si bien el producto sigue siendo importante, ahora la clave está en las personas (tanto empleados como clientes). El factor humano en la empresa pasa a ser primordial, y en lo humano están las emociones que nos configuran como individuos.
“Parece difícil ver el vínculo entre inteligencia emocional y trabajo y, sin embargo, es un factor clave para la ejecución de proyectos complejos”.
Si la inteligencia emocional es tan importante, como joven de la Generación ‘Z’ me pregunto en qué punto del tablero se encuentra mi generación. Por un lado, es importante hablar de hechos. Según el estudio ‘Stress in America’, realizado por la APA (American Psichological Association) a más de 3.400 jóvenes de entre 18 y 30 años, se obtuvieron los siguientes resultados estadísticamente significativos:
- El estrés que sufren los jóvenes desde edades tempranas (18 años), debido a la situación inestable del mercado laboral, la incertidumbre constante -especialmente la relativa al dinero- y la falta de seguridad que sí pudieron tener generaciones anteriores (cuando lo normal era permanecer en la misma empresa y ciudad toda la vida), está por encima del estrés que sufren de media el resto de los adultos por estos factores concretos.
- Además, el ritmo frenético de hiperproductividad y la competitividad del mercado laboral hacen que, según recoge el libro ‘La sociedad del cansancio’, del filósofo Byung-Chul Han, los jóvenes se comparen ahora más que nunca. De modo que quieren llegar a ese ritmo y aspiran a un ideal de vida inalcanzable (¿el que se muestra en las redes?), donde el fracaso no tiene cabida.
- Al ser una generación que no tiene su futuro asegurado porque el estilo de vida no está tan definido como antes -colegio-universidad-trabajo-boda-hijos-, es difícil que estos jóvenes consideren el largo plazo como elemento en la toma de decisiones y los convierte en cortoplacistas e impacientes.
LA PSICOLOGÍA, RAMA IMPRESCINDIBLE
Ahora bien, aunque esto explica a grandes rasgos el contexto en el que se mueven los ‘Z’, ¿debemos caer en las etiquetas y meter a todos los jóvenes nacidos entre 1997 y 2010 en el mismo saco? Desde Xirimiri, como asociación que potencia el talento joven y local, creemos que no. Hans Rosling, en su libro de ‘Factfulness’, habla del instinto de la generalización y de la categorización: tendemos a pensar que todo es blanco o negro cuando la mayor parte de las personas se encuentran en una infinita escala de grises. Aplicándolo a lo que veníamos diciendo, no todos los jóvenes ‘Z’ están estresados y frustrados y son impacientes. El estrés al que se pueden enfrentar los jóvenes ahora no deja de ser el mismo estrés que siguen sufriendo muchas familias e individuos cada día: el estrés de conseguir una vida estable y vivir en un entorno seguro. De hecho, los jóvenes del estudio mencionado anteriormente sufren de media el mismo estrés relativo a la economía del Estado que los adultos de otras generaciones (aunque, como hemos dicho, un estrés mayor en aspectos como el trabajo, el dinero y la salud).
“No todos los jóvenes ‘Z’ están estresados y frustrados y son impacientes”.
En este sentido, pensamos que es momento de resaltar la importancia de la gestión de las emociones y de buscar soluciones, en vez de intentar señalar a un culpable por no habernos dado las herramientas para alcanzar nuestro máximo potencial desde pequeños. Es momento de llamar la atención de colegios, universidades y team leaders en el ámbito laboral para que, a modo de cursos complementarios o incluso curricularmente, se empiecen a dar las herramientas emocionales necesarias para afrontar la desilusión y saber ser resiliente, para no perder la autoestima y ver los fracasos como experiencias llenas de conocimiento, para ser capaces de resolver creativamente nuestros problemas (internos y externos) … Es decir, es momento de aceptar que la psicología es una rama imprescindible en nuestro currículo de la vida y que, de manera informal o formal, debemos leer sobre estos temas y saber manejar nuestra personalidad para luego tener relaciones sanas en lo personal y en lo profesional.
“Solo aquellos equipos que tengan miembros con una alta conectividad (inteligencia interpersonal) y una alta autoestima (inteligencia intrapersonal) serán capaces alcanzar su máximo rendimiento”.
Todo esto puede sonar abstracto o utópico para aquellos que sean muy result-driven. Y para estos últimos, me quiero referir al libro ‘Servicios y Beneficios’, de Luis M. Huete, quien habla de lograr negocios millonarios a través de la fidelización de clientes.
Esta fidelización requiere de la vinculación del cliente y de los empleados. Y vinculación implica gestión emocional. Solo aquellos equipos que tengan miembros con una alta conectividad (inteligencia interpersonal) y una alta autoestima (inteligencia intrapersonal) serán capaces alcanzar su máximo rendimiento en todos los aspectos de su vida sin llegar al burnout característico de estos tiempos.
De modo que, si reforzando nuestra personalidad nos desenvolvemos mejor en el mundo y podemos conducir a cualquier organización a la obtención de mejores resultados, ¿nos falta algún motivo para dejar de separar la gestión de las emociones de lo académico y profesional y ponernos manos a la obra?
Andrea Sánchez
Tesorera y Cofundadora de la asociación Xirimiri