Por la noche, en un acogedor hogar de Pamplona, un abuelo arropa a su nieta. Con ternura, desliza las sábanas hasta arriba para protegerla del frío. La luz, tenue, tiñe la habitación de un color cálido. Parece que el tiempo se detiene en esa estampa, repleta de pureza. Mientras ella cierra los ojos y se prepara para dar la bienvenida a sueños bonitos, él recita un conocido poema de Bécquer…
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán…
Aquellos versos ahuyentaban las pesadillas de la pequeña Irene Ardanaz, que veía en su abuelo un gran ejemplo a seguir. Se llamaba Salvador. ¿Habéis escuchado alguna vez aquello de ‘tu nombre no es casualidad’? Quizá, él vino para salvarla. Porque su nombre recoge a la perfección lo que supuso para nuestra protagonista ser la nieta del «hombre más maravilloso del mundo».
Salvador era una «enciclopedia andante». Filosofía, ciencia, arte, literatura, política… Dominaba todos los ámbitos. Sentada en el sofá, muy atenta a las historias que brotaban de su boca, escuchaba los relatos que concibieron grandes autores como Stefan Zweig. «Da igual a qué parte del mundo viaje o qué libro lea, mi abuelo siempre me lo enseñaba todo primero. Era el mejor maestro», sostiene nuestra invitada. El cariño en su voz se torna todavía más hondo cuando recuerda los últimos días que pasó con él. «Le recité las golondrinas de Bécquer todo lo que pude, acariciando su mano en el hospital», rememora al tiempo que una lágrima se deja asomar por el umbral de sus pestañas.
De su infancia también recuerda una dulce melodía del artista José María Lacalle, que nunca ha dejado de resonar en su cabeza. «Amapola, lindísima Amapola…», tararea mientras nos enseña el fino tatuaje que adorna su antebrazo. Con la caligrafía de su abuela, la palabra «amapola» reluce en su piel. Orgullosa, suspira. Yo comparto su silencio. Si pudiéramos, ambas le regalaríamos a nuestros abuelos todas las flores del mundo.
OPOSITORA E ‘INFLUENCER’
Su sensibilidad, su empatía y su fuerte carácter guiaron su camino. Aunque durante un tiempo se imaginó ocupando escenarios o pantallas de televisión, ejerciendo como modelo, cantante y actriz, la abogacía llamó a su puerta. Había visto cómo su madre, también abogada, aportaba su «granito de arena» y luchaba por conseguir un mundo más justo, y aquello acaparó toda su atención.
Así, estudió Derecho en la Universidad Pública de Navarra (UPNA) y, al finalizar la carrera, se decantó por opositar para ejercer como jueza. «Solo estudiaba, estudiaba y estudiaba. Me dedicaba a estudiar catorce horas al día. Había 370 temas, y en los exámenes orales tenías que cantar cada uno en quince minutos. ¡Por eso hablo tan rápido!», reconoce entre carcajadas.
«Créate una cuenta en Instagram, que te va a gustar», le sugerían sus amigos al ver que apenas tenía tiempo para salir de casa. Poco a poco, comenzó a publicar fotos de sus outfits o los planes que realizaba, bajo el nombre de Irene Arga (una fusión de sus dos apellidos: Ardanaz y Ganuza). Y sus seguidores empezaron a subir. «En un año ya tenía 10.000 followers en Instagram, sobre todo de Navarra», rememora para acto seguido recalcar que hoy, a sus 35 años, esa cifra casi se ha duplicado. Pronto, le surgieron oportunidades para colaborar con diferentes compañías. Peluquerías, restaurantes, clínicas dentales… Lo cierto es que posee todo un abanico de posibilidades. Durante un tiempo, compaginó el estudio con su éxito como influencer, pero tras ocho años, decidió abandonar la oposición: «Siempre pensé que, con esfuerzo, todo se consigue. Pero hay cosas que no».
«El 95 % de mis clientes contactan conmigo por Instagram. Me conocen a través de la pantalla y quieren que yo les defienda»
A veces percibimos que la vida nos pone obstáculos. Y tropezamos. El quid de la cuestión consiste en coger impulso porque, aunque quizá cueste entenderlo, un «problema» puede convertirse en una oportunidad. Nuestra protagonista se reinventó. Complementó su formación con cuatro másteres en Marketing Digital, Administración de Empresas, Derecho Digital, y Derecho de Familia y Sucesiones. Y entonces, fusionó el mundillo de las redes sociales con sus conocimientos en Derecho. «Hoy, el 95 % de mis clientes contactan conmigo por Instagram. Me conocen a través de la pantalla y quieren que yo les defienda», apostilla agradecida. Al combinar marketing y abogacía, muchos le preguntaban «pero, ¿a cuál de las dos te quieres dedicar?». La respuesta de Irene era firme: «¡A las dos! ¿Por qué tengo que elegir solo una? Nada es incompatible».
LA «PASIÓN DE SU VIDA»
La persona con la que mejor se entiende «sobre la faz de la Tierra» es su hermana. De hecho, cuando una de las dos desea volcarse en un nuevo proyecto y el vértigo aparece, la otra le repite una frase que ambas tienen marcada «a fuego» en el corazón: «Siempre hay que ir hacia el miedo. Si algo te asusta, hazlo».
Especializada en Derecho de Familia, defiende casos de violencia de género y separaciones de parejas, donde siempre pone por delante el bienestar de los niños, en caso de que los haya. Sus clientes son, mayoritariamente, mujeres que rondan entre los treinta y cuarenta años y desean regular la custodia de sus hijos. «Abogo por la conciliación. Casi el 90 % de los casos los llevo por mutuo acuerdo y represento a los dos. La mujer viene a mi despacho, y le digo que le sugiera a su pareja venir. Soy buena negociando y, al final, normalmente, acabo llevando a los dos», explica para acto seguido recalcar que, aunque todo el mundo tiene derecho a una defensa, ella es afortunada porque puede «escoger» a sus clientes. «Me he negado a acompañar a maltratadores y violadores», añade.
«Hay un sentimiento generalizado entre los abogados jóvenes que se atreven a emprender. Se sienten muy perdidos»
Fruto de su trayectoria y su profundo afán por luchar contra las injusticias, el pasado julio fue nombrada presidenta de la Agrupación Joven Abogacía de Pamplona (AJA). En concreto, la organización se puso en marcha en 2019, tras aprobarse su creación en la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados de Pamplona. Nuestra protagonista se encuentra «tremendamente feliz» con su nuevo cargo. «Hay un sentimiento generalizado entre los abogados jóvenes que se atreven a emprender. Se sienten muy perdidos. Desde AJA, queremos aportar conocimientos jurídicos, pero también de emprendimiento. Es difícil iniciarse en una profesión tan técnica y a veces tan solitaria. Queremos que puedan sentirse parte de un grupo que les tienda la mano», expresa tras puntualizar que, para formar parte de la agrupación, los colegiados deben ser menores de cuarenta años o poseer menos de cinco de ejercicio profesional.
Entre pasillos interminables, tras pasear por la biblioteca y conocer algunos rincones del Colegio Oficial de Abogados de Pamplona (MICAP), llegamos al ascensor. Irene pulsa el número diez, sin dejar de explicarnos que, además de prestar asesoramiento jurídico y profesional de cara al emprendimiento, desde AJA también se busca organizar congresos y juevintxos para que los colegiados se conozcan. Poco después aterrizamos en un amplio balcón con unas vistas de ensueño. La Ciudadela se extiende ante nosotras majestuosa, como un enorme laberinto verde. «Me rodeo de mujeres fuertes que me inspiran día a día, como mis amigas, mi abuela o mi madre, y me empapo cada mañana de una mentalidad positiva. Estoy donde siempre quise estar», suspira.
AMANTE DE LA MÚSICA
Más allá de la abogacía y las redes sociales, nuestra invitada es una gran «apasionada» de la música, sobre todo de la clásica. Una afición heredada, quizá, de su progenitor. «Si algún día me llego a casar, iré al altar de la mano de mi padre, con Mozart sonando de fondo», augura entre risas.
De hecho, gracias a una anécdota que vivió con él en un viaje a Nueva York, ha decidido apuntarse al coro del MICAP. Central Park posee un rincón icónico para todo fan de los Beatles. Un gran mosaico circular adorna el suelo y, sobre él, puede leerse una palabra: «Imagine». Allí, muchos «artistas callejeros» cantan melodías al son de sus guitarras. Una de ellas pidió la colaboración de algún espectador para entonar Imagine. Irene, con el desparpajo que la caracteriza, cogió el micrófono y dedicó la canción a su padre, que la contemplaba emocionado desde el público. Más tarde, también se animó a cantar el conocido Let it be.
Agradecida por compartir risas, y también alguna que otra lágrima, nos acompaña a la salida para continuar narrando su historia en una cafetería cercana. En la calle, un hombre la reconoce. «¡Irene, muchas gracias por enseñar en tu Instagram nuestra hamburguesería el otro día. Nos hizo ilusión!», exclama al son de un abrazo. Ella, alegre, precisa que este tipo de cosas le «llenan el corazón» y que desea que esta entrevista «inspire» a las personas que la lean. «La gente tiene que atreverse a emprender, a hacer cosas, a intentar diseñar el trabajo de sus sueños…». La escucho con atención mientras tomo apuntes. Todavía no lo sabe, pero hoy es ella quien me ha inspirado a mí.