Rondaba el año 1996. Y fue una auténtica revolución en el mundo de los juguetes: el Tamagotchi. Una mascota digital a la que había que cuidar, dar de comer, acunar… Muchos niños estaban más pendientes de que su Tamagotchi no se muriera que de hacer los deberes. Fue uno de los inicios de la interacción entre el ser humano y los robots.
Ahora se quiere ir más allá. Si hay algo que caracteriza a los seres humanos es la facultad de empatizar, sentir, percibir, conmoverse… Según la RAE, la empatía es la capacidad de identificarse con alguien y de compartir sus sentimientos. Y aún es una de las cualidades más difíciles de reproducir artificialmente. Pero también se erige en uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan los ingenieros y científicos actuales. ¿Es posible que un frío ser inerte elaborado con metal, polímeros, circuitos y chips sienta? “Estamos a años luz”, señala César Gonzalvo, CEO Assistant de Iruña Tecnologías de Automatización.
Actualmente, los robots se emplean principalmente en el mundo industrial, en la producción en cadena de fábricas o realizando trabajos peligrosos o tediosos para los humanos. También en el espacio, en cirugía, armamento, investigación en laboratorios, limpieza de residuos tóxicos, minería o rescate de personas, entre otras muchas labores. Incluso para tareas domésticas, haciendo que formen parte de nuestros hogares.
La empatía es una de las cualidades más difíciles de reproducir artificialmente.
Las posibilidades de innovar en la robótica son inmensas. Ya se ha conseguido que estas impasibles y rígidas máquinas tengan un aspecto más humano y sean más autónomas, incluso que sean capaces de detectar determinados sentimientos. Es el caso de Pepper, un robot semihumanoide fabricado por SoftBank Robotics, diseñado con la capacidad de identificar emociones. Un robot que entiende opiniones, sentimientos y las intenciones de los demás y responde en consecuencia. O sea, es capaz de una acción-reacción. Pero para que un robot y una persona puedan interactuar de forma permanente resulta necesario que la máquina sepa recrear las emociones propias del ser humano. Ahora bien, esto no significa que sientan simpatía o compasión como los seres humanos. Por ejemplo, tal y como explica César Gonzalvo a este medio,se ha llegado a utilizar un Pepper para ofrecer jamón en un supermercado. “El problema era que cuando un cliente no deseaba jamón, el Pepper le perseguía por todo el supermercado”.
La robótica está cambiando el soporte físico, su imagen, para hacerse más agradable y amigable a nuestros sentidos. Son los conocidos androides. “Hay casinos por ejemplo, en los que el crupier es un androide, un robot con aspecto totalmente humano”, indica Gonzalvo.
Incluso caminamos hacia la integración del robot y el ser humano con los exoesqueletos, los wearables (objetos de uso diario que llevamos siempre encima, a los que se le ha incorporado un microprocesador) e implantados, como el caso de los cyborgs. Igualmente, y gracias a la Inteligencia Artificial, las redes neuronales, el reconocimiento facial y los métodos de aprendizaje como el deep learning, “están haciendo que su ‘software’ pueda comprender e interpretar sensaciones, opiniones, intenciones, etc… Pero no las asume como propias. No siente y reacciona, sino que responde según el nivel de su programación, haciendo que el humano se sienta mejor”.
Pepper es un robot semihumanoide diseñado con la capacidad de leer emociones.
Ibai Inziarte, de Aldakin, empresa de proyectos de ingeniería e I+D, automatización industrial y mantenimiento eléctrico de instalaciones industriales, resalta que hasta el momento, “una máquina o robot puede detectar mediante sensores en qué estado anímico se encuentra una persona y, con esa información, puede inferir su estado, extraer una conclusión y tomar una decisión”.
Es el caso del electrocardiograma para el corazón, la electromiografía para la tensión muscular o la actividad electrodérmica. “Pueden ser capaces de inferir el estado psicofisiológico de la persona”, es decir, extraer un juicio o conclusión a partir de hechos, proposiciones o principios. “Se lleva tiempo investigando acerca de cómo inferir el estado psicofisiológico de las personas. Creo que parcialmente, en determinadas situaciones y con determinadas personas, será posible en 2020″.
“Todo va muy rápido, pero estamos en la fase en conseguir que el humano no tenga rechazo o miedo a convivir con robots de servicio, cuyo aspecto es más humano, parece que piensan y nos hacen la vida más fácil. En realidad, nos engañamos, pero nos sentimos mejor”, añade Gonzalvo.
APLICACIONES EN LA VIDA
Inziarte explica que en robótica colaborativa, tanto industrial como asistencial, conseguir esta empatía en los robots es muy importante, “ya que determinar el estado del trabajador, paciente o personas en general es muy útil para establecer una posible colaboración”. Así sucede en el campo de la salud, en la asistencia a personas mayores. Porque hay áreas donde este avance puede generar importantes beneficios como “en robótica quirúrgica ambulatoria, para determinar el estado del paciente y conocer cómo abordarlo; en la industria, para establecer el nivel de colaboración con el trabajador”. Eso sí, “saber cuál es el estado de ánimo de la persona para utilizarlo con fines equivocados… eso es otra cosa”, advierte.
A nivel empresarial, por ejemplo, el operario necesita comunicarse “para sentir que no es una máquina más del proceso productivo. Es decir, necesita interactuar de alguna manera con las máquinas. Si humanos y robots pueden compartir puestos de trabajo y existe la posibilidad de comunicación tanto verbal como gestual, la sensación de ser un equipo se incrementa y, por tanto, la satisfacción del humano”, valora Gonzalvo.
Además, el CEO Assistant de Iruña Tecnologías de Automatización indica que, a nivel personal, al ser humano “le gusta mandar”: “Si tenemos a nuestra disposición un robot que nos obedece y se preocupa por nuestro bienestar, seguramente lo vamos a valorar como algo e incluso como ‘alguien’ muy importante en nuestra vida cotidiana”.
César Gonzalvo: “La relación más humanizada con los robots puede provocar un aislamiento con la sociedad”.
Pero todas las luces tienen sus sombras y la robótica empática puede presentar tantos problemas como el uso de cualquier otra tecnología. En principio y por su aplicación al mundo empresarial, cabría la posibilidad de pensar en una destrucción inicial del empleo existente para, poco a poco, generar nuevos tipos de trabajos. Sin embargo, cuenta Gonzalvo, en su caso han producido 246 robots colaborativos en cuatro años y no han destruido “ningún” empleo. “Las empresas han aprendido a trabajar con ellos”.
Otro riesgo es la posibilidad de generar un aislamiento social de las personas por un uso excesivo de esta alternativa: “La relación más humanizada con los robots puede provocarlo. Tal es el caso del éxito de los robots sexuales en determinados países o las mascotas robóticas. Eso puede provocar cierto desconcierto a la hora de interactuar con seres vivos”.
NAVARRA, MUY LEJOS
En Navarra, la innovación en robótica parece quedar muy lejos. “A nivel científico-técnico, Navarra tiene un nivel muy pobre en comparación con las potencias europeas y mundiales. Pero a nivel estatal, tiene un nivel superior a la media”, señala Inziarte.
Gonzalvo apostilla que en la Comunidad foral hay empresas desarrollando distintas tecnologías “auxiliares para conseguir estos objetivos, pero faltan centros tecnológicos o un HUB que las agrupe a estas empresas y las apoye para desarrollar proyectos conjuntos. Hasta ahora vamos por libre y con aportaciones privadas. En el País Vasco existen centros tecnológicos como Tecnalia o IK4, que van una década por delante de nosotros”.